jueves, 8 de diciembre de 2011

Vivir en el espíritu


Para buscar el amor...fueron esas las primeras palabras del abuelo, 
luego callo, como si esperara que yo agregase algo a la frase, 
entonces le dije eso que se lee por todos lados, 
"que el amor no se busca, se tiene dentro" y demás cosas de las que hablan esos de la nueva era...

Cuando deje de hablar; sin prisa y sin calma el abuelo respondió, 
cuando se vive y se conversa desde el espíritu, 
aun si las palabras no son las correctas el espíritu comprende el mensaje, 
pues este no vive midiendo ni razonando, palabras, no se detiene creando discusiones, ni dramas, 
recibe el mensaje y alimenta la conversación, pues no se enreda en la personalidad, ni en el ego, 
cuando vives en el espíritu la personalidad es rala, no hay limites, ni bloqueos, no hay egos buscando tropiezos, 
no existe el sadismo con el que se vive hoy en día, donde carcajeamos cuando alguien cae. 
cuando se vive en el espíritu, es vivir conectado a la fuerza cósmica creadora, 
no necesitas limpiarte, pues tus pensamientos son tan limpios que tus acciones disipan luz, no necesitas meditar; 
pues tu espíritu es el que es en todo momento, no hay intermediarios entre tu y el creador, 
pues uno es el creador, no necesitas llamar a la luz, uno es el generador...

hijo antes de buscar pareja, encuentrate, descubre quien eres, recuperate, vive y aprende a amar. 
Busca a tu pareja sin el instinto procreador, es decir apaga tu sexualidad, 
y a ella no la dejes enamorarse de lo que crees ser, no la enamores con detalles, 
conozcanse y sin ansias intuyan si son el uno para el otro antes de seguir, 
hay veces que es mejor esperar que enredarse por simple atracción, 
recuerda uno puede enamorarse de quien uno desee. 
lo que te digo es para ti hijo, cada quien tiene sus propias estrellas y hasta que no las cambiemos todos, 
nos liberaremos de personalidades y viviremos desde el espíritu.



el abuelo






-Nosotros debemos ser el cambio que queremos ver en el mundo-



Mientras seamos capaces de amar solamente a nuestra familia o nación, seremos incapaces de amar a los demás, estamos limitados por los lazos del cariño y de la patria, cuando hayamos roto los lazos de la sangre y nos hayamos afirmando nosotros mismos y nos bastemos, podremos convertirnos en servidores desinteresados de la humanidad, cuando el hombre ha llegado a ese estado, encuentra que ha ganado a todas las familias del mundo, porque todos seran para el sus hermanos, padres, madres, aquienes debe cuidar y ayudar...Todos Somos Uno



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sábado, 19 de noviembre de 2011

El abuelo y la sanación



tenia tiempo si visitar la aldea, 
había estado recorriendo los senderos que el abuelo me platico, 
seguía buscando experiencias que transformaran mi ser, 
que cambiaran mis estrellas,
que reforzaran la conexión de mi mente/cuerpo/espíritu...
decidí entonces visitar al abuelo, 
emprendí el viaje a las montanas justo un día antes de llegar, 
el abuelo me encontró preparando un fuego, 
ya era de noche, la ciudad y sus faroles no se percibían, 
lo que hacia que las estrellas y la luna brillaran con atención.

el abuelo sonrió al verme, algo inusual en el, 
y sin mas hablo: 
en esta época donde se pretende vender la sabiduría, 
y solo se vende información,
pues esta no se encuentra activa, 
donde los sanadores venden sanación , 
y otros venden sanadores, 
debemos comprender que uno mismo es el regenerador de si mismo, 
basta con limpiar el canal que ni los sanadores asean, 
los actos, los pensamientos y las palabras, 
ese canal que comienza con la higiene mental, 
aveces se mantiene sin aseo, 
los sanadores, maestros y predicadores olvidan educar su energía vital (sexual) y solo la desperdician, 
pensando que absorberán la de las parejas con que juegan, 
manipulando a sus cercanos,
hijo antes de emprender cualquier ayuda,
trabaja tu sombra.




-Nosotros debemos ser el cambio que queremos ver en el mundo-



Mientras seamos capaces de amar solamente a nuestra familia o nación, seremos incapaces de amar a los demás, estamos limitados por los lazos del cariño y de la patria, cuando hayamos roto los lazos de la sangre y nos hayamos afirmando nosotros mismos y nos bastemos, podremos convertirnos en servidores desinteresados de la humanidad, cuando el hombre ha llegado a ese estado, encuentra que ha ganado a todas las familias del mundo, porque todos seran para el sus hermanos, padres, madres, aquienes debe cuidar y ayudar...Todos Somos Uno



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martes, 1 de noviembre de 2011

La Busqueda...

en tlacatecolotl se escribio:
El tiempo convierte todo en solo cosas.
 
Todos buscamos lo mismo, aún sin saberlo,
el guerrero, el fakir, el yogui y el monje,
buscamos la sincronía con esta regla.
La sincronía que conduce al más infinito de los éxtasis,
a la disolución de la individualidad.
 
Pero, en el vacío mora una consciencia
Esta consciencia nos ha dado un don.
Nos ha donado la individualidad
 
La individualidad nos hace capaces de percibir, como percibe el donante.
La individualidad nos convierte en percibidores, en buscadores.
Disolver la individualidad conduce al infinito éxtasis del vacío,
Pero también aniquila el yo.
 
Por eso, el camino es percibir
Percibir para nadar en la regla,
como el zopilote nada en el viento,
como la chispa nada en el fuego,
como la raíz nada en la tierra,
como el agua nada en el suelo.


-Nosotros debemos ser el cambio que queremos ver en el mundo-



Mientras seamos capaces de amar solamente a nuestra familia o nación, seremos incapaces de amar a los demás, estamos limitados por los lazos del cariño y de la patria, cuando hayamos roto los lazos de la sangre y nos hayamos afirmando nosotros mismos y nos bastemos, podremos convertirnos en servidores desinteresados de la humanidad, cuando el hombre ha llegado a ese estado, encuentra que ha ganado a todas las familias del mundo, porque todos seran para el sus hermanos, padres, madres, aquienes debe cuidar y ayudar...Todos Somos Uno



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domingo, 30 de octubre de 2011

La Hipotesis de Gaia

 
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Según Lovelock, las pruebas demostraban que toda la biosfera del planeta tierra, hasta el ultimo ser viviente que lo habita, podía ser considerada como un único organismo a escala planetaria en el que todas sus partes estaban casi tan relacionadas y eran tan independientes como las células de nuestro cuerpo. Creía que ese super-Ser-Colectivo merecía un nombre propio, al que William Golding (autor de El Señor de las Moscas) llamó Gaia.

A todos nos gustaría creer que existe algo (alguna clase de ser superior y bueno) que puede intervenir y salvarnos de las cosas que van mal en nuestro mundo.

La mayoría de la gente siempre ha tenido una creencia de este tipo que la reconforte. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, el candidato para este algo ha sido Dios (no importa a qué dios se adorara en cada tiempo y lugar) y ésa es la razón por la que, en los veranos secos, los agricultores han levantado sus ruegos para pedir lluvia. Lo siguen haciendo, pero, a medida que los conocimientos científicos aumentan y se empiezan a encontrar cada vez más explicaciones a los acontecimientos de las leyes naturales en vez del capricho divino, mucha gente empieza a desear un protector menos sobrenatural (y quizá más predecible).

Por eso hubo bastante revuelo en la comunidad científica cuando, hace unos cuarenta años, un científico británico, llamado James Lovelock, propuso algo que cumplía estos requisitos. Lovelock dio un nombre a su nuevo concepto hipotético: lo llamó Gaia, por la antigua diosa de la tierra.

LA HIPÓTESIS GAIA

Cuando Lovelock publicó la hipótesis de Gaia, provoco una sacudida en muchos científicos, sobre todo en aquellos con una mente más lógica que odiaban un concepto que sonaba tan místico. Les producía perplejidad, y lo más desconcertante de todo era que Lovelock era uno de ellos. Tenía fama de ser algo inconformista, pero sus credenciales científicas eran muy sólidas. Entre otros logros a Lovelock se le conocía por ser el científico que había diseñado los instrumentos de algunos de los experimentos para buscar vida que la nave estadounidense Viking había llevado a cabo en la superficie de Marte.

Y, sin embargo, a los ojos de sus iguales, lo que Lovelock estaba diciendo rayaba en la superstición. Peor todavía, cometió la temeridad de presentar sus argumentos en forma de método científico ortodoxo. Había obtenido las pruebas para su propuesta de la observación y la literatura científica, como se supone que debe hacer un científico. Según él, las pruebas demostraban que toda la biosfera del planeta tierra (o lo que es lo mismo, hasta el ultimo ser viviente que habita en nuestro planeta, desde las bacterias a los elefantes, las ballenas, las secoyas y tú y yo) podía ser considerada como un único organismo a escala planetaria en el que todas sus partes estaban casi tan relacionadas y eran tan independientes como las células de nuestro cuerpo. Lovelock creía que ese super-ser-colectivo merecía un nombre propio. Carente de inspiración, pidió ayuda a su vecino, William Golding (autor de El Señor de las Moscas), y a Golding se le ocurrió la respuesta perfecta. Así que lo llamaron Gaia.

Lovelock llegó a esta conclusión en el transcurso de su trabajo científico mientras trataba de idear qué signos de vida debían buscar en el planeta Marte los instrumentos que estaban diseñando. Se le ocurrió que si fuese un marciano en vez de un inglés, habría sido fácil resolver el problema en sentido contrario. Para obtener la solución, todo lo que hubiera necesitado un marciano hubiera sido un modesto telescopio con un buen espectroscopio incorporado.

La misma composición del aire de la Tierra proclama la innegable existencia de vida. La atmósfera terrestre contiene una gran cantidad de oxigeno libre, que es un elemento químico muy activo. El hecho de que se encuentre libre en esas cantidades en la atmósfera significa que tiene que haber algo que lo esté reponiendo constantemente. Si esto no fuera así, hace mucho tiempo que el oxígeno atmosférico habría reaccionado con otros elementos como puede ser el hierro de la superficie terrestre y habría desaparecido, exactamente igual que nuestros espectroscopios terrestres han mostrado que cualquier cantidad de oxigeno que hubiese habido se ha agotado desde hace mucho tiempo en nuestros vecinos planetarios, Marte incluido.

Por lo tanto, un astrónomo marciano habría comprendido de inmediato que ese algo que repone el oxígeno sólo podía ser una cosa: la vida. Es la vida (las plantas vivas) lo que produce constantemente este oxígeno en nuestro aire; con ese mismo oxígeno cuenta la vida (nosotros y casi todos los seres vivos del reino animal) para sobrevivir.

Partiendo de esto, la idea de Lovelock es que la vida (toda la vida de la tierra en su conjunto) interacciona y tiene la capacidad de mantener u entorno de manera que sea posible la continuidad de su propia existencia. Si algún cambio medioambiental amenazara a la vida, ésta actuaría para contrarrestar el cambio de manera parecida a como actúa un termostato para mantener tu casa confortable cuando cambia el tiempo encendiendo la calefacción o el aire acondicionado.

El término técnico para este tipo de comportamiento es homeostasis. Según Lovelock, Gaia (el conjunto de toda la vida en la tierra) es un sistema homeostático. Para ser más preciso desde el punto de vista técnico, en este caso, el término adecuado es homeorético en vez de homeostático, pero la distinción solo puede interesar a los especialistas. Este sistema que se conserva a sí mismo, no sólo se adapta a los cambios, sino que incluso hace sus propios cambios alterando su medio ambiente siempre que sea necesario para su bienestar.

Estimulado por estas hipótesis, Lovelock empezó a buscar otras pruebas de comportamiento homeostático. Las encontró en lugares insospechados. En las islas coralíferas, por ejemplo. El coral está formado por animales vivos. Sólo pueden crecer en aguas poco profunda. Muchas islas de coral se están hundiendo lentamente y, de alguna manera, el coral sigue creciendo hacia arriba tanto como necesita para permanecer a la profundidad adecuada para sobrevivir.

Esto es un tipo rudimentario de homeostasis. También está la temperatura de la Tierra. La temperatura media global ha permanecido entre límites bastante estrechos durante mil millones de años o más, aunque se sabe que en este tiempo la radiación solar (que es lo que determina básicamente dicha temperatura) ha ido aumentando interrumpidamente. Por tanto, el calentamiento de la tierra debía haberse notado, pero no ha sido así. ¿Cómo puede haber ocurrido esto sin algún tipo de homeoestasis?

Para Lovelock resultaba todavía más interesante la paradójica cuestión de la cantidad de sal en el mar. La concentración actual de sal en los océanos del planeta es justo la adecuada para las plantas y animales marinos que viven en ellos. Cualquier aumento significativo resultaría desastroso. A los peces (y a otros modos de vida marinos) les cuesta un gran esfuerzo evitar que la sal se acumule en sus tejidos y les envenene; si en el mar hubiera mucha mas sal de la que hay, no podrían hacerlo y morirían. Y, sin embargo, según toda lógica científica normal, los mares deberían ser muchos más salados de lo que son.

Se sabe que los ríos de la Tierra están disolviendo continuamente las sales de los suelos por los que fluyen y las transportan en grandes cantidades a los mares. El agua que los ríos añaden cada año no permanece en el océano. Esta agua pura se elimina por evaporación debido al calor solar, para formar nubes que terminan cayendo de nuevo como lluvia; mientras las sales que contenían estas aguas no tienen a donde ir y se quedan atrás.

En este caso, la experiencia diaria nos enseña lo que sucede. Si dejamos un cubo de agua salada al sol durante el verano, se volverá cada vez mas salada a medida que se evapora el agua. Aunque parezca sorprendente, esto no sucede en el océano. Se sabe que su contenido de sales ha permanecido constante a lo largo de todo el periodo geológico. Así que está claro que algo actúa para eliminar el exceso de sal en el mar.

Se conoce un proceso que podría ser el responsable. De vez en cuando, las bahías y brazos de mar poco profundos se quedan aislados. El sol evapora el agua y quedan lechos salinos que con el tiempo son recubiertos por polvo, arcilla y, finalmente, roca impenetrable, de manera que cuando el mar vuelve para recuperar la zona, la capa de sal fósil esta sellada y no se redisuelve. Más tarde, cuando la gente la extrae para sus necesidades, la llamamos mina de sal. De esta manera, milenio tras milenio, los océanos se liberan del exceso de sal y mantienen su concentración salina.

Podría ser una simple coincidencia que se mantenga este equilibrio con tanta exactitud, independientemente de lo que ocurra, pero también podría ser otra manifestación de Gaia. Pero quizá Gaia se muestre a sí misma con más claridad en la manera que ha mantenido constante la temperatura de la Tierra. Como ya hemos dicho, en los orígenes de la tierra, la radiación solar era una quinta parte de la actual. Con tan poca luz solar para calentarse, los océanos deberían haberse congelado, pero eso no ocurrió. ¿Por qué no?

La razón es que por aquel entonces la atmósfera terrestre contenía mas dióxido de carbono que en la actualidad y éste, afirma Lovelock, es un asunto de Gaia, ya que aparecieron las plantas para reducir la proporción de dióxido de carbono en el aire. A medida que el sol subía la temperatura, el dióxido de carbono, con sus propiedades de retención del calor, disminuía en la medida exacta a lo largo de milenios. Gaia actuaba por medio de las plantas, indica Lovelock, para mantener el mundo a la temperatura óptima para la vida.

 

 

LA TEORIA GAIA: LA TIERRA COMO PLANETA VIVO (**)

Efecto invernadero, agujero de ozono, lluvia ácida... los golpes que tiene que aguantarse este planeta. Hasta ahora nos ha protegido y proporcionado todo lo que necesitábamos: calor, tierra, agua, aire. Y su buen trabajo le ha costado. Ha necesitado millones de años para convertir un infierno de fuego y cenizas en un paraíso de océanos, montañas y oxígeno, superando no pocas vicisitudes en forma de choques de meteoritos, desplazamiento de continentes y glaciaciones brutales. Y ahora, Gaia, la Gran Madre, tiene que sufrir las bofetadas de sus propios hijos favoritos, los hombres.

Sí, Gaia, la del ancho seno, eterno e inquebrantable sostén de toda las cosas, la que fuera diosa de la Tierra para los antiguos griegos, es un organismo vivo. Todo nuestro planeta es un organismo vivo, magníficamente dotado para dar a luz las condiciones medioambientales óptimas para el desarrollo de plantas y animales. O por lo menos eso postula la extraordinaria teoría científica formulada por el bioquímico inglés James Lovelock.

En este artículo desarrollaré esta concepción del científico mencionado, y procuraré destacar la importancia de la misma como soporte teórico de una actividad ecológica planificada que permita salvar a la Tierra y sus habitantes de una destrucción total.

La idea de considerar a la Tierra como un ser viviente es arriesgada, pero no descabellada. Sin embargo, cuando en 1969 Lovelock presentó oficialmente su hipótesis Gaia -publicada en 1979, bajo el título Una nueva Visión de la Vida sobre la Tierra- en el marco de unas jornadas científicas celebradas en Princeton (Estados Unidos), no encontró ningún eco entre la comunidad científica.

Excepto la bióloga norteamericana Lynn Margulis -con quien luego colaboraría-, ningún investigador se interesó por tan alucinante teoría. Para la gran mayoría, Gaia no era más que una entelequia, un interesante ejercicio de imaginación. Quién iba a creerse que nuestro planeta sea una especie de superorganismo en el que, a través de procesos fisicoquímicos, toda la materia viva interactúa para mantenerse unas condiciones de vida ideales. Algunos incluso lo acusaron de farsante. Posiblemente porque, aunque irrelevante, aquella fantástica visión del mundo que ofrecía Lovelock resultaba, si no peligrosa, por lo menos inquietante.

La hipótesis Gaia no sólo contradecía la mayor parte de los postulados científicos precedentes y ponía patas para arriba los modelos teóricos sostenidos como válidos. Suponían, sobre todo, poner en tela de juicio la intocable y sacrosanta Teoría de la Evolución de Darwin: a lo largo de la historia la vida se ha ido adecuando a las condiciones del entorno fisicoquímico. Lovelock proclamaba justo lo contrario: la biosfera -conjunto de seres vivos que pueblan la superficie del planeta- es la encargada de generar, mantener y regular sus propias condiciones medioambientales. En otras palabras, la vida no está influenciada por el entorno. Es ella misma la que ejerce un influjo sobre el mundo de lo inorgánico, de forma que se produce una coevolución entre lo biológico y lo inerte. Un auténtico bombazo científico para aquella época.

Pero la bomba no llegó a estallar. Salvo provocar las protestas airadas de los científicos más radicales adscritos a las doctrinas clásicas, la hipótesis Gaia cayó en saco roto. Y después en el olvido, hasta que en fechas recientes han comenzado a desempolvarla y revisar la validez de sus postulados, forzados quizá por la crisis actual que sufre el planeta. Aunque todavía no se ha demostrado su existencia, Gaia sí ha probado ya su valor teórico al dar origen a muchas interrogantes y, lo que es más importante todavía, al ofrecer respuestas coherentes a las incógnitas más curiosas de la Tierra.

¿Qué podemos imaginarnos tras ese excéntrico supuesto bautizado como Gaia? El punto de partida de la hipótesis fue la contemplación, por vez primera en la historia de la humanidad, del globo terráqueo desde el espacio exterior. Las naves y sondas enviadas a Marte y Venus en la década de los sesenta para investigar y detectar eventuales indicios de vida y no encontraron ningún vestigio biológico. Sí descubrieron, en cambio, que los pálidos colores de los planetas vecinos contrastan espectacularmente con la belleza verdeazulada de nuestro hogar, porque sus atmósferas son radicalmente diferentes a la terrestre.

Nuestra transparente envoltura de aire es una singularidad, casi un milagro, comparada con las atmósferas que cubren a los planetas vecinos. Los resultados de las investigaciones espaciales establecieron que ambas están compuestas casi exclusivamente por dióxido de carbono y un porcentaje mínimo de nitrógeno. El constituyente más abundante de la piel azul que nos envuelve es, por el contrario, el nitrógeno (79 por ciento), seguido del oxigeno (21 por ciento), mientras que la cuantía de dióxido de carbono no supera el 0,03 por ciento. A estos elementos habría que añadir vestigios de otros gases, como metano, argón, óxidos nitrosos, amoníaco, etcétera. ¡Todo una extraña mezcla!

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Pero además de ser una singularidad dentro el Sistema Solar, nuestra atmósfera se comporta de manera menos ortodoxa desde el punto de vista químico. Pensemos, por ejemplo, en la presencia simultánea de metano y oxigeno, dos gases que a la luz del sol reaccionan químicamente formando dióxido de carbono y vapor de agua. La coexistencia de óxido nitroso y amoniaco es igual de anómala que la anterior.

La composición atmosférica terrestre representa una estrepitosa violación de las reglas de la química, y aun así funciona. ¿Por qué? Lovelock descubre en el permanente desequilibrio entre los gases atmosféricos una de las primeras evidencia de intervención de Gaia, del influjo que lo biológico ejerce sobre lo inorgánico. Como en un entorno inerte tan extrañísima mezcla gaseosa sería muy improbable, la única explicación factible es una manipulación diaria desde la propia superficie terrestre. De acuerdo con la hipótesis Gaia, pues, la atmósfera no sería saludable para la vida en la Tierra si la biosfera, esa franja biológica que ciñe al planeta, no se encargara de mantenerla en condiciones, intercambiando constantemente sustancias reguladoras entre uno y otro medio.

Lovelock se preguntó cómo podía la atmósfera transportar esas sustancias que la biosfera toma por un lado y expele por el otro. ¿No presuponía esto la presencia de compuestos que vehiculasen los elementos esenciales -como el yodo y el azufre, por ejemplo- entre todos los sistemas biológicos? Su curiosidad estimuló la búsqueda activa de tales compuestos.

En 1971 partió hacia la Antártida a bordo del velero oceanográfico británico Shackleton, con el propósito de investigar el ciclo mundial de azufre, detectando un componente desconocido hasta entonces, pero potencialmente importante: el dimetil sulfuro. Estudios posteriores revelaron que la fuente principal de esta sustancia no se encuentran en mar abierto sino en las aguas costeras, ricas en fitoplancton. En efecto, la microflora marina, incluso las especies más corrientes de algas, consiguen extraer con asombrosa eficacia el azufre de los iones sulfato presente en el agua del mar trasformándolo en dimetil sulfuro. Se comprobó además que este gas, liberado a la atmósfera estimula la formación de núcleos de condensación para el vapor de agua, lo que a su vez eleva la concentración nubosa.

En 1987, Lovelock expuso que el ciclo de actividad de las algas es el que última instancia ha determinado la temperatura de la tierra a lo largo de la historia. ¿Cómo lo consigue? ¿Cuál es su mecanismo? Los científicos han podido medir una mayor concentración de dimetril sulfuro en las cuencas oceánicas más calientes, pues es allí donde mejor proliferan las algas. La presencia de un elevado nivel de este gas estimula la formación de masas nubosas que, lógicamente, oscurecen la superficie permitiendo que desciendan las temperaturas. Pero del mismo modo que el calor hace crecer y multiplicar las algas en los océanos, el frío dificulta su proliferación, por lo tanto disminuye la producción de dimetril sulfuro, se forman menos nubes y comienza una nueva escalada térmica. La autorregulación de Gaia en lo que se refiere a las temperatura, está servida.

Precisamente la historia del clima terrestre es uno de los argumentos de mayor peso en favor de la existencia de Gaia. A lo largo de la evolución de la Tierra, éste nunca ha sido desfavorable para la vida. La biosfera ha sido capaz de mantener el status quo climatológico más adecuado para salvaguardar nuestro bienestar y suministrarnos el entorno óptimo. El registro paleontográfico de la presencia ininterrumpida de seres sobre el planeta desde hace 3.500 millones de años así lo atestigua, al tiempo que nos indica la imposibilidad de que los océanos llegaran a hervir o congelarse. Si la tierra más que un objeto sólido inanimado, la temperatura de su superficie hubiera seguido las oscilaciones de la radiación solar sin protección posible. Sin embargo, no fue así.

Se sabe que, en la remotísima época en que surgió la vida, el Sol era más pequeño y templado y su radiación un treinta por ciento menos intensa. A pesar de ello, el clima resultaba favorable para la aparición de las primeras bacterias: no hacía un treinta por ciento más frío, lo que hubiera significado un planeta devastado por los hielos eternos. Carl Sagan y su colaborador George Mullen han sugerido como explicación la presencia en nuestra ancestral atmósfera de mayores cantidades de amoníaco y dióxido de carbono que hoy, con la función de arropar la superficie del planeta, ambos gases ayudan a conservar el calor recibido, impidiendo, por medio del efecto invernadero, que escape al espacio.

Cuando la intensidad de la radiación fue incrementándose, al aumentar de tamaño el Sol, la aparición de organismos devoradores del amoniaco y dióxido de carbono habría disuelto esta manta protectora, de modo que los excesos de calor pudiera disiparse al espacio. La mano sabía de Gaia se vislumbra de nuevo aquí: la biosfera misma fue trasformando, a su favor, las condiciones medioambientales. La vida se revela así como un fabuloso sistema de control activo que regula automáticamente las condiciones climatológicas, de tal forma que nunca sea un obstáculo para su existencia.

Junto a un clima benigno, también es necesario que otros parámetros se mantengan dentro de los márgenes favorables. Por ejemplo, el pH, el grado de acidez del aire, el agua, la tierra se mantiene alrededor de un valor neutro (pH 8), el óptimo para la vida, a pesar de que la gran cantidad de ácidos producidos por la oxidación en la atmósfera de los óxidos nitroso y sulfurosos liberados por la descomposición de la materia orgánica deberían haber hecho aumentar la acidez terrestre hasta un pH 3, comparable al vinagre. Sin embargo, la naturaleza dispone de un neutralizador biológico para que esto no suceda: la biosfera se encarga de fabricar, por medio de los procesos metabólicos de los seres vivos, alrededor de 1.000 megatoneladas anuales de amoníaco -una sustancia muy alcalina-, que resulta ser la cantidad necesaria para anular la acumulación excesiva de los agresivos ácidos.

La regulación estricta de la salinidad marina es tan esencial para la vida como la neutralidad química. ¿Cómo es posible que el nivel salino medio no supere el 3,4 %, cuando la cantidad de sales que lluvias y ríos arrastran hacia los océanos cada 80 millones de años es idéntica a toda la actualmente contenida en ellos? De haber continuado este proceso, el agua de los océanos, completamente saturada de sal, hubiera llegado a ser mortífera para cualquier forma de vida. ¿Por qué entonces los mares no son más salados? Lovelock asegura que, desde el comienzo de la vida, la salinidad ha estado bajo control biológico: Gaia ha servido de filtro invisible para hacer desaparecer la sal en la misma medida en que la recibe.

Este increíble equilibrio que se da entre lo inerte y lo vivo y que conforma la unidad del planeta como sistema, debe ser preservado. La ciencia de la ecología nos advierte de ello, y nos urge a tomar medidas preventivas para que nuestro planeta no quede destruido.

 

 

¿Y QUIEN SALVARA LA TIERRA? (***)

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(Entrevista con el padre de la teoría Gaia, James Lovelock)

¿Y quién salvará la Tierra? Si James Lovelock cree que nadie puede hacerlo, por lo menos en los próximos 50 años, entonces hay mucho de qué preocuparse. El problema -usted ha oído hablar antes de esto- es el calentamiento global, agravado por la ignorancia colectiva acerca de este fenómeno.

Yo no creo que ni siquiera el mundo de los ambientalistas está lo suficientemente consciente de este peligro, dice James Lovelock, el gurú del medio ambiente, quien a sus 80 años es considerado como uno de los más importantes y controvertidos científicos del siglo XX.

Lovelock dialogó en exclusiva con Tierramérica en Londres, después de la presentación de su esperada autobiografía Homenaje a Gaia: la vida de un científico independiente.

¿Gaia? Gaia o Naturaleza, o como usted quiera llamarla, dice Lovelock. Fue el Premio Nobel de Literatura Willliam Golding quien usó el nombre de Gaia (una diosa griega) para bautizar la teoría de Lovelock. En pocas palabras, esta hipótesis describe a la Tierra como un planeta capaz de regularse por sí mismo de tal forma que siempre esté apto para la vida.

Han pasado 35 años desde que se lanzó esta teoría, nos recuerda Lovelock. Y es generalmente aceptada como una ciencia de sistemas, pese a que a muchos críticos no les gusta el nombre. Durante mucho tiempo los geólogos y los biólogos trabajaron por su lado, cada uno pensando que estaba en lo correcto. Apenas ahora están actuando juntos y bajo el marco de esta teoría.

Lovelock, quien dirigió la creación del horno micro-ondas e inventó un dispositivo para detectar los CFCs (clorofluorocarbonos) causantes del adelgazamiento de la capa de ozono, está considerado por muchos como el padre del movimiento verde. Pero no es una paternidad que le plazca. Hablando políticamente, yo no considero a los verdes necesariamente necesarios, dice Lovelock. Ellos no tienen habilidades políticas. Quien puede luchar a favor del medio ambiente es el político común, quien es más inteligente de lo que la mayoría de gente piensa.

La mayor parte de políticos alrededor del mundo conocen los problemas del calentamiento global, dice Lovelock. Aunque ellos tienen también sus propias limitaciones, sobre todo a la hora de evaluar el daño al medio ambiente: pienso que es como un carro colina abajo con una falla en los frenos. Todo lo que usted realmente puede hacer es sacar el pie del acelerador. Porque no hay duda de que el calentamiento global existe y de que nosotros somos responsables de éste.

No será peor que las guerras. El Panel Internacional sobre Cambio Climático reveló que, al analizar un período que abarca los últimos mil años, sólo durante los últimos 150 el patrón del clima ha mostrado un repentino calentamiento. Hoy en día el daño es tan serio que aún si detuviésemos la quema de los combustibles fósiles el calentamiento continuaría todavía por otros 50 años, asegura Lovelock.

Habitantes de las costas, ¡estén atentos! Una de las consecuencias más dañinas del cambio climático serían las inundaciones, debido al aumento del nivel del mar. Londres habría estado seriamente inundado ocho veces hasta ahora si no fuera por la barrera del Támesis, dice el científico.

Pero otras tierras, según él, pueden no contar con tal protección. Las inundaciones pueden ser más agudas en Bangladesh: aquí tenemos un doble problema. El nivel del mar sube, el mar se calienta más, hay más evaporación y por consiguiente más lluvia, lo que, a su vez, provoca más inundaciones.

Plantar árboles tampoco es una solución, cree Lovelock. Los árboles pueden absorber una gran cantidad de dióxido de carbono, sin embargo, nuevas investigaciones demuestran que los árboles absorberán más luz del sol y calor que el suelo cubierto por ellos y esto sólo contribuirá más al calentamiento global.

Pese a todo, Lovelock sí logra vislumbrar un rayo de luz en el oscuro panorama que pinta: el calentamiento global causará una crisis pero no necesariamente una crisis fatal. Podría no ser peor que la hambruna y las guerras y otros desastres; será algo con lo que la gente deberá aprender a vivir.

Una de las más grandes causas del calentamiento global es la quema de carbón, dice Lovelock. Y existe una cantidad horrible de carbón a nuestro alrededor. Si hay un incremento en el uso del carbón el problema empeoraría más y más.

Por ello, el científico ambientalista continúa siendo enfático al promocionar el poder nuclear como fuente de energía. Los franceses han sido muy inteligentes al conseguir toda su energía de las fuentes nucleares. No hay duda de que las plantas nucleares conllevan un riesgo pero no hay sistema energético que no lo haga, dice. Hay grandes represas que estallan muy a menudo pero nunca decimos 'no usemos la hidroelectricidad porque una represa podría reventar'. Las energías solar y eólica no son salidas realistas. El poder nuclear es la única solución práctica real pero ha habido una reacción histérica al respecto.

El gran gurú no terminó la entrevista sin sus conocidas contradicciones. Es la quema del carbón en el Este lo que está dañando la Tierra más que la Francia nuclear. Pero es en el Este donde la gente está más en contacto con la Tierra, mientras en Occidente quieren tratarla como a un gran jardín. El Este necesita enviar este mensaje a Occidente. Sin embargo, nos tememos que, ni en uno ni en otro lado, hay suficiente gente escuchando.

IMAGENES

01: James Lovelock, el padre de la Hipótesis Gaia. | 02: Torrente vivo.| 03: Planeta Tierra. | 04: La Diosa Gaia, en la mitología griega



-Nosotros debemos ser el cambio que queremos ver en el mundo-

Mientras seamos capaces de amar solamente a nuestra familia o nación, seremos incapaces de amar a los demás, estamos limitados por los lazos del cariño y de la patria, cuando hayamos roto los lazos de la sangre y nos hayamos afirmando nosotros mismos y nos bastemos, podremos convertirnos en servidores desinteresados de la humanidad, cuando el hombre ha llegado a ese estado, encuentra que ha ganado a todas las familias del mundo, porque todos seran para el sus hermanos, padres, madres, aquienes debe cuidar y ayudar...Todos Somos Uno

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martes, 25 de octubre de 2011

La Raza Cosmica




Didier T. Jaén
La raza cósmica de Vasconcelos:
una re-evaluación
El nombre de José Vasconcelos trae, por lo general, el recuerdo de su
Breve historia de México, cuya exaltación de la conquista y del catolicismo
fue agriamente recibida por la élite intelectual mexicana, producto de
una clase media emergente que parecía buscar sus raíces sólo en el pasado
indio y en la revolución de 1910. Como reacción, se juzgó a Vasconcelos
como un resentido político, amargado por su derrota en las elecciones
presidenciales de 1929 y como una de las mentalidades más negativas y
pesimistas de México.
Es cierto que Vasconcelos, en sus últimos años, se mostró negativo y
pesimista ante el futuro de la nación mexicana, pero su voz era más bien la
de alguien que sentía que la revolución de 1910 había sido traicionada.
Claramente, el fin que Vasconcelos concibió para la revolución no fue el
de convertir a México en un nuevo estado materialista, emulador del desarrollo
tecnológico de los Estados Unidos y guiado por el incentivo del
dólar y la ambición personal. Ni el materialismo capitalista de los Estados
Unidos ni el comunismo materialista de Rusia eran los modelos a seguir.
Vasconcelos y algunos otros pensaron que México entraba en un nuevo
camino con la revolución, una nueva dirección, nacida de su pasado católico
y espiritualista pero dirigido hacia un futuro cuyo fin primordial fuera
el desarrollo integral del hombre, no solamente de su aspecto socio-económico
y biológico. En este nuevo camino, México marcharía a la vanguardia
de las otras naciones que seguirían su guía, cansadas de un doctrinarismo
político sin dimensiones humanas. Para ellos, tanto el materialismo económico
como el utilitarismo capitalista perseguían fines de hormiga, según
ya lo había indicado Rodó a principios del siglo en Ariel:
Una sociedad definitivamente organizada que limite su idea de la civilización a
acumular abundantes elementos de prosperidad, y su idea de la justicia a distribuirlos
equitativamente entre los asociados, no hará de las ciudades donde habite
nada que sea distinto, por esencia, del hormiguero o la colmena. (Editora Nacional:
México, 1966, p. 138)
Vasconcelos buscaba otra dimensión para el hombre y la sociedad y esta
fue la oportunidad que vislumbró en la revolución mexicana. Esta visión
explica su acción como Ministro de Educación, en el desarrollo de las artes
y la educación pública, en la popularización de los clásicos y en el lema de
la universidad: "Por mi raza hablará el espíritu." También explica su
decepción ante un desarrollo político que se alejaba de esa dirección para
concentrarse en el progreso técnico o en el bienestar personalista. Pero la
revolución siguió el curso que le imponía la historia y la contextura de la
nación mexicana. Vasconcelos era parte de esa trama y, como tal, encontró
eco en muchos sectores. Pero esos sectores intelectuales no eran los
más fuertes políticamente; casi nunca lo han sido en la historia de las
sociedades, mucho menos en una sociedad nacida del positivismo de fines
del siglo XIX. Aunque el positivismo produjo esa minoría que reaccionaba
contra él mismo, también produjo aspiraciones de tipo económico y social
que respondían a necesidades vitales de las masas emergentes. "Orden y
progreso", lema del positivismo, no dejó de ser el lema de la sociedad
mexicana con la revolución. Lo que hizo la revolución fue cambiar las
bases de ese orden y tratar de ampliar el campo social del progreso. Tampoco
Vasconcelos estaba contra ese lema, pero el "progreso" para Vasconcelos
alcanzaba más allá del bienestar económico: El orden y el progreso
económico no eran un fin, sólo las bases para un futuro desarrollo ideal.
La revolución no fue traicionada, Vasconcelos confundía su concepto de
la revolución con la revolución mexicana de 1910. Esta triunfó y dio los
resultados que eran posibles dentro de su contexto y aspiraciones socio-
económicas. La otra todavía está por venir. Vasconcelos, como todos
los visionarios, simplemente se adelantaba. Pero los mexicanos que recuerdan
sólo La breve historia e ignoran el mensaje de La raza cósmica, cometen
una injusticia, no sólo contra Vasconcelos sino contra su propia historia
y futuro.
El hombre moderno, advierte el escritor norteamericano Alvin Tofflcr
en su sugestiva obra Future Shock (1970), se encuentra confrontado con
un ritmo de cambios en constante aceleración y debería estar eminentemente
preocupado con la formulación de una visión del futuro, para evitar
el doloroso y destructivo choque de encontrarse como un extraño, con los
valores de un extraño, en un mundo que ha cambiado rápidamente bajo
sus pies.
Esta previsión del futuro ha sido por lo general, una preocupación
constante de los escritores latinoamericanos, pero lo fue aun más, y en
especial, durante la primera parte del siglo. Sobresalen prominentemente
aún hoy día dos ensayos de este período: El Ariel de Rodó, con su visión
de una humanidad espiritualmente elevada, en contraste con el mundo
materialista de Calibán, y La raza cósmica de Vasconcelos con su visión de
la futura Era Estética de la humanidad.
En este ensayo, Vasconcelos predice no solamente una nueva raza, sino
el advenimiento de una nueva etapa en el desarrollo de la humanidad. La
llama Era Espiritual o Estética por contraste con la Era Intelectual o
Política en la cual nos encontramos hoy día, y la Era Materialista o
Guerrera que la ha precedido. En la era presente -indica Vasconcelosprevalece
la razón. Los grupos sociales y políticos están organizados de
acuerdo con la lógica de la conveniencia mutua y el intercambio razonable
o por lo menos, ese es el fin que se persigue. La moral se supone
regida por la razón ética, la libertad es regulada por las leyes de la experiencia
política y las religiones se convierten en instituciones organizadas.
Pero en la era próxima, que ya en 1925 -según Vasconcelos— empezaba
a anunciarse en muchas normas, todas estas barreras y regulaciones del
presente desaparecerán bajo el predominio, no ya de la razón o del intelecto,
sino de la imaginación creadora y de la fantasía, facultades que Vasconcelos
consideraba superiores en la escala evolutiva.^
Esta convicción de la superioridad de la imaginación creadora sobre la
razón se encuentra ya expresada desde muy temprano en la obra de Vasconcelos.
En su primer trabajo filosófico, el Pitágoras, una teoría del ritmo
(1916), Vasconcelos esboza una teoría del conocimiento que va a ser
plenamente desarrollada en sus obras posteriores Estética (1935) y Lógica
orgánica (1945). Esta teoría del conocimiento propone una tercera manera
de conocer y de actuar en el mundo, que no es inductiva ni deductiva,
no es sensorial ni racional, ni tampoco instintiva, sino que obedece a los
principios espirituales que rigen la estética, es decir, a los principios de
afinidad emotiva entre el sujeto y el objeto una vez que el sentimiento ha
sido liberado de los apetitos puramente biológicos y de las trabas mentales
que ofrecen la razón y la lógica.
El sujeto conocedor o cognoscitivo, afirma Vasconcelos, llega a lo externo
(es decir, al objeto) de dos maneras: Una "con propósitos activos para
aprovecharlo o usarlo de algún modo, como dice Bergson, para los fines de
la acción, y entonces crea la inteligencia propiamente dicha, el mundo de
los hechos concretos y las ideas abstractas" (Obras Completas, III 63). La
otra, en que el sujeto responde a lo externo de una manera independiente
y desinteresada, como ocurre en la experiencia o la percepción estética:
. . . que no conduce a ninguna actividad concreta, sino que nos hace participar de
una nueva manera de existir sin el esfuerzo impelente de la finalidad, y, sin
embargo, animada con todo el vigor de la más intensa vida. Algo semejante a lo
que pasa con las cuerdas de un instrumento musical tendido paralelamente; si un
arco hace vibrar una de ellas, las demás, aun sin ser tocadas por el arco, vibran
describiendo una ondulación simpática como la de la cuerda tocada. Así el espíritu,
dejado a sí mismo en el mundo, percibe el ritmo interno que norma las cosas y
alcanza la vibración de simpatía que lo pone en tono con el universo. Sería un mal
uso de los términos decir que esta es una nueva manera de conocimiento, porque
esto no es conocimiento, sino una nueva manera de existencia, más real que las
dos maneras que hasta hoy han sido tan discutidas por la filosofía, la real y la
idea . Lsta nueva manera de percepción se aparta de ambas hipótesis, lo real y lo
ideal, y va, como si dijéramos, por entre las cosas, por en medio del espacio que
dejan entre si los objetos y por los huecos que deja la fijeza convencional de las
ideas, persiguiendo una realidad cuyo correr misterioso es el verdadero río de la
vida, y los objetos y las ideas y todo lo que opera sobre ambos es como la espuma
que levanta el agua del rio cuando choca contra los guijarros v las peñas que
desvían su curso. (O.C., III, 63-4)
Esta manera de concertar el yo interior con el mundo, independientemente
de la sensibilidad (o capacidad sensorial) y las ideas, es lo que Vasconcelos
llama el sentido rítmico o "el sentido de lo rítmico, un oculto y
maravilloso sentido que, sin duda, nos da la impresión más profunda del
mundo" (Ibid.). Este sentido de lo rítmico se manifiesta en el pathos de la
emoción estética, luego, el modo estético de percibir o existir en el mundo
es la manifestación ética de tal "conocimiento." Tal modo de conocimiento
o de acción predominará en la Era Estética. No habrá, pues, normas
para regular la conducta puesto que las acciones estarán basadas en el
sentimiento, mejor dicho, la norma la dará ese goce que es producto de la
percepción de lo bello, tanto en la acción como en el objeto. Los hombres
harán su deseo dirigidos por el gusto, no por la necesidad, el apetito o la
razón. Goce, amor y fantasía, es decir, oración, serán los ingredientes
predominantes de la vida humana.
A medida que esta edad emerge gradualmente del presente dominio de
la razón, las uniones sexuales dejarán de estar fundadas en la necesidad o
en las normas de conveniencia social, puesto que hombres y mujeres serán
guiados por la libre elección del amor, la belleza y el goce estético. Tales
uniones semejarán más obras de arte que los contratos sociales de nuestros
matrimonios presentes y sus frutos serán hermosos hijos del amor y la
dicha. Las barreras étnicas perderán su fuerza y la mezcla racial aumentará
al punto que surgirá una nueva raza en la cual perdurarán las mejores
cualidades de las previas razas, debido a la selección natural del amor. Esta
nueva raza, en la cual todas las razas presentes se confundirán y por fin
desaparecerán, estará agraciada con el poder de la fantasía creadora sobre
la razón. Esta será "la Raza Cósmica" y su predominio universal coincidirá
con la Era Estética o Espiritual de la humanidad.
No está claro si la Raza Cósmica producirá la Era Estética, o lo contrario.
Tal vez, las dos se irán formando mutuamente a medida que gradual
mente se desarrollan. Sin embargo, puesto que la América Latina y las
culturas hispánicas parecen más avanzadas que otras en el proceso de la
mezcla de razas y en la aceptación de todas ellas, Vaconcelos vio aquí la
oportunidad de que Latinoamérica se pusiera a la vanguardia, haciéndose
consciente de esa posibilidad y trabajando conscientemente hacia ese fin
en el desarrollo de la humanidad. El ensayo de Vasconcelos, pues, es un
llamado a los pueblos hispánicos a tomar conscientemente las riendas de
este destino que la historia y la cultura han puesto en sus manos. Sin
embargo, advierte Vasconcelos, si los pueblos hispánicos pierden su dirección
y tratan de imitar las culturas intelectualistas predominantes hoy día,
otra cultura ocupará ese lugar, porque nada puede ya detener la aparición
de la nueva era que se encuentra en camino.
Esto, en resumen, aunque tal vez no en este orden de énfasis, es la tesis
del ensayo de Vasconcelos La raza cósmica. Vasconcelos mismo da, a
veces, la impresión de poner más énfasis en la mezcla de razas, o en el
mestizaje (especialmente según se da en Latinoamérica) como la condición
básica para el desarrollo de la nueva era. Esto llevó a desafortunadas
interpretaciones de su ensayo, tanto favorables como desfavorables, el cual
ha sido considerado tradiciónalmente como una teoría racista creada con
el fin de dar ánimo a un pueblo con profundos sentimientos de inferioridad
Esta interpretación llevó, por fin, al rechazo de su obra como un
simple sueño de auto-adulación, típico de la mentalidad poética latinoamericana.
Y aunque Vasconcelos mismo negara que éste fuera el propósito
de su ensayo, su propio estilo debilitaba sus protestas.
Otra debilidad del ensayo ha sido su estilo pseudocientífico, que ha
llevado a muchos críticos a discutir sus ideas desde el punto de vista de la
ciencia, especialmente desde el campo de la genética y de las teorías de la
evolución. (Véase, por ejemplo, Gabriella de Beers, Vasconcelos and his
world, New York, 1966). Tal perspectiva es, por supuesto, perjudicial a
este ensayo. La mente de Vasconcelos no era una mente científica, ni
siquiera racional o lógica en el sentido tradicional. Es cierto que Vasconcelos
trató de desarrollar un monumental sistema filosófico que incluyera
todas las actividades de la mente humana: la ciencia, la religión, la filosofía
y el arte, pero la base de ese sistema era intuitiva, no científica ni
racional. Rechazar sus ideas desde el punto de vista de la ciencia y la
genética no parece apropiado. La mayor parte de los críticos que han
hecho esto, rechazan sus ideas sobre el mestizaje y, por supuesto, la idea
de una raza latinoamericana o hispánica superior (ya sea cósmica o no).
Pero esta idea de la superioridad de una raza latinoamericana o hispánica
no es siquiera lo que Vasconcelos tenía en mente, pues la raza que el
ensayo anuncia es una raza completamente nueva. Por otro lado, sus predicciones
de una nueva era de la humanidad quedan sospechosamente
ignoradas. ¿Cómo sería posible presentar argumentos científicos para rechazar
una fantasía utópica? El ensayo de Vasconcelos, obviamente, no es
científico, sino divinatorio e intuitivo, como toda literatura profética, y
como tal debe ser leído.
Es irónico, sin embargo, que ideas similares a las de Vasconcelos fueran
luego propuestas por mentalidades tal vez más metódicas y científicas que
la suya. Tal es el caso del antropólogo francés Pierre Teilhard de Chardin
(1881-1955). En su obra El fenómeno del hombre (escrita en 1935 pero
no publicada hasta 1955), Teilhard de Chardin propone una asombrosa
concepción de la evolución como un proceso de desarrollo desde un estado
material, pre-vital, dentro del cual ocurre un tremendo salto con la
aparición de la vida, luego otro con la aparición del pensamiento o la
mente. Desarrollo que, proyectado hacia el futuro, se dirige hacia una
expansión del espíritu humano a un nivel super-humano apenas concebible
desde nuestra perspectiva pero equivalente a la integración en una entidad
divina. Sus obras, prohibida su publicación por la jerarquía jesuítica, parecen
recientes, ya que no fueron dadas a la luz sino hasta después de su
muerte. Sin embargo, la mayor parte de estos escritos pertenece a la
década de los años veinte y treinta, el período entre las dos guerras mundiales,
y después. No es sorprendente, pues, que haya un marcado parecido,
no solo de fines, sino de ideas, entre este escritor francés y su casi
olvidado contemporáneo, el mexicano José Vasconcelos.
Ambos fueron producto de ese período finisecular y de comienzos del
siglo XX en que se inicia una reacción contra los conceptos puramente
biológicos y materialistas de la evolución según Spencer y Darwin. Ya
Spencer había dividido el desarrollo de la evolución en tres etapas: Inorgánica,
Orgánica y Superorgánica; caracterizadas respectivamente por la
ausencia de vida, la aparición de la vida, y finalmente, la aparición del
pensamiento y la organización social como producto de la aparición del
sistema nervioso; pero este desarrollo es resultado de leyes puramente
mecánicas, es decir, determinadas y fijas. En oposición, Henri Bergson, en
su influyente obra Evolución creativa (1907), propone la teoría de que la
evolución es iniciada y llevada adelante por un "impulso vital" que no
siempre obedece reglas mecánicas sino que es libre y creativo, por lo tanto,
su fin o dirección es impronosticable. Tal teoría soslayaba el problema de
la explicación de cambios tan complejos como el de la transformación de
la materia inorgánica en materia viva y luego en materia pensante, pero
dejaba intacta la interpretación del proceso de la evolución como un proceso
puramente caprichoso.
Por otro lado, teorías como la de Teilhard de Chardin trataron de
asignar un fin preciso al proceso, dándole así, dirección y sentido. Según
su teoría, la evolución llega a un máximo grado de diferenciación con las
especies animales y humanas presentes. Pero en el hombre se inicia un
proceso de integración y síntesis, de lo cual es prueba, por un lado, la
posibilidad de la mezcla biológica de las razas humanas, por otro, la gradual
expansión y unificación cultural de la humanidad. Este proceso, llevado
a cabo en un nivel de desarrollo mental, sugiere un proceso de unificación
que culmina en una síntesis espiritual a un nivel superior a lo humano.
Una base de esta superior unidad se encuentra, pues, en la unificación
racial.
En un ensayo titulado "Las unidades naturales de la humanidad. Ensayo
de esquema para una biología y una moral racial," publicado originalmente
en 1939 y luego incluido en el libro La visión del pasado (The
Vision of thePast, New York, 1957) Teilhard de Chardin, preocupado por
el violento surgir de los nuevos nacionalismos y por las divergentes exigencias
de los diferentes grupos étnicos, propone su hipótesis de lo que él
llama "la confluencia de las ramas humanas." Sus palabras coinciden con
ideas similares expresadas por Vasconcelos en el prólogo a la edición de
1948 de La raza cósmica. Dice Teilhard de Chardin:
No cabe duda que los avances de la humanidad, medidos como un aumento del
poder y de la conciencia, tuvieron lugar en regiones precisas y limitadas de la
tierra. Históricamente, ciertos grupos étnicos se mostraron más progresivos que
otros y formaron la vanguardia de la humanidad. Ahora bien ¿a qué factores
podemos suponer que estos grupos debieron su superioridad? ¿Calidad de "sangre"
y mentalidad? ¿Los mejores recursos económicos y condiciones climáticas?
Cierto, sin duda. Pero también podemos ver algo más. Si nos fijamos cuidadosamente,
veremos que los sitios de desarrollo humano siempre parecen coincidir con
los puntos de encuentro y anastomasis de varias "nervaturas." [En otras palabras,
los puntos de mezcla de diferentes ramas o razas de la especie humana].
Las ramas más vigorosas no son de ninguna manera aquéllas en las cuales algún
aislamiento ha preservado los genes más puros; sino aquéllas en las que por el
contrario la más rica interfecundación ha tenido lugar. Simplemente compárese el
Pacífico v el Mediterráneo tal como eran hace solo un siglo Las colectividades
humanas más humanizadas siempre parecen ser, en ultimo análisis, producto no de la agregación sino de la síntesis. (Subrayado en el texto. Traducción de la ed.cion
inglesa de 1957, p. 206-7).
Esta hipótesis, resultado de su particular interpretación de la teoría de
la evolución, le lleva a proponer la fundación de una moral internacional o
interracial, es decir, universal; que ayude al proceso de síntesis en vez de
obstaculizarlo:
Admitir, de hecho, que una combinación de razas y pueblos es el hecho biológicamente
esperado para que la nueva y más elevada extensión de la conciencia tenga
lugar en la tierra, es al mismo tiempo definir en sus líneas principales y dinamismo
interno, aquéllo de lo cual nuestra acción está más necesitada: una etica internacional
(ibid., p. 211).
Teilhard de Chardin, jesuita y hombre de ciencia de inclinaciones místicas
y teológicas, fue caracterizado como "Uno de los pensadores proféticos
más admirables del siglo, un Aquinas de la era atómica" (Time Magazine,
Oct. 16, 1964, 84: 91-2). Tal vez no sea simple coincidencia, pues,
que Vasconcelos, quien también ensayaba una síntesis tomística para el
siglo XX, hubiera, en los últimos años de su vida, regresado a la fe católica
de su juventud bajo la influencia de amigos jesuítas. Esta acción imperdonable
a los ojos de sus compatriotas anticlericales y aparentemente contradictoria,
es tal vez explicable por esta afinidad subterránea. Algo en la
mentalidad jesuita o católica tiende a la unidad, aun, desafortunadamente,
a expensas de la libertad. Vasconcelos, cuyo punto de vista total tendía
hacia lo místico, vio una oposición básica entre el materialismo individualista,
concentrado en el yo, en el ego individual, y el fin de unidad universal,
de movimiento hacia el Ego. Por lo tanto, escogió regresar al catolicismo.
En toda su vida y su obra vemos un intenso deseo, y también un
fracaso, un fracaso muy humano, de superar esa diversidad de ego y
Ego. Su fe en el catolicismo y en la tradición hispánica fueron expresiones
de este deseo.
Su ensayo La raza cósmica apuntaba también a esa finalidad, porque la
Era Estética que Vasconcelos anunciaba, es nada menos que una era de
expansión de la conciencia humana más allá de los límites que la ciencia y
la lógica que hoy han prescrito. La base de este futuro desarrollo está en un
proceso de integración y síntesis: Integración y síntesis de la personalidad
humana al nivel individual; integración y síntesis de las clases y los grupos
étnicos al nivel cultural y político. En este punto Marxismo y Vasconcelismo
no estaban en realidad tan alejados, pero Vasconcelos temía que la
integración social fuese considerada como un fin en sí misma; como,
simplemente, el fin de aumentar el confort material de las masas y nada
más, cuando, desde su punto de vista, el fin era una total expansión de la
capacidad humana.
Su teoría de la raza cósmica no es simplemente una teoría racial o
sociológica independiente de su obra total. Sus raíces están en el Pitágoras,
una teoría del ritmo y sus principios básicos se encuentran diseminados a
través de toda su obra filosófica, desde la Metafísica y la Estética hasta
culminar en la Lógica orgánica y Todología (Filosofía de la Coordinación);
sistema que debió ser completado con el prometido volumen de la
Mística, que nunca llegó a ver la luz. Pero para una cabal re-evaluación del
ensayo de Vasconcelos se requiere pues, un estudio más detallado de lo
que permiten estas páginas, en las cuales simplemente se han esbozado sus
posibles direcciones.




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Mientras seamos capaces de amar solamente a nuestra familia o nación, seremos incapaces de amar a los demás, estamos limitados por los lazos del cariño y de la patria, cuando hayamos roto los lazos de la sangre y nos hayamos afirmando nosotros mismos y nos bastemos, podremos convertirnos en servidores desinteresados de la humanidad, cuando el hombre ha llegado a ese estado, encuentra que ha ganado a todas las familias del mundo, porque todos seran para el sus hermanos, padres, madres, aquienes debe cuidar y ayudar...Todos Somos Uno



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