MISIÓN
PLANETA AZUL
ZAHI
“Este
no es un mensaje para convencer incrédulos, es un llamado de alerta para
despertar dormidos”.
La
búsqueda
Han
pasado ya varios meses desde que dejé aquel planeta azul, y aquellas personas
que tanto amo. Mi ser ha crecido enormemente por todas las experiencias que
viví allí. Hoy me encuentro escribiendo este informe, no para mis superiores,
sino para mí mismo, o para alguien que algún día en la Tierra pueda llegar a
leerlo. He aprendido mucho sobre el destino del planeta y sé que pocos humanos
saben lo que se avecina, y la razón de ello.
Con
esta historia real que narro aquí, busco recordar todo aquello que me sucedió.
Quizás, si las leyes de la Creación lo permiten, con esta narración algún
humano que ha estado durmiendo pueda despertar y recordar su verdadera misión
en el planeta.
¿Quién
soy yo? Bueno, digamos que soy un habitante del cosmos. No soy como los
humanos. He tenido experiencias que pocos seres han vivido. O si lo han hecho,
ya lo han olvidado. Para algunos soy un extraterrestre. Sin embargo, esta
palabra me hace sentir como un extraño. Comprendo que hago parte de todo y de
todos los seres. Hoy en día me siento más humano que nunca.
Al
comienzo me encontraba allí, en la gran ciudad. Mi apariencia era la de una
persona joven y con vestiduras muy pobres. Rodeado de millones de personas y,
sin embargo, muy solo. Todas ellas conducían con afán sus vehículos, o
caminaban rápidamente por las calles rumbo a su trabajo o estudio. En todo momento recordaba a Zitnia, el lugar
de donde vengo, y el contraste entre estos dos mundos me afectaba
profundamente.
—Jendua,
debes comprender que cada mundo posee lo que necesita— me decía mi guía antes
de bajar a ese planeta—. Cuando estés en la Tierra verás grandes contrastes; no
debes pensar que los terrestres son desafortunados, simplemente están en un
medio en el cual deben aprender. En algunos mundos como este, aun teniendo las
dificultades materiales, el corazón puede ir despertándose hacia las riquezas
espirituales.
Algunos, rodeados de muchos lujos,
erróneamente se sentían grandes. Otros, al no tener las mismas comodidades
materiales que pocos poseían, erróneamente se sentían pequeños. Lo que más me
afectaba era ver en muchos de ellos cómo en su pecho no brillaba la luz amorosa
de su ser interno. Su aura irradiaba levemente un color grisáceo y sus
pensamientos eran muy discordantes. Muy pocos comprendían el verdadero sentido
de la existencia. No entendían el propósito de su paso por este planeta.
Tampoco llegaban a imaginar lo que vendría más adelante, fruto de sus
irresponsables acciones. O quizás lo intuían, pero se negaban a afrontarlo
entregándose a la rutina diaria. Muchos ni siquiera buscaban en su interior a
su guía, ni sentían la presencia de Dios o de la Creación en cada hoja, en cada
árbol, en cada gota de lluvia o en cada átomo del aire que respiraban, ni en
cada ser que les rodeaba. En medio de millones de hermanos, ellos se sentían
seres aislados, individuales, solos... Aún faltaba mucho para que expandieran
su luz amorosa y se hicieran uno con el universo.
—Así
tiene que ser —me explicó mi guía—. En la Tierra y en lugares similares se
aprende de esa manera. Cuando estés allá abajo, los verás imperfectos,
inconscientes de la realidad y del propósito de su existencia. Sin embargo, a
pesar de esto, debes sentir su ser interno, perfecto y puro, irradiarles amor y
darles ánimos para continuar. Debes mirar más allá de lo que la tercera
dimensión te muestra.
Y mi
guía tenía razón. Si yo observaba de la misma manera que ellos lo hacían, sólo
veía injusticia, dolor, egoísmo, ansiedad y soledad. Llegué a sentirme
deprimido y me avergonzaba por eso, pues la depresión es un crimen en el lugar
de donde vengo. Con ella sólo logran irradiarse pensamientos discordantes
impidiendo la ayuda a otros seres y a sí mismo.
Y allí
estaba, en aquel planeta, en mi nueva misión.
—La
Tierra está próxima a una gran cambio cósmico —me había dicho el comandante de
la misión. Eso era lo mismo que me enseñaba mi guía.
Sabía
que el cambio vendría muy pronto y que seres como yo, de varios planetas,
llegábamos a la Tierra a ayudar a nuestros hermanos cósmicos. Esos cambios no
son fáciles y no todos están preparados para afrontarlos. El momento de la
cosecha se acercaba, decían los guías.
Era el punto de convergencia de muchas fuerzas de diferentes dimensiones
en un mismo lugar del universo y en un mismo momento de la evolución. Y algunos
que ya habían sido enviados anteriormente permanecían dormidos. Parece
increíble que un ser que ha estado viajando por innumerables mundos,
aprendiendo y ayudando, al llegar a la Tierra se hubiera olvidado de todo.
—Parte
de tu misión es despertar a Zendor y así ayudar a despertar a otros como él —me
aclaraba mi guía—. Él fue enviado hace muchos siglos y con el tiempo ha
olvidado el verdadero propósito de su misión. Al despertar, el ayudará a otros
a abrir su corazón y a recordar su verdadera identidad.
* *
*
El agua
escurría por las paredes. Algunas ratas caminaban por el piso. El túnel estaba
casi totalmente oscuro. Sin embargo, no tenía temor alguno. Mentalmente
irradiaba de luz la alcantarilla. Imaginaba cómo de mi frente salía un rayo de
luz que llenaba todo, y al hacerlo, así sucedía. Había muchas energías y
pensamientos tristes en aquel lugar. Los niños, los jóvenes y los adultos que
vivían en las alcantarillas inundaban con esos pensamientos aquel sitio.
Irradiando una energía violeta a mi alrededor, lograba purificar el aire
enrarecido y así respirar aire puro.
Caminaba
sigilosamente por allí. Sentía la presencia de tres personas más adelante, a la
vuelta del túnel; eran una mujer, un muchacho y un bebé. Sólo esperaba que mi
disfraz funcionara bien.
Tan
pronto llegué allí, ellos me observaron con temor. Su aura cambió de color de
inmediato, y en sus pensamientos percibí un recuerdo del "Rata"; así
llamaban al asesino que recorría estos lugares. Normalmente estos jóvenes de
las alcantarillas mantienen una hermandad entre ellos. En estas profundidades,
bajo esta gran ciudad, se sienten protegidos del frío y del desprecio de sus
habitantes. Pero últimamente había un loco que recorría las alcantarillas y
asesinaba a todo aquel que se cruzara en su camino. Y estos tres seres pensaban
que yo podría ser aquel desquiciado.
Para
calmarlos, concentré mi mente en pensamientos de amor y utilicé el sonido para
que esta energía tuviera más poder. Comencé a silbar una suave secuencia de
notas que resonaron en el interior de esta alcantarilla. Las paredes empezaron
a irradiar una luz rosa y el aire se llenó de un agradable aroma de
flores. Aun cuando ellos no tenían la
capacidad de percibir este hermoso concierto de luces y vibraciones, sí sentían
esa energía de paz y amor, y se tranquilizaron. Su aura se tornó mas estable y
armónica.
Me
acerqué a ellos y los saludé. Pude notar cómo el bebé que la señora apretaba en
sus brazos tenía un aura muy brillante. En su pecho vi claramente una gran
irradiación y al observar su aura, en mi mente aparecían imágenes de un hermoso
planeta cerca de las Pléyades, lleno de seres amorosos. Comprendí en ese
momento que aquel era un ser muy valeroso que había escogido nacer en ese
ambiente hostil. Seguramente tenía alguna misión muy especial para desarrollar
en años futuros en la Tierra ya renovada.
—¿Quién
es usted? —me preguntó la mujer, aún un poco preocupada con mi presencia.
—Me
llaman Toto —le dije—. No he comido nada hoy y tengo hambre. ¿Tienen algo que
pueda comer?
Ella me
observó detalladamente y, como le agradé, le pidió al joven que la acompañaba,
su amigo, que me diera algo de lo que habían recogido hacía unos instantes allá
arriba, en la basura.
En ese
momento me arrepentí de haber tratado de parecer tan natural pidiendo algo de
comer. El muchacho sacó de una bolsa plástica sucia un gran pedazo de pescado
maloliente. Me lo ofreció y tomé sólo una porción muy pequeña. La irradié de
mucha luz hasta que su mal olor desapareció y su estructura molecular cambió.
¡Nunca había comido algo así! Lo probé sólo una vez, y tan pronto como pude me
deshice del resto sin que se percataran de ello.
Luego
de una corta conversación con ellos, me despedí dando las gracias y seguí
adelante aquel lugar. Sentía algo de las vibraciones de Zendor allí, pero no me
era fácil precisar dónde estaba. Había pasado por ahí, pero no sabía cuándo
había sucedido.
Por tal
motivo salí a la superficie. El cielo estaba un poco nublado. La gente pasaba a
mi lado y, aun cuando aparentemente no me observaban, en su mente no podían
dejar de lado la imagen temerosa que les causaba mi triste aspecto. Caminé por
una calle hasta un parque. Busqué un sitio alejado y tranquilo, me senté entre
algunos árboles, donde percibía una energía muy bella. ¡Ah!, si los humanos
sintieran realmente el ambiente de alto nivel energético que crean los árboles,
sus ciudades no tendrían edificios, sino bosques, y vivirían rodeados de hojas
y cortezas.
Cerré
mis ojos, controlé mi respiración y me cubrí de una atmósfera de luz. Comencé a
sentir la presencia de Dios en todo lo que me rodeaba; en cada hoja de cada
árbol, en cada átomo de aire que respiraba y en cada gota de agua que flotaba
allá arriba, en las nubes, próximas a caer sobre la ciudad. Llevaba varios días
sin comunicarme con mi guía y necesitaba escuchar sus consejos.
Sentí
cómo mi cuerpo en tercera dimensión se iluminaba. Me transformaba en luz y ya
la materia no me controlaba más. Como una gran esfera de energía me expandía
por toda la ciudad. Sentía a todos sus habitantes y a la presencia divina que
hay en cada uno de ellos. Sentía el amor que nos une en este estado de
conciencia. Así mi mente se elevaba aún más. Me vi en el espacio exterior a la
Tierra. Vi las naves de la flota a la que pertenezco; no me detuve allí. Sentía
que ese día sí podría comunicarme con mi guía espiritual en dimensiones
sutiles, por lo tanto no debía tratar de contactar a mis compañeros de la flota
espacial, sino tratar de ascender más y más.
Me vi
viajando por un túnel de luz blanca y llegar a un lugar luminoso, lleno de
armonía. Estaba allí, en esa dimensión. Sentí la presencia de mi guía y observé
su rostro, o la imagen que él proyecta hacia mí para ayudarme en la
comunicación. Lo vi con su cabello y barba blanca y con su hermosa sonrisa.
—¿Cómo
estás, amigo mío? —me preguntó.
—Muy
bien —le respondí—. Un poco triste de no haber podido hablar contigo antes.
Como ya sabes, no he hallado a Zendor. Sólo encuentro personas con muchos
problemas, seres encerrados en lugares lúgubres. Y otros, también prisioneros
en sus temores, ansiedades y deseos materiales.
—Debes
irradiarles mucho amor —me dijo mi guía—. Nosotros desde estas dimensiones
hacemos lo mismo, pero esa energía no puede descender completamente, pues han
creado una gran coraza alrededor del planeta y alrededor de sí mismos. Al tú
estar allí, en su dimensión, puedes canalizar esas energías y ayudar a elevar
el nivel vibratorio de su planeta y así permitir que la transición hacia el
nuevo estado se produzca de una forma más suave.
Mientras
mantenía esta comunicación con mi guía, alrededor mío comenzaba a cambiar el
clima. Una suave lluvia caía sobre mi cuerpo. Esto me desconcentró un poco y
tuve que despedirme de él. Volví a despertar en mi cuerpo y me vi entre los
árboles. Me sentía feliz de haber podido contactar a mi guía nuevamente. Sentía
una gran alegría que llenaba todo a mi alrededor. Veía las gotas de agua
luminosas y cómo limpiaban todo el ambiente. El aire se tornó más fresco y
puro. Esperé un poco más a que cesara la lluvia y salí del parque, de regreso a
las calles y a la búsqueda de Zendor.
Una nueva familia
— No me
importa que digas. ¡Debiste pensar en eso antes!
—¿Si?
Cómo puedes ser tan injusta conmigo. Todo lo que me he esforzado por esta
familia, ¿y así me lo pagas?
Escuchaba
en mi mente esta discusión. Me detuve frente a una lujosa casa y me concentré
en los pensamientos que llegaban a mi. Logré penetrar con mi imaginación dentro
de ese hogar. Allí veía a una pareja discutiendo.
—¿También
me acusarás nuevamente de la muerte de nuestro hijo?
—Tú no
lo amabas y él lo sentía. Esa falta de amor lo obligó a suicidarse.
Era muy
fuerte el conflicto de ese hogar. Traté de descifrar que había pasado. Me
concentré más y más y pude apreciar algunas escenas. Vi a un joven de unos 22
años, rubio y muy sensible. Era su hijo. Él estudiaba en una prestigiosa
universidad de esta ciudad. Sentía enormes presiones para obtener buenos
resultados en sus estudios. Sus padres, por dedicar muchas de sus energías a
conseguir más bienestar económico, habían descuidado brindarle cariño. Y él,
deseando ser objeto de su amor, pensaba que podría complacerlos y recibir de
ellos ese sentimiento ausente, obteniendo un nivel alto en el centro académico.
Pero no marchaba bien en la universidad. Su ansiedad bloqueaba su mente y
sus temores no le permitían conectarse a
la sabiduría del universo. Al no poder cumplir con el reto de ser excelente en
el estudio, se sintió defraudado con la vida y decidió quitársela. ¡Qué gran
error!
Quizás
si aquel joven hubiese comprendido que el amor está en todo y en todos; si
hubiese percibido el amor profundo que existe en la naturaleza y en cada ser;
tal vez si hubiese abierto su corazón y dejado entrar la luz de los seres de
planos superiores, ese amor habría superado el de sus padres y sería un joven
íntegro. Sin embargo, no había ocurrido así. La vida es un milagro del Creador
que hay que respetar, pero él no lo comprendió así.
—Él
debe aprender con sus propias experiencias, y más adelante tendrá una nueva
oportunidad para encontrar ese camino de paz y de luz —me habría dicho mi guía
si estuviera allí aconsejándome.
Me
preocupaba ese hogar. Sabía que esta familia también debía aprender con sus
propias experiencias. Sin embargo, no podía estar indiferente ante aquello.
Debería contribuir de alguna manera. Zendor podría esperar un poco más. Quizás
una ayuda rápida y luego continuaría con mi misión.
Por eso
decidí involucrarme en una corta misión adicional. Estaba dispuesto a colaborar
en este hogar. Sabía que no podía intervenir, pero sí ayudar; esa es la ley del
universo. Sin embargo, ¡cuán difícil es encontrar la línea divisoria entre
ayudar e intervenir! ¿Cómo puedo ayudar sin intervenir?
Me
escondí tras el muro de un jardín. Me senté en posición de meditación. Me llené
de luz. Invoqué las fuerzas de la naturaleza y transformé la estructura
molecular de mi cuerpo. Torné mi cabello de un color más claro y el aspecto de
mi rostro parecido al de aquel muchacho universitario que ya no estaba en ese
hogar. Mi ropa la mejoré mucho, ya no como la de un pordiosero, pero sí como la
de alguien de escasos recursos económicos. Cuando estuve listo me puse de pies y
caminé hacia la puerta de aquel hogar.
—Carlos,
Carlos, se llamaba Carlos —repetía en mi mente.
Luego
de timbrar en la puerta, la madre del difunto Carlos salió a mi encuentro.
—Buenos
días, señora, mi nombre es Luis Carlos. Yo limpio vehículos en este vecindario
y me preguntaba si usted desearía que limpiara el suyo.
Aquella
señora muy confundida retrocedió ante mi presencia. Por un momento le
impresionó ver a alguien tan parecido a su hijo. Estuvo en silencio por un
instante que pareció una eternidad. Finalmente, con voz temblorosa me
respondió.
—Bueno...
realmente nuestro carro necesita una buena limpieza. Me gustaría que lo
hicieras.
—Gracias,
señora. Si gusta, por favor, alcánceme la manguera que tienen en su patio, la
conectamos allí y le lavo su vehículo.
Ella
entró apresuradamente, conmocionada por mi aspecto. Ni siquiera se dio cuenta
de que yo, sin contar con una justificación, sabía que tenían una manguera en
su patio, o sin pensar en confirmar si realmente yo era alguien conocido en ese
vecindario.
—Antonio,
Antonio, ven.
Su
esposo, aún molesto por la discusión que acababan de tener, se acercó extrañado
a ella.
—¿Qué
sucede?
—Un
muchacho desea lavar nuestro carro, pero...
—Pero
¿qué?
—Mejor
míralo por ti mismo.
Intrigado,
Antonio salió. Al momento de verme se sorprendió también. Por un instante vi en
su aura un resplandor rosa de mucho amor, pero muy distorsionado por el dolor
de la pérdida de su hijo. Por momentos en su mente pensó que era su hijo que
volvía misteriosamente del más allá. Sin embargo, luego sintió mucha
desconfianza y tornó su aura un poco más oscura.
—¿Quién
eres tú? ¿Qué deseas de nosotros?
—Me
llamo Luis Carlos —le contesté—. Sólo deseo lavar su vehículo, si usted está de
acuerdo.
Lo miré
profundamente a sus ojos. Irradié con mucho amor su mente y esto le ayudó
bastante. Llegó a sentirse un poco incómodo y dio un paso atrás. Retiré mi
mirada de él. No quise presionarlo demasiado a aceptar mi proposición.
Él se
detuvo a pensar por un instante y luego, al sentir mucha confianza en mí,
aceptó que lavara su vehículo.
—Muy
bien, hazlo. Dime si necesitas algo —me dijo.
Mientras
hacía la limpieza, percibía desde el interior de auto energías muy fuertes.
Había mucho dolor impregnado allí. Al agua con que lavaba el vehículo la cargaba con una energía color violeta, muy
brillante. Esto elevaba su nivel vibratorio y transformaba ese dolor y tristeza
en consuelo y esperanza.
Si los
humanos pudiesen ver y sentir las energías que dejan sus pensamientos y
sentimientos en todo lo que les rodea, quizás evitarían ensuciar psíquicamente
su medio ambiente. A veces comparaba a los seres de planetas de tercera
dimensión, como la Tierra, con ciegos que botan basura que no pueden ver y sí
sufrir los daños que causa el mal olor y las bacterias que produce. No es
posible evitar la basura o recogerla si uno no es consciente de que existe. No
los culpaba por eso. Quizás si hubiese escogido nacer en algún cuerpo de un ser
de este planeta, a cambio de venir en mi propio cuerpo temporal, pasaría las
mismas experiencias y penas que ellos pasan. Quizás hasta estaría tan dormido
como Zendor.
Antonio
salió con su esposa, Clara, a ver cómo iba mi trabajo, aunque más interesados
en lo que yo hacía, estaban intrigados por saber quién era yo.
—Muy
bien, muchacho —me decía él—, límpialo por este lado también.
Ellos
me observaban fijamente. Aún estaban sorprendidos por mi aspecto. Cuando
terminé, me invitaron a pasar a su casa y me ofrecieron comida. Nuevamente tuve
que cambiar el contenido molecular de los alimentos, y así poder digerirlos,
aunque ahora fue más fácil.
—¿Y
dónde vives, Luis Carlos?
—Temporalmente
estoy cerca de las colinas. En el barrio de invasión.
—¿Vives
solo, o con tus padres? —me preguntó ella.
—Estoy
solo en esta ciudad. No tengo amigos, aunque busco a uno que lo será dentro de
poco.
Ellos
sentían el deseo inmenso de abrazarme y decirme, hijo mío, bien venido a tu
casa. Sin embargo se contenían, pues sabían que yo era solamente un espejismo
salido de la nada. Aunque el aspecto mío era muy parecido al de su hijo
ausente, yo tan sólo era un extraño.
En ese
momento, por un instante, recordé las enseñanzas de mi guía. Él me explicaba
cómo en el nuevo estado, en el que la Tierra estará más adelante, todos los
seres se amarán profundamente; no se sentirán tan aislados, y el dolor y la
pobreza de sus semejantes los experimentarán como suyos. No habrá más mendigos
en las calles, no más gente sin hogar. Todo aquel que tenga algo lo compartirá
con sus semejantes, y así el dolor pasará. Y sentirán como si todos los seres
de la Tierra fuesen sus hermanos más queridos, sus hijos preferidos, o sus
padres amorosos. Lástima que no todos los seres de este planeta estén
preparados para permanecer en la nueva Tierra.
—Cada
cual está en el lugar donde debe estar —me decía frecuentemente mi guía.
En ese
momento llegó alguien más.
—¡Hola!,
¿hay alguien en casa? —dijo una bella joven de unos 18 años que entró en el
comedor.
Al
entrar y verme sentado en la mesa al lado de sus padres, gritó con mucho
horror. Ellos se pararon apresuradamente para sostenerla y evitar que se
cayera. Su energía fue inmensa y toda la habitación se iluminó. Tuve que cerrar
mi campo áurico para evitar que su descarga energética me afectara.
—Andrea,
ven, siéntate. Él es un muchacho que vino a lavar el automóvil. Se llama Luis
Carlos. Vive no muy lejos de aquí y lo invitamos a comer.
—¿Quién
eres tú? ¿Eres Carlos?
Ella me
miraba con mucho temor. Le envié un haz de luz verde para equilibrar todo su
cuerpo y así ayudarla a sobrellevar más fácilmente la impresión que le causaba
mi aspecto tan familiar.
—No,
hija, él no es Carlos. Tú sabes que tu hermano murió hace más de un mes. Él se
llama Luis Carlos, pero son una coincidencia su aspecto y su nombre.
Clara,
la madre de Andrea, me dijo en ese momento:
—Muchacho,
discúlpala, pues a ella también le ha impresionado mucho tu aspecto. Tuvimos un
hijo que falleció hace un tiempo y se parecía mucho a ti. Él era algo mayor que
tú. Le quisimos mucho y su muerte nos afectó mucho.
—Lo
siento. No quise causarles alguna inquietud —les dije—. Y fui sincero al
decírselo, pues en ese momento me di cuenta de que, por pretender entrar en su
círculo familiar por poco tiempo, pareciéndome a su hijo, les causé muchos
desequilibrios emocionales. No sabía si mi guía estaría en desacuerdo conmigo
por aquel episodio; aunque ellos no lo compartan, sí respetan cualquier
decisión que yo tome y me permiten aprender de sus consecuencias.
—Tengo
que marcharme —les dije.
Salí de
la casa y Antonio me siguió hasta el jardín.
—Luis
Carlos, espera. Tengo que pagarte por el lavado de mi vehículo. Me gustaría que
volvieras en tres días. Para entonces podrías volverlo a lavar.
—Muy
bien, señor. Muchas gracias.
Salí de
allí y continué mi camino. Un poco preocupado por saber si hice bien o mal. Al
poco tiempo traté de olvidar lo sucedido. Caminé por la ciudad, tratando de
sentir la energía de Zendor en algún muro, en un andén, o percibir sus
pensamientos. Pero no hallaba nada aún.
* * *
Me
encontraba nuevamente entre los árboles, meditando y concentrado. En esta
ocasión deseaba hablar con el comandante de la misión. Era hora de presentar mi
informe. Sabía que ellos seguían ocasionalmente mis acciones. Era sencillo para
ellos. Bastaba dar al computador de la nave la clave tonal vibratoria de mi
aura, y este fácilmente me localizaba y,
luego, a través de su cámara de proyección remota, podrían ver y
escuchar todo lo que sucedía a mi alrededor. De esa forma me vigilaban con
cierta frecuencia para protegerme, aunque nada garantizaba que no pudiera tener
problemas; solo la ley universal de causa y efecto me regía y debía ser
responsable de mis actos. Cualquier problema que se presentara, si ellos lo
conocían con anticipación, podrían desmaterializarme y llevarme de regreso a la
nave. Sin embargo, siempre había riesgos difíciles de prevenir en un planeta de
tercera dimensión como este. Me sentía más seguro y protegido bajo el manto
invisible de mi guía y tras el escudo de la entereza de seguir con mi misión,
que bajo la mirada constante de mis amigos del espacio.
—Hola,
Jendua. ¿Cómo te sientes hoy?
—Muy
bien, comandante —le dije.
Resultaba
más sencilla la comunicación telepática con mis compañeros de la Confederación
del Espacio que con mi guía espiritual; al fin y al cabo ellos se encontraban
en un nivel vibratorio más bajo.
—Estuvimos
viendo lo que sucedió en la casa donde estuviste. Pensamos que fue muy
arriesgado.
—Lo
siento —le dije.
—Sin
embargo —me dijo, continuando con su mensaje que retumbaba en mi mente—,
consideramos que algo bueno trajo todo esto. Uno de nuestros guías espirituales
ha detectado que hay alguna conexión entre ellos y Zendor. Pensamos que debes
volver y continuar con tus investigaciones. Ellos te conducirán a él.
Era
increíble cómo toda la tecnología del espacio, más la capacidad de los guías
para trascender en las diferentes dimensiones del espacio-tiempo, eran
insuficientes a la hora de buscar a alguien como Zendor. La capa psíquica sobre
la Tierra, causada por los pensamientos de energías densas de sus habitantes,
más el hecho de que Zendor se había alejado del camino ya trazado, hacían casi
imposible localizarlo. Sin embargo, al estar yo allí, servía como de puente
para canalizar esas energías y abrir túneles interdimensionales y buscar como
una nave “rastreadora” en cada rincón por donde paseaba. Estas naves son
aquellas de pequeño tamaño sin tripulación que usábamos teledirigiéndolas para
investigar lugares agrestes en distintos planetas.
—Tenemos
la sensación —continuaba diciendo mi comandante— de que la hija de ellos, Andrea,
posee algún contacto con Zendor. Investígalo.
—Así lo
haré.
En esos
momentos tuve que suspender mi comunicación telepática con mi nave nodriza.
Escuché los pasos de alguien a mi lado. Abrí los ojos y pude ver cerca de mí a
un perro que se acercaba con curiosidad, olfateándome y quizás buscando algo de
comida por ese lugar. Tenía el pelo un poco opaco y la mugre le daba un aspecto
pegajoso; era un perro callejero.
Lo
observé fijamente, sentí su energía y cómo ella estaba conectada a toda la
Creación. Le envíe un pensamiento de amor. En esos momentos se acercó más y se
sentó a mi lado. Lo estuve consintiendo por unos minutos. Él se sentía muy
confortable con mi presencia; no le causaba ningún temor.
* * *
Luego
de tres días de una larga espera, ansioso regresé a la casa de aquella familia
que todavía sentía el dolor de la pérdida de su hijo. Si realmente pudiesen
descubrir esa conexión universal que hay entre todos los seres, aún podrían
percibir a Carlos, su hijo, y darse cuenta de que la muerte física sólo es el
umbral hacia otro estado y que nadie muere al morir.
Llegué
apresuradamente a aquella casa de jardines llenos de flores. Volví a
transformar mi aspecto externo, el mismo que había creado en mi cuerpo
anteriormente, aquél que me hacía parecido a Carlos. De ahí en adelante mantuve
esa apariencia, al menos cuando me encontraba con ellos.
Al
llegar cerca de la puerta, vi a Andrea. Estaba inclinada sobre unas flores.
Arreglaba el jardín que ya presentaba síntomas de descuido. Observé en su hermosa
aura un tono brillante. Era como si en ella hubiese sucedido una
transformación. Comprendí que mi presencia había hecho algún cambio en ellos.
—¡Hola!
—me saludó mientras se incorporaba acercándose hacia mi. Su sonrisa era muy
bella, su cabello brillante reflejaba mil rayos del sol del medio día y sus
ojos verdes tenían un brillo misterioso.
Por un
momento me quedé observándola. Su mirada me impactó profundamente. A través de
ella casi lograba entrar dentro de su alma y tocar suavemente y con dulzura su
ser interior. ¡Cuán bella era esta joven! Algo en ella me resultaba familiar,
muy familiar. Era como encontrar a alguien que siempre ha estado en mis
recuerdos, alguien que lleva mucho tiempo ausente, pero al mismo tiempo,
alguien misterioso que no revela su identidad. Más adelante averiguaría con mi
guía sobre ella, pero él nada me revelaría, al menos no al comienzo. Mi guía
mantendría el mismo misterio y hermetismo que aquellos ojos verdes que tenía
frente a mí.
—¡Hola!,
Luis Carlos —me saludó su madre que llegaba al jardín, interrumpiendo ese
momento de conexión interior con aquel hermoso ser.
Ambos
salimos de nuestro ensueño y volvimos a observar nuestra apariencia exterior.
Aquel encantamiento de escasos segundos se desvaneció, pero permanecería una semilla
que, con el tiempo, generaría en nosotros mucha inquietud.
—¡Hola!,
señora —le dije, con voz temblorosa.
—Llámame
Clara, por favor. Estábamos esperándote. Ven, te quiero mostrar algo.
La
seguí hasta dentro de la casa. Andrea nos acompañó. Entramos en una habitación
de paredes azules, donde había un ambiente ligeramente pesado. Se sentía
tensión y frustración allí. Clara sacó del armario un grupo de vestidos y ropa
que ya había seleccionado previamente. Era la ropa de Carlos, el difunto hijo,
al menos ropa que ellas consideraban que no era necesario seguir guardando
inútilmente allí.
—Queremos
obsequiarte esta ropa —me dijo la madre de Andrea—. Era de Carlos, nuestro hijo
que falleció recientemente. Creemos que es de tu talla y te puede servir más que
a nosotros ahora.
Ella me
ofreció una chaqueta de cuero para que me la midiera. Al tomarla en mis manos
sentí una energía fuerte que subía por mis brazos y trataba de recubrir mi
campo áurico. Tuve que controlarla con mi mente. Inmediatamente se transformó
en una radiación más amable y pude ponérmela. En realidad la chaqueta me
quedaba bien. Me hacía parecer menos a un joven de escasos recursos, pero eso
no importaba, pues mi propósito era encontrar a Zendor y por medio de Andrea
podría lograrlo. Mi apariencia ya no tendría importancia, lo que importaba
ahora era mantener la confianza que había ya obtenido en esta familia.
—Le
agradezco mucho, señora. Esta ropa es muy bella. Ya no sentiré tanto frío en la
calle.
—Debes
cuidarte, pues el lugar donde vives no es muy seguro —me dijo Andrea mientras
me observaba con sus ojos profundos y misteriosos.
—Yo sé
protegerme —le respondí—. Allí hay hombres rudos, pero sé manejarlos. Creo que
trataré de no usar mucho la ropa más elegante delante de ellos para no despertar
su envidia.
—Luis
Carlos —me dijo Clara. Se detuvo por un momento. En su mente sentí la duda que
tenía para decirme algo que quería sacar de su corazón, pero su intelecto le
pedía prudencia, pues al fin al cabo aún yo resultaba ser un extraño para ellos.
Su rostro tenía ya algunas arrugas y su aura los destellos del dolor causado
por las angustias de días pasados. Sin embargo, como la joven Andrea, su aura
tenía un mejor aspecto que el del primer día en que nos conocimos. Algo
comenzaba ya a cambiar. Eso me alegró mucho, pues de una manera u otra estaba
ayudándoles a pasar esos malos momentos.
Luego
de una pausa casi eterna me dijo:
—Luis
Carlos, deseamos que estés bien. Que te cuides y logres cada día ser mejor.
Queremos que sepas que en esta casa tienes amigos que te quieren y te pueden
ayudar cuando lo necesites. Puedes volver frecuentemente a lavar nuestro
vehículo. Aquí encontrarás trabajo. Solo te pedimos que seas muy sincero en
todo. Esperamos que nos digas si algo está mal o si requieres algún consejo que
te podamos dar. También deseamos que no hagas mal uso de la confianza que te
estamos dando.
Al
escucharla decirme esto, sentí como si ella estuviera hablándole a su hijo y no
a un extraño. Era una segunda oportunidad que la vida le daba para decir lo que
no había dicho, y hacer lo que no había hecho con su hijo. Por un momento me
sentí incómodo, pues yo parecía ser más su hijo que aquel extraño que llegaba a
su casa a buscar trabajo. Sentí mucha responsabilidad sobre mis hombros. Sin
embargo, la responsabilidad de encontrar a Zendor era mayor, y algunas veces me
despertaba de aquel sueño de novela que me envolvía y aquella joven que aún me
intrigaba ¡Qué bellos eran los
humanos cuando amaban de esa manera! Tan sólo si pudieran extender ese amor a
toda la humanidad…
Y en
realidad seguí regresando con frecuencia a ese lugar. Salía todas las mañanas
de la casa que había conseguido en un barrio sencillo, en las colinas que
rodeaban esa ciudad terrestre. Había hecho ya algunos amigos en aquel
vecindario y nunca tuve problemas con nadie. Sabía que mi aura irradiaba una
atmósfera de tranquilidad a mi alrededor y eso era suficiente para protegerme.
La vida en este planeta me sonreía, pero aún no lograba hacer aquello que
evitaría tenerme más tiempo atado a ese sitio. Aquel ser del espacio, nacido en
la Tierra, no aparecía aún.
Un día,
cuando regresé al parque y entre los árboles donde encontraba las energías de
la naturaleza adecuadas para lograr la comunicación con los niveles
espirituales altos, pude volver a contactar a mi guía. En aquella ocasión me
explicó lo que sucedería a la Tierra en los próximos años. Ya había escuchado
de él algunos comentarios aislados, pero no toda la historia.
—Primero
hay que entender la estructura de la galaxia —comenzó explicándome mi guía—. La
galaxia en la cual el sistema solar se encuentra, tiene dos haces de radiación
opuestos entre sí, los cuales giran enviando hacia el exterior bandas
energéticas que elevan el nivel vibratorio de las estrellas que la conforman.
Tú sabes que las estrellas, los planetas y todos los seres del universo son
manifestaciones de esa energía universal, son manifestaciones de la Creación, o
Dios, como le llaman en la Tierra. Cada uno está en un nivel vibratorio dado, y
cuanto más alto sea, más cerca de Dios se encuentra. Por ese motivo te
recomiendo mantener cada vez más alto tu nivel de conciencia, para que puedas
evolucionar. Al girar el centro de la galaxia, esa irradiación de las bandas
opuestas que te mencioné, crea una estructura espiral. Entre muchos planetas de
la galaxia, la Tierra fue escogida por su localización. Dentro del plan divino
se convino poblar el planeta con vida que pudiera contener a los seres que
quisieran evolucionar más rápidamente al enfrentarse a las dificultades de las
dimensiones inferiores. Al girar el haz de radiación, este se irá acercando
hacia el sistema solar. Por esto el nivel vibratorio ascenderá en la Tierra y
sus habitantes tendrán que hacer lo mismo. Este planeta está entrando en una
zona de alta radiación y grandes cambios se están produciendo; la mayoría de
ellos no son percibidos por sus habitantes.
—Debido
al mal manejo de los pensamientos, los seres humanos han creado un clima de
energías de bajo nivel vibratorio en todo el planeta. Ellos aún no han comprendido
totalmente que su comportamiento individual afecta el comportamiento global.
Son como células de un cuerpo, un cuerpo que está enfermo. Por siglos ellos han
venido llenando de esas energías densas el ambiente que los rodea.
—Cuando
la Tierra avance aún más hacia las zonas de mayor vibración, todos los seres
del planeta recibirán una aceleración intensa, y aquellos que mantengan todavía
ese nivel bajo, no podrán resistir. Su cuerpo no podrá contenerlos más y su
espíritu saldrá expelido a través de túneles interdimensionales hacia planetas
de niveles bajos; a los que realmente pertenecen.
—Es muy
importante que los habitantes del planeta Tierra se llenen de amor en sus
corazones, pues este será el boleto de entrada a la nueva dimensión de la
Tierra. Tú debes irradiar esa energía que puede ayudar a que algunos
despierten, se conozcan a sí mismos y recuerden su misión en este planeta, y
comprendan qué deben hacer para ayudar a otros en este momento. Pero no puedes
obligarlos a cambiar; ellos mismos deberán hacerlo.
—Se
acerca el momento de la cosecha. Los frutos deberán ser recogidos. Varios
problemas se presentarán en la Tierra, pero de ellos mejor te hablo más
adelante. Es importante un cambio global
y este no se logra sin un cambio interior y personal. Muchos seres como
Zendor y tú deben ayudar a que esto suceda.
—La
humanidad pasa la etapa de aislamiento —me dijo—. Ellos están aislados del
universo, de la Creación y de sí mismos. La raza humana, en su nivel actual de
desarrollo, tiene la equivocada sensación de estar aislada. Aún no captan esa
conexión invisible a sus ojos. Paradójicamente, también viven con la falsa
percepción de posesión, pero esto realmente es una fantasía temporal del estado
de conciencia en el cual viven. Se sienten dueños de la tierra que pisan, crean
fronteras existentes más en su mente que en la realidad del universo. En su
aislamiento requieren sentir que poseen algo para llenar ese vacío de la
soledad. Se sienten dueños de sus familiares, de las formas materiales que los
rodean y hasta del conocimiento que creen adquirir. Ese es un paso natural en
planetas de este tipo. Es un escalón necesario dentro de la etapa de
aprendizaje hacia el nuevo estado donde vivirán más conectados entre sí.
—La
Tierra es un organismo viviente, como lo son todos los astros del universo. Los
seres humanos son células de él. Si las células están sanas, ese organismo
estará sano. Más adelante comprenderán que la violencia, el poder, el deseo de
obtener más que los demás, y las guerras, son sólo manifestaciones de esa
soledad, en busca de algo que les dé el apoyo que tanto necesitan. Cuando
sientan la conexión que hay entre todos los seres del universo, ya no
combatirán más, pues no podrán hacerse daño a sí mismos. La soledad habrá
desaparecido, pues estarán unidos entre sí. Un cuerpo sano no destruye parte de
su cuerpo. Tu mano derecha no asesina tu mano izquierda si estás en armonía.
Igualmente, la Tierra llegará a este estado de madurez y vivirá con salud,
salud cósmica.
—Actualmente
tú puedes notar grandes cambios que están presentándose en el ámbito geofísico,
cambios del clima, calentamiento de la atmósfera, transformaciones del
ecosistema, conflictos sociales… Esos son sólo los síntomas de una enfermedad
temporal. La Tierra, como organismo viviente, se recuperará luego del periodo
de limpieza y tendrá salud. Seres que sepan convivir en el nuevo estado
vibratorio estarán haciendo parte de ella.
Luego
de finalizar mi guía sus enseñanzas de ese día, le pregunté por Andrea.
—Amigo
mío —le dije—, quisiera saber quién es ella. ¿Por qué siento que la conozco?
¿Hemos vivido en otro lugar juntos? ¿Qué hay tras esa mirada dulce y cuál es el secreto que esconde?
Como
muchas veces lo hacía, mi guía no respondía directamente a mis preguntas:
—Todas
las respuestas están dentro de ti, Jendua —me dijo—. Deja que ellas afloren a
su tiempo. La fruta no cae madura del árbol a tu mano cuando tú lo deseas, sino
cuando ella está lista para hacerlo.
Zendor
Estaba
finalizando ya la tarde. Me encontraba en un barrio donde las personas viven
humildemente. No era aquel barrio donde yo había conseguido un sitio para
vivir. Era un lugar sencillo, con personas sencillas; algunas de ellas muy
especiales. Me conmovía ver los grandes contrastes en esta ciudad. Imaginaba
que todo el planeta Tierra era similar. Había personas con mayores comodidades
económicas que otras. Una gran brecha separaba a este barrio de aquel lugar en
el que vivía Andrea y su familia, aquella que ahora sentía muy cerca de mi
corazón.
En
realidad me conmovía ver la gran variedad de estados evolutivos en este
planeta. Esto no dependía de clases sociales u otras trivialidades materiales.
Algunas personas tenían auras brillantes e irradiaban una energía amorosa de
alto nivel; algunos de ellos eran verdaderos maestros, con experiencias en
muchos lugares y capaces de lograr grandes cosas; muchos de ellos, aún
inconscientes de su nivel, misión y origen. Me sentía sencillo y humilde ante
estos seres.
Otros,
sin embargo, eran menos evolucionados. No habían tenido la mismas experiencias
previas o al menos no se habían esforzado por aprender de ellas.
—Vienen
de distintos lugares —me había dicho mi guía antes de iniciar mi misión—. La
Tierra es un lugar de convergencia de varias fuerzas. Es un planeta en proceso
de cambio. Allí verás seres de diferentes estados evolutivos, conviviendo y
aprendiendo unos con otros. Esto es permitido por las leyes cósmicas en
planetas en transición y próximos a dar un salto en su evolución.
—Allí
hallarás seres que en su ignorancia destruyen la vida física de otros seres.
Encontrarás algunos que en su afán de poder, esclavizan, martirizan o dañan.
También hay aquellos que destruyen su entorno y hacen que el medio ambiente se
resienta. Estos seres han venido de planetas donde este tipo de circunstancias
y acciones son normales. Son planetas de niveles evolutivos bajos, donde esta
es la forma de coexistir.
—En el
mismo lugar encontrarás seres de altos niveles evolutivos; muchos superiores al
tuyo. Ellos también han nacido en la Tierra para aprender. Estos seres han
descendido voluntariamente para llevar a cabo una misión de ayuda. Casi todos
ellos aún no recuerdan de dónde vienen y para que están ahí. Sin embargo, con
el tiempo irán despertando.
—Un
nuevo tiempo se acerca para la Tierra. Es un amanecer donde la luz cubrirá a
todo el planeta y a sus habitantes. Es una luz espiritual que elevará el nivel
vibratorio hacia el amor y la convivencia pacífica. En este amanecer habrá
quienes despierten antes que otros. Son aquellos quienes irán ayudando primero
a labrar la nueva tierra para que las semillas del amor universal germinen.
Habrá quienes no estén preparados para este amanecer, y por haber permanecidos
dormidos por mucho tiempo, la luz del alba de la nueva Tierra los deslumbrará y
no podrán permanecer allí. Deberán ser trasladados a lugares aptos para su
evolución, luego de la cosecha. Sólo en ese momento podrán separarse las
semillas, según su desarrollo espiritual.
—Aquellos
seres de gran amor y sabiduría que están aún durmiendo en la Tierra y que no
han recordado su origen y misión, al convivir con otros seres que causan daño,
experimentarán un gran conflicto y se sentirán desadaptados. Será como estar en
un lugar al que no se pertenece. Y a las acciones de los seres menos
evolucionados las juzgarán como “maldad”.
—Amigo
mío —me dijo—, debes comprender que la “maldad” no existe en el universo.
Aquello que algunos llaman “maldad” es solo la ignorancia. Si un ser destruye
la vida material de otro ser, o lo esclaviza de alguna manera, está
desconociendo las leyes universales, leyes de la Creación, que lo llevarán a
padecer una situación igual a la que causa. Por lo tanto, ese ser que hace
daño, es un ignorante y desconoce que es a sí mismo a quien estará finalmente
maltratando. Si comprendes esta realidad, tendrás mucha libertad. No veas a
ningún ser como “malo” o “malévolo”. Si lo ves como alguien ignorante o en
proceso de aprendizaje, más fácilmente podrás ayudarlo; aunque sea simplemente
con tu ejemplo. El amor es la energía universal, energía de la Creación opuesta
a esa ignorancia.
—Aquellos
que dañan a otros seres lo hacen porque para ellos esto es normal en el estado
de conciencia al que pertenecen, y del que provienen. Al ser rechazados por la
sociedad de la Tierra, irán aprendiendo y habrán elevado su energía individual,
así no logren llegar a ese nivel mínimo requerido para seguir en la nueva
Tierra.
—Aquellos
seres que pertenecen a niveles superiores, estarán afianzando sus enseñanzas
adquiridas en experiencias previas y también habrán de evolucionar. Todos
aprenden, todos evolucionan.
—Debes
saber, amigo mío, que son muchos los seres que desean estar en la Tierra en
estos momentos. Son momentos difíciles, pero permiten un aprendizaje acelerado.
Son muchos, como tú, los que quieren ayudar, bien sea descendiendo directamente
o naciendo en cuerpos físicos. No a todos se les permite hacerlo. En tu caso,
como tú llegas directamente del espacio, tienes la ventaja de recordar quién
eres y qué has venido a hacer. Sin embargo, son muchos los peligros que hay en
la Tierra y muchas las posibilidades de quedar atrapado en la tercera
dimensión. Debes ser cuidadoso.
Esas
palabras de advertencia de mi guía siempre las recordaba durante mi misión en
la Tierra.
Estando
en ese barrio humilde, buscando a Zendor, hubo algo que me llamó la atención.
Aquella tarde vi a una joven que caminaba entre la gente. Era muy semejante a
Andrea, sólo que su aspecto externo la hacía parecer diferente. Llevaba ropa
sucia y rota en algunas partes.
Con
mucha curiosidad me acerqué, y al verla por la espalda y observar claramente su
aura, comprendí que en efecto se trataba de ella. ¿Qué hacía mi amiga allí?
Me
acerqué aún más y la tomé por el brazo. Ella se asustó mucho, pues no esperaba
que algo así ocurriera.
—¡Luis
Carlos! —me gritó—. ¿Qué haces aquí?
—Eso
deseaba saber de ti —le respondí—. ¿Por qué vistes de esa manera?
Ella se
sonrojó y permaneció en silencio por un momento. En su mente observe muchas
imágenes confusas; quería ocultar algo.
—Vengo
a menudo por aquí —me respondió, y percibí mucha verdad en sus palabras.
—Pero,
alguien como tú, ¿por qué frecuenta estos lugares? ¿Qué buscas aquí?
Me
observó con sus bellos ojos. En ellos vi una dulzura infinita y su rostro
brillaba con un amor desinteresado. Finalmente me confesó el propósito de su
presencia allí.
—Luis
Carlos. Yo deseo estudiar una carrera que tiene mucho que ver con un trabajo
social. He pensado que debo prepararme y la mejor manera de hacerlo es
conociendo la sociedad que deseo ayudar. Aquí hay mucha gente como tú, que no
han contado con las oportunidades de educación y desarrollo para tener un mejor
nivel de vida. Hay mucha pobreza en este lugar y estoy segura de que eso puede
cambiarse. Pero no basta sólo con desearlo, hay que actuar.
Nos
sentamos a conversar al borde de un jardín. Algunas personas pasaban a nuestro
alrededor, pero no prestaban atención a nuestra conversación. Ella prosiguió
con su explicación.
—En
este lugar he encontrado personas muy valiosas. Si ellas hubieran tenido las
oportunidades que yo he tenido, quizás estarían mucho mejor. Creo que la vida
es muy injusta. Ellas sufren mucho y eso parece no importarles a los demás.
—Bueno,
pero a ti sí te importa —le dije.
—Alguien
tiene que preocuparse de su precaria situación. Tú mismo debes sufrir al ver lo
poco que tienes y lo mucho que derrochan otras personas.
La
observé a sus ojos profundos. Quise dirigirme a ese ser interior muy sabio que
había allí dentro.
—Andrea,
¿por qué piensas que yo sufro? ¿Crees que la situación material es la causa del
sufrimiento? Yo vivo feliz con lo que hago. He visto varias personas muy
especiales aquí y algunos de ellos viven mejor que muchas personas que tienen
las comodidades materiales que, como tú dices, la vida les ha brindado.
—Pero
me imagino que algunas veces te sientes mal al no conseguir comida o un buen
trabajo.
—En
realidad no. Aunque debo admitir que mi forma de pensar es diferente. Mi
experiencia personal me ha enseñado otras cosas, y por eso no puedo ser como
los demás, pero sí puedo decirte que el grado de felicidad no depende del nivel
económico. Todo está dentro de nosotros mismos.
—Yo no
estaría en paz viviendo en un lugar así —me dijo.
—Andrea,
la paz no existe en un lugar o en otro. No hay lugares perfectos, sólo estados
de conciencia perfectos. La paz es un estado interior. Si alguna persona logra
esa paz interior, no importa donde vaya o donde esté, ésta siempre la
acompañará.
Ella se
quedó por un momento en silencio. Me miraba con extrañeza, pues mis palabras no
parecían provenir de alguien de una condición económica humilde. Observé cómo
en su mente aún asimilaba la idea que acababa de recibir. Ella me observaba y
veía el gran parecido que yo tenía con su difunto hermano. Vi en su aura un
color fuerte, como un recuerdo triste de su muerte que comenzaba a aflorar.
Aproveché ese momento para enfrentar ese dolor. Con más fuerza, invocando la
sabiduría del universo y pidiendo inspiración, con palabras que no parecían ser
mías, le dije:
—Amiga
mía. Hace unos meses no tenías tranquilidad por la muerte de aquel ser que
amaste mucho y que llamabas hermano. Si en tu interior hubieses comprendido, o
al menos recordado que la muerte no existe, y que tu hermano está justo ahora
en otra dimensión, pero aún vivo y aprendiendo, quizás habrías tenido la paz
interior que necesitabas en ese momento para transmitirla a tus padres. Tú eres
alguien muy especial, como lo fue tu hermano. Has estado con él por mucho
tiempo. Siente esa unión plena que aún existe a través del umbral que te
separa. Esa unión de amor es más poderosa que la idea errada que tienes de ese
estado que llamas muerte. Es importante que sepas que no estás sola. Estamos
contigo. Todos te amamos y siempre estaremos unidos a ti sin importar el tiempo
o el espacio.
Ella se
quedó petrificada observándome. Un poco sorprendida y a la vez conmovida por
mis palabras. Hasta yo mismo me extrañaba de lo que decía. Pero al hacerlo
sentía una energía amorosa muy grande que nos cubría. Sus ojos se aguaron y las
lágrimas comenzaron a rodar por su rostro. Su aura sacaba en ese momento esas
energías de tristeza que ahora se mezclaban con la atmósfera de amor que nos
envolvía. Ambas energías de luz se entremezclaban en una tormenta de
reconciliación infinita.
Se
lanzó sobre mis hombros y me abrazó apretándome con fuerza. Lloraba con
intensidad en una mezcla de tristeza y alegría. Sentía profundamente a ese ser
hermoso que me abrazaba. Invoqué la luz del cosmos y esta nos envolvió. Con
ella, su tristeza fue aplacándose poco a poco.
—Lo
extraño mucho —me dijo fuertemente al oído, en sollozos incontrolables—. Lo
extraño… Lo extraño.
—Es
bueno que lo extrañes, pues es una manifestación del amor que sientes por él
—le dije buscando consolarla con mis palabras—. No lo olvides, pues estará
siempre contigo. Siente profundamente que hace parte de ti, así no lo tengas
cerca. Envíale un pensamiento de paz y amor; él puede sentirlo. No le envíes
tristeza, pues eso le hace mucho daño.
Si
alguien cerca de nosotros hubiese podido observar nuestra energía en ese
momento de conexión interior, habría visto un gran destello de luz que llenaba
una parte de la ciudad.
Estuvimos
allí, abrazados un buen tiempo. Nuestros pensamientos se unían silenciosamente.
Sin saberlo aun, yo también aliviaba una vieja herida dentro de mi ser. Sentí
en mí una gran alegría que salía de una parte muy profunda de mi interior.
¿Quién era esta hermosa mujer? ¿Por qué tenía esos sentimientos tan fuertes
hacia ella? Me atemorizaba al pensar que quizás estaba enredándome en un
sentimiento de enamoramiento de seres de la tercera dimensión. No podía
permitir eso; impediría mi misión. Sin embargo, en ese momento no sabía que ese
sentimiento era aún más profundo que el de estar enamorado de una bella
criatura de la Tierra. Sentía temor ante esa situación, pero él era aún más fuerte
que yo y me atraía… Y me dejaba atraer…
Nos
pusimos de pies. Caminamos por allí. En silencio. Dejando que el mundo pasara
frente a nosotros, sin emitir ningún sonido. Todo parecía aún más bello. De
pronto ese conflictivo planeta, aquel en el cual me había sentido atrapado en
mi misión en días pasados, ahora parecía volverse un lugar perfecto; el Amor
estaba por todos lados, aún en el mismo aire que respirábamos.
Ella me
tomó de la mano y eso me hizo estremecer. Así, juntos, caminamos de regreso a
su casa. Nuestras auras se mezclaban en una atmósfera rosa luminosa y en un
diálogo silencioso de luz.
Al
llegar cerca de su casa, ella me dijo:
—Luis
Carlos, por favor no le digas nada de esto a mis padres. Ellos no saben que yo
me visto así y voy con frecuencia a lugares que ellos no aprobarían.
—No te
preocupes por eso, amiga mía. Te guardaré el secreto.
Me dio
un beso en la mejilla y se marchó hacia su casa. La vi entrando a un galpón
exterior a la casa. Al poco tiempo la observé salir de allí, con la ropa y apariencia
normal, e ingresar a su hogar.
De
regreso me sentía confundido y la vez muy alegre por todo lo que sucedía ahora
en mi vida terrenal. Ese beso me había hecho estremecer y era como el sedante
que me hacía olvidar por momentos a mi comandante, a mi guía y a mi misión.
* * *
Pasaron
varios días. Estaba atrapado entre el deseo de volver a ver a mi amiga y la
necesidad de encontrar a Zendor. En algunas ocasiones tenía mucha ansiedad,
aunque sabía que ese sentimiento era equivocado. Con esos pensamientos estaba
descargando energías no apropiadas a mi alrededor. Algunas veces traté, sin
éxito, de contactar a mi guía, pero a la vez me sentía incómodo al intentarlo.
Pensé que estaría preocupado por mi, al yo dejar entrar esos sentimientos de
romance terrestre. Eran sentimientos muy bellos y puros, pero me alejaban de mi
propósito principal. Algunas veces pensaba que las advertencias de mi guía
sobre los peligros que podría enfrentar en la Tierra no eran obstáculos
físicos, sino trampas afectivas y sentimentales. Sabía que un romance en estos
momentos podría ser peligroso y me haría enfocar mis sentimientos de amor hacia
una sola persona e ir dejando de lado a la humanidad, a la cual deseaba con
mucho intensidad ayudar en estos instantes de transición. Sin embargo, en otras
ocasiones mi mente manejaba fantasías de quedarme allí, permaneciendo al lado
de la adorable Andrea; sus ojos profundos y misteriosos me hechizaban y
removían algo dentro de mí que aún no comprendía plenamente. Experimentaba
sentimientos propios del vehículo físico que había adquirido.
Y llegó
por fin el día en que puede localizar a Zendor. Fue difícil reconocerlo en el
primer momento, pero siguiendo las instrucciones que me habían dado mis
superiores de la Confederación del Espacio, pude hacerlo.
Ese día
venía del centro de la ciudad donde había dado otra mirada en una zona cargada
de mucha energía de pensamientos densos. Al bajarme del bus y caminar por una
calle que ascendía hacia las montañas aledañas, escuché unos gritos. Había varios
muchachos peleando. Tres de ellos rodeaban a un señor de aspecto más corpulento
y mayor. Ellos lo asediaban por todos los costados y con unos puñales trataban
de herirlo. Sin embargo, aquel que se encontraba en medio del grupo agresor
sabía defenderse muy bien.
Los
contemplé a la distancia sin acercarme. Mis instrucciones eran de no
intervenir, aunque muchas veces me costaba mucho esfuerzo no hacerlo.
Simplemente invocaba la luz del cosmos para que descendiera sobre este grupo y
llenara sus corazones del amor universal y comprendieran que no podrían hacerse
daño entre hijos de la misma Creación. La luz en efecto descendía, pero la
densidad que se creaba en ese lugar dificultaba que pudiera penetrar en ellos.
La pelea continuaba y resultaba difícil ayudar. Traté de mirar dentro de sus
mentes para lograr una comunicación más directa y darles consejos de paz.
Observaba sus auras, que eran pocos luminosas, con excepción de la de aquel ser
que estaba en el medio, a punto de perder la vida. Ese ser tenía un aura muy
brillante y su energía le permitía adelantarse a los movimientos de sus
agresores y evitar ser alcanzado por algún puñal. Contemplé dentro de su mente,
e inmediatamente vi unas naves espaciales. Lo observé vestido con un traje
plateado. Ese ser venía del espacio, no cabría la menor duda. Sin embargo, no
entendía qué hacía allí.
Estuve
contemplando con mayor profundidad su aura para percibir más imágenes de su
pasado. Vi un escudo de la Confederación del Espacio. Luego observé una luz muy
fuerte; era la energía que irradiaba su ser interior. Al hacerlo escuché
vibraciones y sonidos. Uno de ellos vibraba repitiendo el sonido: Zendor.
Me
emocioné mucho y la vez me sentí muy preocupado. Lo había encontrado, pero
estaba a punto de ser asesinado por aquellos muchachos. Si fallecía su cuerpo
físico, ascendería a planos superiores, se habría perdido la oportunidad de
tenerlo en la Tierra y su misión habría fracasado del todo.
No
estaba seguro si desde mi nave nodriza me estarían observando para protegerme,
si llegara a estar en peligro, pero estaba decidido a lanzarme en medio del
grupo y ayudar a mi escurridizo amigo.
Sin
dudar más, corrí hacia el grupo. Llegué gritando, haciendo que la vibración de
mi voz alterara sus neuronas dejándolos desconcertados.
De repente
me vi en medio de aquellos muchachos armados que ahora trataban de herirme
también a mí. Sentí mucho temor en esos momentos. Uno de ellos me lanzó una
puñalada por la espalda y sentí cómo penetró en mi cuerpo. Zendor le dio un
golpe en el mentón a mi agresor y lo lanzó al suelo. A los otros dos pude
controlarlos finalmente. Lancé golpes, pero más que con mi cuerpo, fueron con
mi energía. Tuve temor de herirlos o hacerles daño. Ellos al comprender que
ahora la lucha era de dos contra dos, y siendo Zendor más fuerte que ellos,
prefirieron salir huyendo. Dejaron a su compañero en el suelo, semiconsciente.
Nosotros
también nos alejamos. Sólo cuando estuvimos a salvo en un callejón, noté un
gran dolor en mi espalda. Puse mi mano allí y sentí cómo la sangre salía.
Apreté fuerte y logré cerrar la herida con mi pensamiento. Le di órdenes a mi
cuerpo de que cambiara su estructura molecular allí, aliviando la herida.
Anticuerpos estuvieron contrarrestando cualquier infección que pudiera
presentarse.
Zendor
se acercó a mí preocupado y me preguntó:
—¿Estás
herido? Déjame ver qué te
hicieron.
Al
levantar mi camisa rota y manchada de sangre, no encontró ninguna herida; sólo
la piel manchada con mi sangre de un tono rojizo menos intenso que la de los
humanos. Él se sorprendió mucho.
—Fue
sólo un rasguño —le dije para disimular—. No pudieron herirme, únicamente me
rasparon la piel.
En ese
momento escuché claramente en mi mente la voz de mi comandante, a través de un
mensaje telepático.
—Nos
alegra que estés bien —me dijo—. Estuvo cerca, y la próxima vez estaremos más
atentos para evitarlo.
Comprendí
que si el puñal hubiera alcanzado algún órgano vital, quizás no habría tenido
las fuerzas para curarme a mí mismo y seguramente no estaría más allí.
—Eso no
tiene importancia ahora —le dije—. He encontrado a Zendor. Más adelante los
contacto para dar más detalles.
—No
puedo creer que no lo hayan herido — me dijo Zendor, cuando aún observaba mi
espalda buscando la herida—. Yo vi cómo le clavaron el cuchillo.
Estuve
tranquilizándolo y explicándole que sabía que quizás iban a asesinarlo si no
intervenía, y por ese motivo lo había hecho.
—Muchas
gracias por la ayuda —me dijo—. ¿Cómo te llamas?
—Luis
Carlos —le respondí.
—Bueno,
Luis Carlos, estoy muy agradecido por esto. Ahora somos como hermanos, aunque
por la diferencia de edades entre nosotros parezco más tu padre. Me llamo
Sergio. Algunos me dicen “Serio” como apodo, porque soy poco amigable.
Estuve
observándolo. No podía comprender cómo un ser que ha vivido en el espacio exterior,
viajando de un planeta a otro, en misiones de gran amor, ayudando a la Creación
en sus planes evolutivos, fuera a terminar en la persona que tenía al frente.
Tenía 33 años, un rostro lleno de arrugas y un aspecto corpulento, pero a la
vez un poco demacrado. Un pie había tenido alguna fractura años atrás y, como
no fue bien curada, cojeaba ligeramente. Yo, en cambio, un joven delgado y de
rostro más fino contrastaba con aquel ser. Creo que me resultaba difícil
ocultar mi apariencia extraterrestre aunque mi disfraz fuera bien elaborado.
Él me
invitó a un lugar donde conseguía comida gratis y allí podría compartir parte
de su almuerzo conmigo. Llegamos a un parque donde una joven lo esperaba con
algunos alimentos. De lejos sentí una energía que me parecía muy familiar.
Nos
acercamos más y ¡oh, qué sorpresa!, se trataba de mi gran amiga Andrea. Al
verme llegar sus ojos brillaron con alegría.
—Luis
Carlos, ¡al fin te encuentro! —me dijo—. ¿Dónde te has escondido? Te he estado
buscando por varios días.
—Estaba
muy ocupado, lo siento —le dije.
Ella
irradiaba una luz rosa en su aura. En ese momento comprendí claramente que
aquella chica estaba enamorándose de mi.
—Este
muchacho amigo tuyo es un héroe —le dijo Zendor—. Me ha salvado la vida. Unos
desgraciados trataban de quitarme el poco dinero que había recogido hoy
trabajando en la calle. Él llegó y me ayudó en la pelea.
—¿Estuviste
peleando tú también? —preocupada me preguntó—. No te han hecho daño, ¿verdad?
—No,
por su puesto que no. Pudimos ahuyentarlos sin problemas. Ahora todo está bien.
Más
tarde, mi amiga me contó cómo ha venido ayudando a Zendor, es decir, a Sergio.
Él es alguien de escasos recursos y ella le trae comida frecuentemente. Parece
que han desarrollado una gran amistad. Él la quiere mucho y siente el deseo de
protegerla, como a una hija, una indefensa e intrépida joven con mucha
sensibilidad en medio de un ambiente agreste. Con razón mi comandante me decía
que había detectado alguna relación entre ella y Zendor. Era curioso como las
circunstancias nos iban llevando al encuentro. Nada sucede por casualidad, me
decía siempre mi guía.
Contento
por haber logrado el primer paso de mi misión, al haberlo encontrado, regresé
al bosque, al lugar de meditación. Deseaba escuchar nuevamente a mi guía. Sus palabras
siempre me renovaban.
—Estoy
muy apenado —le dije, luego de compartir mi entusiasmo del encuentro—. Hace
varios días no hablaba contigo.
—Amigo
mío —me dijo con su sonrisa acostumbrada y su amor infinito—. Sé que has estado
preocupado por aquellos sentimientos que tienes hacia Andrea. No debes apenarte
de sentir profundamente ese amor. Es un sentimiento muy bello y eleva tu nivel
evolutivo.
—Pero
tengo la sensación de que si me enamoro podría quedar atrapado en este planeta
—le dije—. Lucho contra ese sentimiento, que aquí es fuerte y me hace sentir
mucho apego.
—Más
que luchar, Jendua, debes elevarlo al lugar sublime de donde procede. Cuando
sientas ese amor hacia ella, siéntelo muy profundamente, muy dentro de ti.
Siente esa conexión amorosa hacia ese ser. Luego percibe que esa misma unión
existe con todos los demás.
En esos
momento me vi a mí mismo flotando sobre la Tierra. Mi guía había llevado mi
mente al espacio exterior. Desde allí observé lo bello y hermoso que es este
planeta azul, frágil e inocente, navegando en la inmensidad del espacio
infinito. Allí sentí ese amor que mi guía describía. Sentí a todas las personas
en cada ciudad, en cada pueblo, en cada
isla. Sentí todos esos seres, con sus ilusiones, sus experiencias, sus
dificultades y sus alegrías. Llegué a sentir sólo una ínfima parte de aquel
amor que mi guía irradiaba hacia la Tierra y toda su Creación. Sin embargo, era
un sentimiento de unión muy fuerte, como si todos los seres de este pequeño
planeta fuesen mis hermanos más queridos, o mis hijos más adorados.
—Ese
amor es universal —me dijo—. Es la fuerza pura de la Creación que une a todos
los seres más allá del tiempo y el espacio. Andrea es sólo una manifestación de
toda esa grandeza. Cuando estés con ella, no luches contra tus sentimientos.
Déjalos fluir y dirígelos hacia todos los seres que hacen parte de este lugar
de aprendizaje que llaman planeta. Controla tus pensamientos, pues ellos crean
el futuro que te espera frente a ti. En la Tierra aún no existe conciencia del
efecto que causan aquellas energías discordantes que manejan sus habitantes.
Observé
en ese momento sobre el planeta, un patrón de colores del aura global. Era algo
similar a lo que monitoreábamos desde nuestras naves en órbita alrededor de la
Tierra. Podíamos predecir problemas en algún lugar o en otro, como si fuese el
clima, pero a cambio de zonas de baja o alta presión, observábamos zonas de
energía psíquica baja o alta. A cambio de tormentas, observábamos lugares donde
ocurrirían guerras o grandes cataclismos y desastres naturales.
—Los
seres humanos no comprenden aún —continuaba mi guía— que estos desastres son
sólo una reacción natural de su planeta, que como un organismo viviente se
enferma y rechaza lo que le hace daño. Los pensamientos de los seres de la
Tierra enferman o curan al planeta. Esta realidad sólo la conocerán en el nuevo
estado. Sólo entonces podrán tener conciencia del verdadero poder de su mente
como colectividad. En el nuevo estado, con un planeta en un nivel más elevado,
esos pensamientos tendrán también un alto poder. Si no controlan esto, si no
sacan de sus mentes ese egoísmo, ese deseo de control, esa falsa sensación de
aislamiento, el planeta mismo se encargará de controlarlos. Han existido muchos
planetas que llegan a este estado, a este punto de cambio. Es como un examen
que debe afrontarse para progresar o regresar a repetir el curso. Cada ser
humano debe elevar sus pensamientos hacia el amor y la paz; ese será el boleto
de entrada en la nueva Tierra, aquella próxima a nacer.
* * *
Los
días que siguieron a mi encuentro con Zendor fueron más fáciles para mí. Había
completado ya la fase uno de mi misión. Había logrado encontrarlo. Ahora ya
desde el espacio exterior, mis amigos de la Confederación conocían la clave
vibratoria de su aura y podrían rastrearlo continuamente. Venía entonces la
fase dos. Tendría que irlo despertando poco a poco para que fuera recordando
lentamente quién era y qué hacía en la Tierra. Este proceso podría tardar otros
siete años. Sin embargo, yo solo permanecería allí unos pocos meses. Bastaría
con dar el impulso inicial y él debería continuar adelante. Existía el riesgo
de que Zendor no quisiera afrontar su misión y prefiriera mantenerse dormido.
Esto no podríamos evitarlo, pues sería su libre decisión. Una de las leyes que
siempre seguimos es la no intervención. Podemos aconsejar pero no forzar.
Afortunadamente para la Tierra eran muchos que, como Zendor, tenían una misión
especial. Cada ser tiene su misión —decía mi amigo y guía espiritual—. Todas
son igualmente valiosas; cada una es adecuada a las capacidades que cada ser
tiene en su estado evolutivo.
Despertar
a Zendor era como despertar a alguien que llevaba mucho tiempo durmiendo. No
podría ver toda la luz del nuevo día en un solo momento. Su despertar debería
ser gradual.
Zendor,
o Sergio, como lo llamaban en la Tierra, me contó su historia, al menos aquella
que recordaba de su vida actual. Había nacido en un hogar muy pobre. Sus padres
lo trataban en ocasiones muy mal. Él no podía aceptar esa situación y a los 6
años escapó a la calle. Allí encontró a otros muchachos en condiciones
similares. Aun cuando la vida en la calle era muy dura, sin un hogar o una
familia que lo protegiera, él se sentía más a gusto y protegido en la sociedad
de jóvenes callejeros. Vivía de la caridad de la gente, que al verlo como a un
niño desprotegido le daban la limosna que podía usar para comprar alimentos.
Con el
tiempo, y al ir creciendo, se enfrentó a muchas dificultades. Ya la gente no
quería ayudarle de la misma manera. Por su aspecto y por su edad no podía
conseguir un buen trabajo. A los 11 años conoció el mundo de las drogas. Quizás
buscaba con ellas olvidar aquel lugar hostil en el que se encontraba ahora. A
un ser que viene de mundos de mucha armonía y amor, el planeta Tierra le afecta
profundamente. El consumo de las drogas le daba ese escape temporal. Sin
embargo, él comprendía que con ello sólo lograba dañar su cuerpo y su mente, y
en nada le ayudaría a transformar el mundo exterior. A los 15 años pensó que
viviendo en las alcantarillas, debajo de la gran ciudad, estaría más a salvo.
Allí no hacía tanto frío; era su hogar.
Pasó
viviendo muchos años en el mundo subterráneo de la ciudad y saliendo
ocasionalmente a buscar comida. Consumía drogas con cierta frecuencia, aunque
para él fuera difícil conseguirlas. Gran parte del dinero que podía obtener lo
destinaba a autodestruirse con esas sustancias que los humanos usan
erradamente.
Luego
de los 11 años, fue imposible para la Confederación mantener el seguimiento de
Zendor desde el espacio. Cuando inició el consumo de drogas alucinógenas, esa
conexión se perdió. Si los humanos comprendieran en realidad el daño que hacen
esas sustancias, no sólo física, sino psíquicamente, no se atreverían a
consumirlas. Y si sólo comprendieran las consecuencias que generan en su
destino al inducir a otros a usarlas, jamás las producirían. A pesar de lo
terrible que me parecían estos actos primitivos, las enseñanzas de mi guía
siempre me sugerían ver con amor todos estas situaciones, con una compasión
infinita hacia aquellos seres equivocados. A veces me resultaba difícil verlo
de esa forma. Sin embargo, sabía muy bien que el día que pudiera reconocer la
perfección en cualquier lugar del universo, en cada actividad y en cada nivel
evolutivo, así se tratase de un planeta como la Tierra, sería el indicio de que
una transformación estaba ocurriendo en mí y mi unión con la Creación se hacía
más fuerte.
Zendor
permaneció varios años en las alcantarillas. La superficie de la ciudad era su
sitio de trabajo y el mundo subterráneo era su lugar de descanso nocturno.
Estuvo allí hasta los 23 años. Salió de ahí, por fortuna, gracias al apoyo que
alguien le brindó. Zendor no recordaba bien quién fue, pero aparentemente
alguien estuvo sacando varios jóvenes de allí. Su voz de aliento, y saber que
se preocupaban por su destino, le hizo reaccionar. Con el tiempo dejó las
drogas y decidió cambiar.
Aunque
en la actualidad aún está dormido y no recuerda su misión original, en su
interior arde ese fuego que trata de salir, esa intuición que lo empuja a hacer
algo muy importante, aunque aún no comprenda claramente de qué se trata.
* * *
Era
sorprendente ver muchas personas procedentes de planetas en diferentes estados
evolutivos, y viajeros espaciales que ya tenían el nivel adecuado para viajar
por las estrellas, conviviendo en la Tierra. Todos inconscientes de su origen.
En
ocasiones me resultaba gracioso escuchar a algunos de ellos hablando sobre la
vida extraterrestre. Aunque muchos ya reconocían que el universo debería estar
lleno de vida, no muchos creían que nos encontrábamos muy cerca. Hablaban de
seres del espacio exterior. Si realmente observaran dentro de su espacio
interior, descubrirían su origen cósmico, y que la distinción entre terrestre y
extraterrestre no tiene ningún sentido. Hasta llegaban a producir películas e
historias realmente escalofriantes sobre seres del espacio que invadían la
Tierra. No comprendían que para un viajero del espacio, acciones de violencia y
de esclavitud hacia sus hermanos cósmicos eran una falta muy grave contra las
leyes de la Creación, y esto conllevaría al descenso de estos seres a niveles
inferiores, donde su poder cósmico no pudiera causar grandes daños. La ley de
causa y efecto mantiene el equilibrio de la Creación en todo el universo.
Al cabo
del tiempo, y sin proponérmelo, conocí a alguien más. Era un niño de 13 años
que vivía también en aquel lugar humilde que ahora habitaba con frecuencia. Él
se llamaba Daniel. Era muy inteligente y en su energía había ya detectado algún
origen extraterrestre. Sin embargo, llevaba mucho más tiempo en la Tierra que
Zendor, y, como él, no conocía su pasado cósmico.
Daniel
fue muy amigo mío. Compartíamos muchas cosas. Sus observaciones sobre la vida
me parecían muy graciosas. Era un niño descomplicado y práctico. Sabía cómo
buscar la ayuda de las personas que podían en un momento dado darle alguna
limosna. Afortunadamente, consideraba el consumo de la droga dañino, y tampoco
inhalaba pegante de caucho, como sí lo hacían niños de la calle de su misma
edad para no sentir hambre.
Daniel
tenía ojos negros muy bellos y profundos. Su cabello también era negro y su
piel bastante morena.
En una
ocasión lo vi acercarse a una señora para pedirle alguna limosna. La señora fue
muy seria al comienzo con él. Lo ignoró por completo, sin observarlo o
prestarle atención a su pedido.
—Señora,
por favor deme una monedita —le dijo—. Si no tiene monedas, no se preocupe,
también recibo billetes, cheques y tarjetas de crédito.
—Usted
debería estar trabajando, y no pidiendo limosna en la calle —le dijo ella,
rompiendo finalmente su silencio.
—Claro,
señora. Dígame, ¿dónde puedo trabajar? Usted puede darme trabajo. Soy bueno
arreglando jardines, lavo carros y limpio zapatos.
—Yo no
estoy obligada a conseguirle trabajo. Eso algo que usted debe encontrar.
Además, usted es sólo un niño. ¿Dónde están sus padres? Debería estar en su
casa, o estudiando.
—Señora.
No conozco a mi papá. Mi mamá está muy lejos y aún no sé cómo llegar hasta
ella. No he encontrado una escalera suficientemente grande que suba por encima
de las nubes. Ella murió hace dos años y ahora está en el cielo.
Ella
transformó su rostro profundamente. En su aura noté tristeza por la suerte del
pequeño. En su corazón se sentían lágrimas mudas ante esta situación. Sacó una
moneda, se la dio y se alejó. En sus pensamientos percibí cómo maldecía a este
mundo y a esta ciudad; ambos llenos de injusticias. Era una mujer muy sensible.
Sin embargo, hubiese sido mejor si ella, más que compadecerse, hubiese ayudado
a aquel niño. Daniel necesitaba una nueva madre y ella perfectamente podría
cubrir esta misión. Ya sabía que más adelante, en la Tierra renovada, niños
como Daniel no pasarían estas dificultades. Sobrarían madres y hermanos para
cuidarlo.
Daniel
permaneció conmigo de ahí en adelante. Muchas veces me acompañaba y le daba
gran parte del dinero que me pagaban en la casa de Andrea por ejecutar varias
labores, como lavar el automóvil, arreglar el jardín y otras que hacíamos con
mucho gusto juntos. No necesitaba las monedas o billetes que me daban; estos, y
otras cosas que necesitara, sabía muy bien cómo materializarlos a partir de la
energía cósmica universal.
El despertar
Con el
comandante de la misión definimos la estrategia para ayudar a Zendor a recordar
su pasado remoto y la razón de su presencia en la Tierra. Esto nos tomaría 16
semanas. Cuando se completara este periodo, yo tendría que regresar al espacio;
otras misiones de ayuda me esperaban en otros sitios de la Tierra.
Un día
salimos de la ciudad con Zendor, con Daniel y con Andrea. Era un día de campo,
para alejarnos del ruido, la congestión y el estrés de la ciudad. Los padres de
Andrea desconocían cual era su destino y compañía. Salimos rumbo al norte,
hacia un embalse no muy lejos de la ciudad. El día era esplendoroso. El sol
brillaba en el cielo azul muy profundo.
Los
cuatro formábamos un grupo muy particular. Sergio, el mayor de todos, parecía
nuestro padre. Andrea y yo, casi de la misma edad, parecíamos dos hermanos. Y
el joven Daniel, era como nuestro hermano menor. A pesar de la diferencia de
nuestras edades, entre nosotros existía una conexión oculta y misteriosa, que
más adelante descubriría.
Íbamos
contentos, conduciendo el vehículo color blanco. Ascendimos por una carretera
hacia una zona más alta. El camino era angosto y estaba en mal estado. Sin
embargo, se veían otros conductores que iban hacia el mismo lugar. Eran
familias que salían de día de campo. El olor de los pinos, los eucaliptos y el
aire puro de las montañas nos renovaba. Realmente este planeta era hermoso. Qué
afortunados eran sus habitantes y qué inconscientes de estas energías naturales
que les rodeaban. Si yo viviera en este planeta, pensé, estaría habitando
montañas como esas que se presentaban imponentes ante mi vista.
Llegamos
a la parte superior de las montañas. Allí había un embalse realizado años atrás
y el lago se presentaba frente a nosotros en toda su magnificencia. Avanzamos
un poco más y nos internamos entre una reserva forestal. Detuvimos nuestro
vehículo en la orilla del lago. Andrea sacó varios implementos, una pequeña
mesa y unas sillas portátiles. Pusimos allí un mantel blanco, con estrellas
dibujadas en él. Sergio encendió el fuego en una estufa de piedra, localizada
allí para que los turistas pudieran cocinar sus alimentos.
Luego
de almorzar salí a dar un paseo con Andrea por el bosque aledaño al embalse.
Caminamos debajo de unos pinos. Allí había un silencio acogedor y se escuchaba
sólo el sonido de un pequeño arroyo. Nos sentamos frente a esta corriente de
agua pura. Algunas aves cantaban en la distancia y el sol escasamente penetraba
sus rayos por entre las ramas de los árboles.
—Has
estado muy alejado de mí —me dijo mi amiga.
Observé
sus ojos profundos, aquellos que me hechizaban. Su cabello brillaba al reflejar
un rayo de sol que caía sobre ella.
—Andrea,
lo siento. Me he alejado a propósito.
—¿Por
qué haces eso? —me preguntó.
—Amiga
mía, es muy difícil explicarlo. Solo puedo decirte que tengo temor.
—¿Temor?
¿Por qué?
Tomé
aire profundamente, observé todo ese maravilloso lugar, tratando de obtener de
los árboles la sabiduría para decir las palabras justas, y para no herir a mi
amiga. Luego de un instante, simplemente le dije la verdad.
—Temo
enamorarme de ti.
Ella se
sonrojó y volteó la mirada hacia un costado y hacia abajo. Permanecimos en
silencio por un momento.
—Temo
quererte demasiado para luego tener que marcharme —continué diciéndole—. No
estaré aquí por mucho tiempo y no quiero que sufras más adelante.
Ella me
observó con asombro y tristeza.
—¿Marcharte?
¿A dónde piensas irte? —me preguntó.
—Muy
lejos…, muy lejos.
—¿Y por
qué te marchas?
—Andrea,
no puedo explicártelo. Yo estoy aquí temporalmente. Debo regresar a donde
pertenezco. En unos pocos meses ya no me verás más.
La
observé directamente a los ojos. Le irradié un pensamiento de amor muy
profundo. Ella sintió esa energía que procedía de mí. Me observaba con mucho
cariño y no sabía qué sentía realmente en su corazón. A veces la notaba
confundida, quizás más de lo que yo estaba. Me miraba como a un hermano, como a
Carlos que había ya pasado a otra dimensión luego de su “muerte”. También
sentía desde ella ese sentimiento tan fuerte y tan bello; la sentía
profundamente enamorada. Le gustaba mucho mi forma de ser, mi compañía y quizás
aquella energía que mi aura proyectaba y que se entrelazaba con la suya, aun
cuando no era consciente de ello.
—Si te
vas a ir —me dijo— debemos aprovechar el tiempo para estar juntos. Quiero ser
tu amiga. Quiero estar contigo más tiempo. Quiero escuchar tu voz, tu sabiduría
y todo eso que me hace sentir muy bien…, pero no sé si eso sea lo que tú
también quieras.
Me
observó con esa mirada dulce. Sus ojos verdes penetraban dentro de mi ser.
¿Dónde había yo conocido a esta hermosa criatura antes? ¿Por qué su mirada y su
energía me parecían tan familiares? Acaso, como mi guía me decía, ¿la fruta
aún no estaba madura y no podría encontrar las respuestas? Tendría que dejar
que fueran llegando poco a poco.
Me
acerqué a ella y la
envolví con mi brazo cubriéndola con mi pesada chaqueta para que no sintiera
frío.
—Amiga
mía. Será muy agradable estar contigo mientras pueda. Te amo mucho y espero que
encuentres en la vida todas las cosas buenas y bellas que te permitan
evolucionar.
—Yo
también te amo —me dijo.
Acercó
su rostro al mío, me observó con mucha dulzura y nos besamos.
Su aura
rosada creció y me envolvió completamente. Mi aura se mezcló con la suya y
dentro de mí sentí una alegría infinita. Nuestro resplandor llenó ese lugar y
los árboles sintieron esa energía que emanábamos. El bosque se alegró de
nuestra unión espiritual, pura y silenciosa.
Permanecimos
allí varios minutos, quizás varias horas. El tiempo no era importante ya. Me
sentía profundamente enamorado. Percibía ese sentimiento y lo dejaba crecer.
Imaginaba cómo ese amor cubría todo el bosque, todos los árboles, las montañas,
a todas las personas que estaban en ese embalse en aquel maravilloso día.
Llegué a sentir a todo el planeta y a todos sus habitantes. Cada ser era una
vida llena de experiencias. Cada uno era todo un universo de amor.
La
tarde se enfrió un poco y decidimos regresar. Caminamos, tomados de la mano,
respirando el aire puro del lugar, sintiendo el aroma ensoñador del bosque y
escuchando el canto de las aves que regresaban a sus nidos, preparándose para
la noche que se acercaba.
Cuando
llegamos de regreso a la orilla, nos encontramos con Daniel. Estaba emocionado
y la vez un poco asustado.
—¿Dónde
estaban? Los estábamos buscando —nos dijo.
—¿Qué
sucede? —preguntó Andrea.
—Hace
una media hora estamos observando una luz misteriosa.
Nos
señaló el cielo, sobre las montañas. Allí la vimos. Una luz brillante que
cambiaba de colores. Estaba estática. Sabía que se trataba de una de nuestras
naves. Reconocí su energía.
Zendor
estaba estático. La observaba y no comprendía de qué se trataba. Inicialmente
pensó que era un avión, luego imaginó que se trataba de un globo. Pero al cabo
del tiempo comprendió que era algo no común.
La luz
fue aumentando su brillo. Algunas personas que permanecían aún allí, también la
observaban. La nave fue acercándose. Descendió hacia el centro del lago y se
mantuvo a unos tres metros de su superficie. Era de forma lenticular y
plateada, con apariencia sólida y luminosa a la vez. Mis amigos del espacio
habían enviado una nave de reconocimiento, de unos veinte metros de diámetro.
Sentí que dentro de ella estaba Arsion, mi amigo espacial, con otros tres
tripulantes. Habían descendido el nivel energético de la nave y se hacía ahora
visible en la tercera dimensión.
Daniel
reía y gritaba de emoción.
—¿Si la
ven? ¿Si la ven? Está ahí. Es hermosa —decía.
En
cambio Zendor, con sus 33 años, no había visto algo similar y permanecía
petrificado.
Unos
jóvenes que estaban cerca de nosotros comenzaron a sentir un poco de pánico.
Por tal motivo, Arsion, el tripulante de la nave, decidió alejarse. La nave
comenzó a elevarse verticalmente hasta llegar a unos mil metros de altura,
donde de nuevo parecía un punto luminoso. En un instante aceleró y se perdió
detrás de las montañas.
Permanecimos
allí un par de horas más. Daniel aún conservaba el entusiasmo que por momentos
se convertía en un poco de histeria. Andrea estaba asustada, pero emocionada.
Zendor continuaba en silencio. Algo dentro de él comenzaba a removerse. Un
sentimiento percibí, cómo de haber perdido el tiempo y haber defraudado a
alguien en los reinos espirituales.
Subimos
al auto y regresamos. Yo mismo tuve que conducir, pues luego de esa experiencia
ninguno tenía las facultades necesarias para hacerlo. Había anochecido ya.
Conduje lentamente. Soy experto manejando naves espaciales, tipo exploratorio,
puedo esquivar asteroides o entrar rápidamente en una atmósfera planetaria
plagada de tormentas eléctricas sin que ninguna descarga pueda afectar mi nave,
pero este vehículo terrestre me resultaba poco familiar, sin ayudas
electrónicas o sistemas de navegación.
Durante
el camino de regreso, Daniel no quitaba la vista del cielo estrellado,
esperando que la nave volviera a aparecer. Al igual que mi amiga Andrea, Zendor
permanecía en silencio, encerrado en sus pensamientos.
Dejamos
a Daniel y a Zendor cerca de su casa. Seguí conduciendo hasta el hogar de
Andrea. Llegamos allí y detuve el auto.
—¿Qué
fue eso? —me preguntó mi confundida amiga—. ¿Qué vimos en el lago?
—Dime,
¿tu qué viste? —le pregunté.
—Lo
mismo que tú. Era un OVNI, una máquina voladora brillante, o lo que tú quieras
que sea.
—Bueno,
pues fue sólo eso, una máquina voladora.
—¿Quiénes
son ellos? —me preguntó—. ¿Los conoces?
Me
asombró su pregunta. ¿Acaso mi amiga sospechaba sobre mi origen extraterrestre?
Sabía que quizás sospecharía algo, pues todo alrededor mío era misterioso. No
quise continuar con la conversación. Era mejor esperar a que este suceso fuera
asimilado con el tiempo y podríamos hablar sobre eso después.
—Andrea.
Dejemos para más adelante esta conversación —le dije—. Tus padres deben estar
preocupados pues es muy tarde ya. Descansa y hablamos mañana. Nos vemos en el
parque, en el lugar donde te encuentras con Sergio.
Ella
aceptó. Salí del vehículo. Tomó el volante y estacionó en su garaje.
Esa
noche caminé desde su casa hasta mi lugar de descanso. Por el camino pude
escuchar la voz de mi comandante. Todo marchaba tal y como lo habíamos
planeado. El avistamiento era parte de la estrategia. Tendría que esperar unos
días y podría ya conversar con Zendor.
Esa
noche las estrellas brillaban maravillosas en el cielo. En el espacio exterior
no las veía titilar como en la Tierra. Era asombroso ver todos esos astros
parpadeando en la noche silenciosa.
* * *
Durante
los días siguientes, el joven Daniel estuvo más cerca de mí que antes. La
experiencia del lago le había despertado mucho la curiosidad. Era un niño muy
inquieto e inteligente, por lo tanto, deseaba comprender todo lo relacionado
con los OVNIS, como aquel que había observado con nosotros. Andrea, en cambio,
parecía evadir la conversación. Quizás en su interior, dentro de su
subconsciente, sabía de mi origen
extraterrestre y que tarde o temprano yo tendría que regresar al espacio.
Con mis
tres amigos estaba en el parque que acostumbrábamos visitar. Sergio y Andrea
fingían no mostrar interés en la conversación que tenía con el joven Daniel.
—Pero
¿de donde vienen? —me preguntó Daniel.
—Vienen
de muy lejos, del espacio exterior —le respondí.
—¿Cómo
sabes eso?
—Bueno
—le dije—, he venido estudiando esto desde hace mucho tiempo. No es la primera
vez que veo algo así.
—¿Eso
que vimos fue entonces una de sus naves
espaciales?
—Sí.
—¿Y por
qué no aterrizaron para hablar con nosotros?
—Si
hubieran aterrizado mucha gente se habría asustado, ¿no crees? ¿No escuchaste
cómo gritaba la gente a nuestro alrededor? No es normal que una nave espacial,
con seres del espacio exterior, aterrice frente a uno, bajen a saludarlo y
digan ¡Hola!
—Claro
que no —me dijo Daniel, soltando una carcajada—, pero pudieron esperar a que
las otras personas se fueran y luego sí aterrizar. Yo no tenía miedo.
—Lo sé,
Daniel, lo sé. Pero Sergio y Andrea sí estaban asustados.
—No,
ellos no. Sólo estaban callados.
En esos
momentos Andrea se acercó a nosotros. Entró en nuestra conversación. Hizo
muchas preguntas, algunas muy profundas, como alguien que interroga a un
extraterrestre, aunque en ningún momento me dijo abiertamente lo que sospechaba
de mi origen.
—¿Por
qué están aquí? —me preguntó.
La
observé con detenimiento y noté que Zendor se interesaba ahora en la
conversación.
—Bueno
—le respondí—, ellos desean ayudar a la Tierra.
—¿Por
qué la Tierra necesita ayuda? —volvió a preguntar.
—La
Tierra está en un periodo crítico. Ha avanzado hasta tal punto, que su
tecnología puede destruir el planeta y la vida que hay en él.
—Si la
tecnología puede destruirnos, y ellos tienen tecnología avanzada, ¿no puede ser
más peligroso que al contactarnos entreguen estos conocimientos a alguien que
pueda usarlos mal?
—Ellos
no desean hacer eso —le dije—. Sólo desean enseñar que el amor puede
transformar un planeta entero. Si la Tierra no vibra en amor puro, sus
habitantes seguirán con el impulso primitivo de destruir. Finalmente sólo
lograrán destruirse a sí mismos. Todo planeta llega a un punto donde debe pasar
algo así, como un examen. Es el punto donde la tecnología debe usarse para
beneficio de la raza que lo habita, no para su destrucción. Si se alcanza el
estado de amor, donde se reconoce que todos los seres somos hijos de la misma
Creación, no habrá más conflictos, pues no podremos hacerle daño a un hermano,
así su color de piel sea diferente, o hacerle daño porque sus creencias,
basadas en sus propias experiencias, sean distintas de las nuestras.
—Si
desean ayudar realmente, ¿por qué no se presentan públicamente? ¿Por qué no descienden delante de todo
el mundo y dan a entender eso que tú dices?
—El
espíritu belicoso aún está dentro de la naturaleza humana —le respondí—. Si
ellos descienden, muy probablemente pensarán que los seres del espacio vienen a
invadir o a dañar, o a sacar provecho de los seres de la Tierra. Además, nos
les es permitido intervenir. Si interfieren directamente con la evolución
humana, los seres de la Tierra no habrán aprendido. Lo único que pueden hacer
es dar consejos basados en su conocimiento y experiencia.
—¿Cómo
se puede saber que algunos de los extraterrestres no vienen a causar daño? El
bien y el mal están en todas partes, supongo que también hay extraterrestres
buenos y malos, ¿o no?
En ese
momento respiré profundamente y pedí la inspiración de la Creación. Sentí cómo
una energía amorosa me cubría. Mi aura tomó un gran brillo. Daniel seguramente
pudo ver algo de ese resplandor, pues dio un paso atrás y estuvo estático
observándome.
—Amiga
mía —le dije—, en el universo no existe bien o mal, sólo existe sabiduría o
ignorancia. Eso que llamas maldad sólo es ignorancia, aquella que hace que
algunos seres hagan daño a otros que son parte de la misma Creación. Seres
ignorantes, o que aún están aprendiendo las leyes naturales, permanecen en
planetas como la Tierra y no les es permitido viajar de un lugar a otro del
espacio. Para hacerlo, necesitan niveles evolutivos más altos para poder
desplazarse en el espacio-tiempo. Si algún ser tiene la capacidad de hacerlo,
ya habrá superado el nivel en el cual está en la Tierra. Habrá comprendido las
leyes naturales y no se sentirá como un ser aislado. Será parte de todo, parte
de la Creación y parte de todos los seres que habitan el gran cosmos.
Ellos
se quedaron en silencio. Sólo me observaban. Así estuvimos por un lapso de
tiempo. Luego de unos minutos tratamos de volver a la rutina diaria.
Conversamos del clima, de la ciudad, de la gente que conocíamos y de otros
temas cotidianos. Más tarde cada uno se marchó para su casa. Zendor todavía
estaba asimilando todo lo que estaba pasando a su alrededor. El cambio estaba
dándose poco a poco.
* * *
—¿Cómo
va Zendor? —le pregunté a mi comandante.
—Va
mucho mejor —me dijo—. Sin embargo, aún no recupera el estado evolutivo mínimo
para poder iniciar su misión.
Tendría
que darle un poco más de tiempo. Sabía que habría que continuar con el proceso
del despertar. Cuando alcanzara el nivel adecuado, ya estaría listo, y esa
sería una de las etapas finales de mi misión.
Habíamos
considerado la posibilidad de subirlo a una de nuestras naves. Sin embargo, ese
era un último recurso no muy deseado. Ya en el pasado habíamos hecho algo así.
Habíamos recogido a algunas personas, les habíamos permitido recordar algo de
su pasado, les habíamos dado lo necesario para reiniciar su misión. Sin
embargo, algunos de ellos habían desviado su ruta y ahora sacaban provecho
económico de lo que sabían; habían convertido el dinero en su objetivo
principal. Otros, simplemente, al cabo de un tiempo olvidaron lo que habían
vivido; veían todo eso como un sueño o una alucinación. Unos pocos, en cambio,
al venir a nuestra dimensión, sí habían logrado un despertar completo y se
mantenían ahora firmes en su misión, estando siempre sincronizados con la
Creación. Pero este era un grupo muy reducido, y la Tierra requería mucha
ayuda.
No es
fácil llevar a alguien de la Tierra al espacio exterior. Sólo unos pocos
habitantes del planeta están capacitados para ser conducidos allí. El nivel de
amor y de evolución no es suficiente para elevarlos a todos en una de nuestras
naves. Estábamos listos para rescatar a toda la humanidad si fuese necesario,
en caso de crisis total. Pero no podríamos hacerlo, pues apenas 10% tendría el
nivel de evolución para venir a nuestra dimensión, y algunos de ellos podrían
tener temor de nosotros. No es posible abordar una nave que está en cuarta
dimensión cuando el que lo hace permanece aún en la tercera dimensión. O si
tiene temor o no desea subir, tampoco podemos obligarlo; es parte de las
reglas.
Nuestros
cálculos, más las enseñanzas de nuestros guías, nos indicaban la posibilidad de
un gran desequilibrio en la Tierra. El campo magnético de la Tierra, esa aura
natural que lo recubre, podría entrar en un cambio radical e invertir su
polaridad. Al hacerlo, la Tierra tendría que girar completamente para alinearse
con el campo magnético del sol. Este giro incrementaría las tensiones
superficiales geológicas, y muchos sismos, hundimientos y levantamientos de
placas tectónicas sucederían. Esto ha sucedido ya varias veces en este planeta,
sólo que ahora sobre él hay varios miles de millones de seres humanos.
Adicionalmente,
un pequeño asteroide podría caer en el océano Atlántico, originando olas
gigantescas que afectarían las zonas costeras de una amplia zona de la Tierra.
Luego de la explosión, por el impacto, se oscurecería la atmósfera por algunas
semanas. Además, habría sismos continuos durante ocho horas en muchos lugares
del planeta.
El
calentamiento de la atmósfera, debido al incremento de gas carbónico por el
consumo extensivo de combustibles fósiles, conduciría a desórdenes del clima a
gran escala. El nivel de los océanos
ascendería varios metros. Todo el ecosistema natural se vería afectado.
El
desequilibrio mental de algunos de los gobernantes de la Tierra podría conducir
al desencadenamiento de guerras sangrientas; muchas de ellas con el empleo de
armas nucleares y de otras armas nuevas que ya se tienen listas, pero ocultas a
la humanidad; preparadas para ser usadas. Esto haría más crítica la situación.
Sin
embargo, todo esto podría evitarse si aquellos seres que viven en el planeta en
continuos problemas se transformaran en seres de paz y amor. La Tierra se
modificaría y sería como un organismo lleno de salud, al estar sus células, o
seres humanos, saludables.
Teníamos
desde hace varios años un plan de contingencia en caso de que estos desastres
ocurrieran. Podríamos evacuar a todo aquel que estuviera preparado y quisiera
aceptar nuestra invitación a ser llevado en nuestras naves. Sin embargo, esto
ha tenido siempre varias dificultades. No es fácil hacer entender a los
habitantes de un planeta que no están solos en el universo ni que sus
compañeros del espacio se preocupan por su destino. La Tierra ha sido mantenida
en una especie de cuarentena, sin contacto con entidades extraterrestres,
permitiéndole evolucionar sin interferencias externas. Pero ha llegado el
momento en que muchos conocimientos ocultos a la humanidad serán develados.
Por
otro lado, los habitantes de la Tierra mantienen aún ese estado de belicosidad.
Es difícil descender y decir vengo en paz, cuando en su interior esperan una
invasión o ataque por una fuerza superior. No comprenden que llevamos muchos
milenios cerca de la Tierra, y si quisiéramos invadir o destruir la Tierra, no
habríamos aguardado hasta que pudieran desarrollar su tecnología. Tampoco
comprenden que no es posible hacer daño sin que este se regrese a quien lo ha
causado. Ni comprenden que no podemos dañar a una parte de la Creación a la
cual pertenecemos. Varias veces nuestras naves se acercaron tímidamente a zonas
donde hay bases militares, e inmediatamente fueron atacadas, como si se tratase
de un enemigo nuevo y más poderoso. Hasta los seres humanos hacen películas en
donde se muestran atrocidades producidas por una cultura extraterrestre. Todo
esto evita que se conozcan nuestras intenciones y nuestra misión en la Tierra.
Pero llegará el momento, en que sus habitantes descubrirán que aquella
pesadilla sólo está en su interior, entenderán que el mayor enemigo está dentro
de sí mismos y que para combatirlo solamente se requiere usar el arma del amor.
Sólo entonces sus temores desaparecerán.
—Ellos
irán despertando poco a poco al ir la Tierra elevando su nivel evolutivo —me
decía mi guía—. En el amanecer hacia un nuevo estado de conciencia, recordarán
su origen extraterrestre y aquellas experiencias que ya han tenido en otros
lugares del universo. Comprenderán que los enemigos no se encuentran detrás de
una frontera; no están más allá, en el espacio exterior; ni en otra cultura,
raza, religión o creencia. Entenderán que el enemigo mayor se encuentra dentro
de ellos mismos. Cada uno deberá luchar ese batalla contra la ignorancia,
contra el temor, contra el odio y en contra del deseo de poder y destrucción
que hay dentro de sí. Cuando el Amor vibre en cada uno, comprenderán que no
existen extranjeros, ni extraterrestres, ni ideas extrañas. Sólo existen
diferentes experiencias y conceptos de lo que es la Creación. Sentirán esa
unión universal y su soledad habrá desaparecido. Serán parte de todo, y el Todo
se regocijará con su hijo pródigo que regresa a su origen.
* * *
Fui
invitado a cenar en la casa de los padres de Andrea. Antonio y Clara eran muy
amables conmigo y nuestra amistad se fortalecía cada vez mas. La tristeza de la
muerte de su hijo ya estaba desapareciendo y se transformaba en un sentimiento
de sabiduría. Aunque los humanos tuvieran muchos problemas, estos los hacían
más sabios.
Estábamos
sentados en un gran comedor. Había algunos cuadros alrededor, algunos paisajes
y bodegones. Una lámpara con pequeños trozos de cristal colgaba del techo e
iluminaba todo el salón. La energía irradiada en ese lugar era agradable.
Una
empleada que trabajaba en su hogar nos servía la cena y, junto con un
mayordomo, estaban pendientes de cada detalle que faltara. Me sentía incómodo
al ser servido por ellos; tenía el deseo de decirles que se sentaran y nos
acompañaran a cenar. Sin embargo comprendía que había que respetar las
costumbres de su hogar. A la criada la llamaban María Lucía, aunque su
verdadero nombre era Sileana. Ese nombre lo escuchaba como una vibración sonora
cuando observaba su aura. También pude observar allí una imagen lejana de
cuando Sileana vivía en Egipto. Era una mujer con mucho poder y a ella la
servían muchos esclavos. Sabía que los humanos, a través de varias experiencias
nuevas, aprendían diferentes lecciones, hasta alcanzar el estado elevado de
vibración de amor para no tener que volver a nacer en una nueva vida. Sileana
había desaprovechado su oportunidad de ayudar a muchos esclavos cuando estuvo
en Egipto, y a cambio de eso, contribuyó a que la esclavitud fuera aún mayor.
El
mayordomo, en cambio, había tenido varias experiencias en América del Norte,
algunas veces como indio pielroja, y otras como un vaquero del oeste americano.
Con él me resultaba más difícil descubrir aspectos de su pasado. Su aura estaba
cerrada por el consumo de droga. Tenía una mancha energética, densa y gris,
sobre su cabeza. Le irradié un pensamiento de amor para darle ánimos y sacar de
sí ese rencor que le hacía destruirse lentamente con el consumo de esas
sustancias alucinógenas.
—¿Cómo
van tus cosas? —me preguntó Antonio, sacándome de mis pensamientos.
—Todo
muy bien, muchas gracias —le respondí.
—¿Aún
sigues viviendo en las colinas? —me preguntó Clara, su esposa.
—Sí,
señora, aún vivo allí. Creo que estaré en ese lugar un par de meses más.
—¿Y
adónde piensas ir después?
—Bueno,
a mi lugar de origen. No soy de aquí y sé que tendré que regresar con los amigos
que dejé atrás.
—¿De
dónde eres? —ella volvió a preguntarme.
Andrea
me observaba y sonreía con picardía. En sus pensamientos a menudo notaba que
algunas veces se imaginaba que yo era algo así como un ángel que se había
materializado de la nada. En otras ocasiones, ella pensaba que era un
extraterrestre. Otras veces se sentía confundida y fantaseaba en su mente,
imaginándose a ella misma casada y viviendo conmigo, conviviendo con un hijo
como Daniel.
—Soy de
muy lejos, señora, un lugar que aquí nadie conoce —le dije.
En esos
momentos hubo un silencio largo y tenso. Antonio buscó la forma de cambiar el
tema de conversación, pues sabía que no daría más detalles sobre mí mismo.
—¿Por
qué no vamos al salón y continuamos conversando allí? —dijo.
Todos
lo seguimos. Entramos en un salón grande, con un piso de mármol blanco, y
algunas columnas en las paredes que adornaban unos nichos donde había unas
esculturas.
Nos
sentamos allí. Ellos conversaban entre sí sobre lo costoso que estaba el
mantenimiento de los vehículos, sobre la política y lo que habían dejado de
hacer o hecho mal algunos dirigentes del país.
Clara
se acercó a mi silla y comenzó a entablar una conversación sobre la idea que
tenía ella de conseguirme un trabajo, en un almacén de una de sus amigas.
—Pienso
que es una muy buena idea que trabajes allí —me dijo—. Te van a pagar muy bien.
Cuando
estaba escuchándola, sentí en mi cerebro la energía de un mensaje de la
Confederación del Espacio; era mi comandante.
—Jendua,
ya es tiempo de pasar a la siguiente etapa —me dijo él.
—Estoy
segura de que mi amiga Margot estará encantada de tenerte en su almacén…
—Hemos
detectado en Zendor un nivel adecuado…
—Margot
es muy amable y tú puedes ir escalando posiciones en su negocio…
—Queremos
que vengas con nosotros…
—Sólo
tienes que atender al público que llegue a comprar…
—Hemos
hablado con los guías y aconsejan que tú regreses temporalmente al espacio…
—Margot
tiene varios almacenes, podríamos buscar uno que te quede cerca…
—Traerte
de regreso, por un corto tiempo, ayudará a la fase final de tu misión…
—En
todos vende el mismo tipo de ropa, siempre de última moda…
—Más
adelante te diremos dónde te podremos recoger…
—¿Me
estás escuchando?
Me
quedé en silencio por un instante y rápidamente respondí.
—Sí,
señor… disculpe, sí, señora. La estoy escuchando. Infortunadamente tengo que
ausentarme por algún tiempo de esta ciudad, pero cuando regrese hablaremos
sobre el trabajo que me propone.
Andrea,
que estaba pendiente de la conversación, al escucharme preguntó asombrada:
—¿Te
vas a marchar?
Sus
ojos profundos me observaban nuevamente con detenimiento. Sentí esa tristeza
que salía de su interior.
—Es
sólo por unos días, luego regreso —les dije—. No se preocupen, volveré pronto.
—¿Y a
dónde vas? —me preguntó su madre.
—Voy a
encontrarme con unos amigos. Hace mucho tiempo no me reúno con ellos. Debo
salir de la ciudad y marcharme muy lejos.
Los
tres me observaban con asombro. No comprendían cómo alguien tan sencillo y
humilde, como indicaba mi aspecto, de un momento a otro debía irse lejos a
encontrarse con sus amigos.
Al cabo
de una media hora di las gracias por la cena y salí de la casa. Andrea me
acompañó por el jardín hacia la calle. La luna estaba llena y brillante en el
firmamento nocturno. Su luz resplandecía en el rostro de mi querida amiga. Un
brillo mágico salía de sus ojos.
—Por
favor, regresa pronto —me dijo, con un tono de tristeza en su voz entrecortada.
—Regresaré
pronto —le dije.
Me
acerqué a ella y la abracé fuertemente. La envolví con mi energía y esto la
hizo sentirse mejor.
—Debo
irme temporalmente, pero regresaré. Aún no he terminado lo que he venido a
hacer aquí.
Ella se
sintió un poco triste. Sabía que algún día ya no me vería más. Lo sabía y lo
había aceptado, sin embargo, guardaba la esperanza de marcharse conmigo a
cualquier lugar.
—No
puedes venir —le dije.
Ella se
sorprendió que dijera eso. Sentía que estaba leyéndole sus pensamientos. Fijó
su mirada en mis ojos.
—¿Quién
eres? —me preguntó—. Daría lo que fuera por saber realmente quién eres.
—Yo
también —le respondí—. Daría lo que fuera por saber quién eres.
Observé
su aura y traté de escudriñar en sus recuerdos. Por un momento, en mi
imaginación, me vi con un traje plateado, como los que usamos en el espacio, en
un hermoso lugar donde el cielo brillaba en tonos pasteles, rosas y violetas.
Había dos soles en el cielo y un lago infinito reflejaba sus rayos cálidos. Al
lado mío vi a mi amiga Andrea. Estábamos contemplándonos uno al otro, sintiendo
dentro de nosotros ese amor infinito que nos unía. En mi mente, ella me decía:
“No te demores, te extrañaré mucho”.
—No te
demores, te extrañaré mucho —me dijo, y me sacó de mi sueño efímero.
—Espero
que regreses pronto —me repitió—. No te olvides de nosotros, por favor.
Nos
dimos un beso, como ya acostumbrábamos hacer al despedirnos. Me marché en
silencio y por el camino de regreso a casa trataba de recordar plenamente esa
escena que había visto en mi imaginación. Estaba seguro de que Andrea y yo ya
habíamos estado juntos, en aquel planeta de dos soles.
Al
llegar a casa me senté a meditar para así lograr abrir la puerta de ese recinto
donde se encontraban ocultos mis recuerdos. Tenía que comprender quién era mi
bella amiga. Respiré profundamente. Aquieté todo mi cuerpo. Sentí una energía
color dorada que me cubría y llenaba toda la habitación. Al cabo de unos
minutos ya estaba concentrado. Volví a traer a mi memoria la escena del planeta
de dos estrellas.
Me vi
caminando con mi amiga, Andrea. Escuché que la llamaba por su verdadero nombre.
—Mi
amada Jensua, siempre estaré contigo —le decía—. A pesar de la distancia,
estaremos siempre unidos.
—Jendua,
espero que puedas llevar a cabo tu misión.
Recordé
que en esa época estaba planeando un viaje a una estrella lejana. Había una
tarea importante que hacer, en un planeta donde habitaba una cultura primitiva
y necesitaban un “impulso”. Fue una misión que mi amigo Arsion y yo realizamos.
—En
aquel entonces, tú y Jensua permanecían juntos —escuché la voz de mi guía
diciéndome esto.
Observé
su bello rostro y su mirada dulce y serena. Había irrumpido en mi meditación.
—Tú y
ella han vivido experiencias juntos —continuó mi guía—. Ustedes se separaron
temporalmente. Fuiste a servir en otro lugar. Cuando regresaste, descubriste
que tu amiga había decidido nacer en un planeta de la tercera dimensión, para
servir en una labor como la tuya. Ese planeta es la Tierra. Tu amiga Andrea es
Jensua, ese ser que tiene mucha afinidad contigo y que, a pesar de la
distancia, siempre permanece unida a ti. Ya has recordado quién es ella. Tu
espera ha terminado.
En ese
instante unas lágrimas de alegría se escurrieron por mis mejillas. En un
momento me desconcentraron y estuve cerca de perder la comunicación con mi
guía.
—Amigo
mío —me dijo—, es hermoso el reencuentro de las almas afines. Cada uno de
vosotros ha aprendido a través de varias experiencias. Ahora pueden volver a
estar juntos. Sin embargo, debes comprender que tu servicio aún no termina ni
tampoco el de ella.
—¿Cuál
es la misión de Jensua? —le pregunté.
—Es la
misma tuya. Ayudar al planeta Tierra en estos momentos de transición. Tú
estarás sirviendo desde el espacio, y ella lo hará desde la Tierra, viviendo
como cualquier humano. La unión entre lo externo y lo interno siempre crea la
transformación. Ustedes harán uno de los múltiples puentes de energía que
ayudarán a elevar el nivel vibratorio y hacer menos drástico el cambio.
Luego
de hablar con mi guía, y recordar a mi amiga cósmica, experimenté una alegría
infinita. Sentía toda mi energía llenando el planeta Tierra. Irradiaba esos
sentimientos amorosos hacia todos sus habitantes.
Al cabo
de varias horas logré dormirme. En mis sueños volaba libre con mi amiga de
siempre. Nos elevamos hacia una luz inmensa y allí permanecimos extasiados,
envueltos en la energía del Creador.
Los mundos superiores
Salí
nuevamente de la ciudad; iba solo. Esta vez llegué a una laguna más pequeña,
circular y encerrada entre montañas. Era un lugar donde hacía varios siglos un
meteorito había abierto un cráter, y el agua de la lluvia había llenado el agujero.
Por mucho tiempo, indígenas de la región realizaron allí rituales con los que
saludaban a sus dioses. Hoy en día era un sitio turístico, aunque aquellos que
lo visitaban no eran conscientes de la enorme energía que fluía de allí.
Nuestras naves aprovechan este paraje para proyectarse fácilmente de la cuarta
a la tercera dimensión. En ese lugar tenía una cita con mis amigos del espacio.
Tuve
que caminar por más de una hora desde el lugar donde un transporte público me
había dejado. Llegué al anochecer. Permanecí en el sitio pactado por varias
horas. Estaba en silencio, solo, escuchando el sonido de los insectos y el
ambiente nocturno que me rodeaba.
Hacia
la media noche sentí el mensaje de mi comandante. Estaban ya listos para
recogerme; no había curiosos cerca. Detrás de la montaña brilló una luz
azulada. Ese resplandor se hizo mayor y apareció una de las naves
exploratorias. Como mi cuerpo había descendido a la tercera dimensión para
venir a la Tierra, tendrían que recogerme en esa dimensión, y por eso la nave
se hacía visible.
La nave
se detuvo sobre mi cabeza a unos doscientos metros. Luego descendió más hasta
llegar a unos cincuenta metros de altura. De su base salió un haz de luz verde
que me cubrió plenamente. Usábamos esta energía para limpiar los virus y
bacterias que pudieran haber en un cuerpo en tercera dimensión. Luego, un haz
de luz violeta me cubrió, transformando mi nivel molecular. Comencé a flotar en
el aire y fui ascendiendo hacia la nave. En su base se desmaterializó un
círculo de unos dos metros de diámetro y entré flotando por allí. Al llegar a
un recinto central de la nave, el piso volvió a materializarse bajo mis pies.
Esperé allí durante unos segundos. Arsion salió a mi encuentro y me abrazó.
—Bienvenido
a tu casa —me dijo.
Cambié mi
ropa por una más cómoda. Me senté al lado de los controles de la nave y la
elevamos hacia el espacio exterior, no sin antes sintonizarla en la cuarta
dimensión, desapareciendo de los ojos y radares de los humanos. ¡Cuán agradable
era volver a encontrarse en el nivel de amor de la dimensión del espacio!
Sentía toda la grandeza de la Creación. Un sentimiento de solidaridad y
pertenencia a un Todo superior me llenaba. Llevaba ya muchos meses sin haber
percibido ese estado sublime al que pertenecía.
Nuestra
pequeña nave se acercó a una nave nodriza. Entramos allí y desembarcamos. Al
poco tiempo me encontré con mi comandante. Arsion me dejó a solas con él.
Estábamos en una habitación con un techo abovedado.
—Estamos
preparando la fase final de tu misión —me dijo el comandante.
Manteníamos esta conversación usando la
telepatía, que en nuestra dimensión es la mejor manera de comunicarse.
—¿Por
qué me han hecho regresar? —le pregunté.
—Hay
varios propósitos para tenerte aquí. El primero es el de darte un descanso.
Llevas ya mucho tiempo en la Tierra y eso ha hecho que tu estado molecular haya
descendido. Si te quedas por mucho tiempo en la Tierra, será más difícil para
ti regresar con nosotros más adelante.
Caminamos
por el cuarto donde estábamos. El comandante tocó unos controles sobre la pared
y al momento apareció una imagen de la Tierra. ¡Qué bello se veía este planeta
desde el espacio! Sus océanos, sus continentes y las nubes, pequeñas y blancas,
recubriendo como pequeños copos de algodón este planeta azul. Millones de seres
viviendo allí. Todo un ecosistema de vida cósmica; todo un organismo viviente
de tamaño planetario.
—La
segunda razón —continuó con su explicación— es la de elevar el nivel de Zendor.
Si él practicara algún tipo de meditación,
o mantuviera una rutina de orar, o hiciera cualquier otro tipo de
trabajo espiritual, podría permanecer conectado con los planos superiores y así
recibir la sabiduría del cosmos. Cuando tú regreses, llegarás en una vibración
más sutil y, al estar junto a él, tu energía le permitirá alcanzar el estado de
iluminación necesario. Tu aura irradiará energía que facilitará esa
transformación. Deberás estar más cerca de Zendor. Además, ya tienes una
conexión psíquica con él; desde aquí podrás ayudarlo a contactar a su guía.
—¿Y la
posibilidad de traerlo al espacio exterior? —le pregunté.
—Hemos
venido analizándola. Los guías espirituales no recomiendan hacerlo por ahora.
Ellos ven que es posible que Zendor expanda su mente sin tener que recurrir a
este ultimo recurso.
En esos
momentos recordé a mi amiga Jensua y al joven Daniel. Evoqué el día que
estuvimos en el embalse, donde ocurrió el avistamiento de una de nuestras
naves. Daniel estaría complacido de subir con nosotros, sin embargo, mi misión
original estaba relacionada con Zendor, no con él. También recordé las palabras
de mi guía sobre la ansiedad que poseen algunas personas en la Tierra por tener
contacto con nosotros:
—Algunos
seres de la Tierra desean tener un contacto extraterrestre —me decía—. Sin
embargo, el mejor contacto que todo ser debe anhelar es consigo mismo. Dentro
de cada cual se encuentra el camino que conduce a ese lugar donde están todas
las respuestas. Para conocer el universo y sus leyes no hay que hacer un viaje
hacia el exterior, sino proyectarse en un viaje interior.
—Tengo
algo más que decirte —dijo mi comandante, interrumpiendo mis recuerdos.
Se
acercó a mí, y me observó con su mirada dulce y sabia. Continuó diciéndome:
—Se
llevará a cabo una reunión del Consejo de Ancianos de la Galaxia. Algunos de
nosotros vamos a asistir. Quisiéramos que tú nos acompañes. Has sido autorizado
por los guías.
—¿Se
van a reunir? ¿Con qué propósito?
—Esta
reunión es un suceso muy especial que ocurre en un punto del espacio-tiempo —me
dijo—. En ella se hace una evaluación sobre la evolución de los habitantes de
la Tierra. Como el tiempo que el creador ha dado a la Tierra en tercera
dimensión se está agotando, esta reunión permite evaluar el progreso de la
humanidad en la etapa de transición.
Sabía
que a estas reuniones asiste el gran Maestro de Maestros, aquel guía espiritual
que ya había descendido a la Tierra en varias ocasiones, y que, con sus
enseñanzas de amor, había cambiado el destino de la humanidad. Ansiaba ver
aquel maravilloso ser. Algunas veces lo había contactado en mis meditaciones,
y, en una ocasión, pude hablar con él personalmente.
—Sí —me
dijo el comandante, que estaba percibiendo mis pensamientos internos—, allí
estará el Maestro de Maestros.
* * *
Más
tarde, en mi habitación de la nave, puede comunicarme con mi familia. Mis
padres, que vivían en un lugar lejano de la galaxia, escucharon nuevamente a su
hijo. La comunicación la hacíamos a través de partículas que daban un salto por
el hiperespacio y se lograba un contacto sin interrupciones. Ellos me habían
ayudado mucho durante mi infancia. Tenía el equivalente a 125 años terrestres
por lo cual se me consideraba aún muy joven. Sin embargo, el nivel de
iluminación y experiencia lo medimos por el nivel de aprendizaje en toda
nuestra evolución, más que por la edad que tenemos en la vida actual.
—¿Cómo
estás, hijo mío?
—Muy
bien, padre —le dije—. La misión de la Tierra va muy bien. Estoy muy feliz,
pues he podido ayudar. Tú sabes lo difícil que puede ser manejar planetas en el
punto de transición. Una etapa crítica se acerca para este planeta. Muchos
mantienen aún un estado de ignorancia y violencia, pero sabemos que eso poco a
poco irá cambiando. Seres de niveles evolutivos altos ya están naciendo en el
planeta y la transición marcha como se había predicho.
—Nos
alegra mucho escuchar esto, hijo. Sólo esperamos que te cuides y te mantengas
siempre en sintonía con la Creación.
Mi
padre tenía una edad ya avanzada. Estaba preparándose para dejar su envoltura
física. Se marcharía a los planos superiores para hacer un balance de su
crecimiento y luego regresar. Él quería volver a la misma colonia espacial
donde vivía. No quería aventurarse a dimensiones inferiores, como la Tierra,
donde se aprende mucho a través del servicio,
pero a la vez resulta ser una experiencia muy dura. En esas dimensiones
inferiores se pierde el recuerdo de las experiencias previas, y se tiene la
sensación de una existencia de sólo algunos años. Es como despertarse una
mañana y recordar sólo lo que se ha vivido ese día, sin ser consciente de los
días previos. Realmente eran muy valerosos aquellos que descendían a colaborar.
Por eso admiraba mucho a Jensua, mi amiga de siempre; había sido muy generosa
al hacerlo.
No
quería por ahora comentarle a mi padre acerca de mi amiga. Recuerdo algunas
ocasiones cuando era niño, que le hablaba de ella. En aquel entonces, parecía
más la imaginación de un muchacho de corta edad, que un recuerdo real, y mis
padres no prestaban mucha atención a mis historias. Jensua había estado conmigo
en una experiencia anterior, cuando yo tenía otro cuerpo físico. Ahora, de
regreso a la nave, me resultaba más fácil recordar nuestras pasadas
experiencias; eso que sucedió hace mucho tiempo.
Me
despedí de mi padre, y le envié saludos a mi madre. En la soledad de mi habitación,
mis pensamientos estaban enfocados en Jensua. Recordaba su bello rostro y sus
ojos profundos y brillantes. Recordaba cuando la había conocido antes de llegar
a la Tierra y esa imagen se mezclaba con la apariencia joven que tenía en su
envoltura física actual. Allí, en el ambiente de nuestra nave, me era más fácil
abrir mi mente y recordar lo que había sucedido en mi pasado remoto, junto a mi
amiga.
Recordaba
el tiempo en que vivimos juntos. Estuvimos unidos, compartiendo conocimiento y
experiencia en el planeta Zitnia. Tuvimos un hijo que al cabo de varios años
fue creciendo y evolucionando bajo las enseñanzas de ese lugar. Él dejó su
cuerpo físico muy joven, antes de separarnos Jensua y yo. No sabía dónde estaba
o qué había sido de él. Sin embargo, su recuerdo me colmaba de paz. Estaba
unido a él en espíritu, y aunque no estaba conmigo, lo sentía existir en algún
lugar del universo.
Con
Jensua era distinto. Había perdido el contacto. Por entrar ella en la Tierra y
permanecer yo en el espacio, la diferencia dimensional creaba un abismo entre
nosotros. Sin embargo, al haberla encontrado de nuevo y recordar nuestra unión
espiritual, esa sensación de aislamiento había cesado.
Aquí en
el espacio, el sentimiento de amor hacia mi amiga era diferente. Sentía menos
apego. Una paz infinita me llenaba, y me sentía unido con ella a la Creación.
Sabía que, sin embargo, ella podría estar padeciendo mucha nostalgia por no
tenerme cerca. Le enviaba pensamientos de amor, para que llenaran ese vacío que
ahora podría estar sintiendo.
Estaba
renovado. Ya no era el mismo. El hecho de haber descendido a la tercera
dimensión, y ahora regresar luego de las experiencias que había tenido que
pasar, y el hecho de haber encontrado a mi amiga, habían creado una
transformación en mí. Me sentía más sabio y lleno de amor.
Me
tenía que preparar para la reunión de los ancianos, como llamábamos a aquellos
seres de gran sabiduría que manejaban los destinos de los mundos en la galaxia.
También me entusiasmaba encontrarme con el gran maestro. Cada vez que esto
sucedía, renacía en mí algo nuevo. Su sola presencia daba un impulso
extraordinario a mi espíritu.
* *
*
Arsion
y yo conversábamos. Hablábamos telepáticamente. En nuestra dimensión no usamos
los sonidos, sino los pensamientos. El poder de la voz es muy grande, con él
podemos destruir o sanar a una persona. En la cuarta dimensión su poder es
mayor que en la Tierra y cuidamos de no usarlo, sólo si fuese necesario para
hacer algún proceso de curación.
—¿Cómo
es la Tierra?— me preguntó mi amigo.
—Energéticamente
es un lugar muy denso —le dije—. Se siente mucha soledad. Se siente uno más
aislado de la Creación. Es un mundo poblado de seres independientes. Ese
aislamiento crea sentimientos de temor y apego.
—¡Vaya!
Es un lugar complicado.
—Sin
embargo —le dije—, allí hay personas y lugares muy bellos. ¿Recuerdas aquellas
fantasías que te dije que tenía con aquella chica que sentía parte de mi ser?
—¿La
que veías en sueños continuamente?
—Sí,
esa mujer. Pues está en la Tierra. He podido recordarla y reconocerla luego de
algún tiempo de estar en contacto con ella.
—¡Cómo!
¿Era real? ¿Y llegaste a
encontrarla en un planeta con tantos habitantes? —me preguntó.
—Creo
que mi guía tuvo algo que ver. No creo que fuera coincidencia que se cruzara en
mi camino. Quizás el guía de ella también nos ayudó.
—Bueno,
dicen que las almas afines mantienen un cierto magnetismo que les permite
siempre re-encontrarse.
—Quizás
fue eso —le respondí.
Me
acomodé un poco mejor en la silla del salón donde conversábamos. Era un cuarto
circular, con el techo abovedado. En medio teníamos una mesa de un metal cálido
y translúcido que flotaba rígidamente en el aire. De las paredes se desprendía
una luz que hacía brillar todo el lugar.
—Y cómo
están las cosas por aquí —le pregunté a Arsion.
—Bueno,
todo está bien. Hace unos días llegaron más naves de Sirio. Además, la Colonia
Verde ya está lista.
—¿Ya la
concluyeron?
—Sí,
Jendua. Toda la biofauna se ha instalado.
La
Colonia Verde es una nave gigante que tenemos en órbita alrededor de Venus.
Está, lógicamente, en cuarta dimensión y no puede ser detectada por la
tecnología terrestre. Contiene un ecosistema trasplantado desde la Tierra. Poco
a poco hemos venido trayendo animales y plantas aptas para estas dimensiones.
Allí se encuentran montañas con bosques exuberantes, un lago salado con
delfines y ballenas, ríos y muchas otras cosas familiares a los humanos. Allí
sostendríamos a los seres que recogiéramos si fuese necesario evacuar el
planeta. Dependiendo del daño que se causara a la Tierra y el tiempo que esta
tardara en recuperarse, los seres evacuados podrían permanecer poco o largo
tiempo, por lo tanto, para ellos resultaría mas fácil residir en ese ecosistema
creado por nosotros, que permanecer una larga temporada en una de nuestras
naves. En la etapa inicial estaría algunos años en el espacio. En la etapa
final la descenderíamos hacia la superficie del planeta y permanecería allí
hasta que éste nuevamente fuera habitable y pudieran abrirse las puertas para
repoblar la Tierra.
Estábamos
listos y alertas. Diariamente vigilábamos el planeta. Observábamos el campo
psíquico de la Tierra, detectábamos lo que sucedía y teníamos la capacidad de
anticipar una posible guerra atómica aun semanas antes de comenzar; un hecho
así, enviaría una descarga de energía en el espacio-tiempo que podríamos
detectar previamente.
Nuestras
leyes universales no nos permiten evitar que el planeta entero sufra una
catástrofe causada por la irresponsabilidad de sus habitantes, pero sí podemos
minimizar su impacto, para impedir un daño irreparable. Además, podemos ayudar
a las personas que están preparadas y con el estado de conciencia adecuado.
Aquellos que causan mal deben recibir el fruto de lo que siembran, en cambio,
aquellos que sufren por la ignorancia de sus hermanos, pueden evitar sus
consecuencias. Es a estos últimos a quienes sí podemos ayudar.
Arsion
y yo habíamos recorrido varios años luz en la galaxia, viajando de una estrella
a otra en misiones de ayuda e investigación. Debido a nuestro estado de
evolución ya nos podíamos desplazar por el hiperespacio. Cuando queríamos
viajar, dando un salto en el espacio-tiempo, a través de métodos similares a
los que se usan en nuestras meditaciones, elevábamos el nivel vibratorio de
nuestro cuerpo y de nuestra nave, y ayudados con un poco de tecnología,
podíamos recorrer miles de años luz en pocas horas; simplemente, toda nuestra
materia, más la de la nave, se convertía en un pensamiento. Seres de tercera
dimensión no pueden hacer eso y están restringidos a viajar a una velocidad
máxima menor que la velocidad de la luz. A esa velocidad no es muy fácil el
desplazamiento, y lo que a nosotros nos toma unas horas, a ellos les tomaría
varios miles de años. De esta manera el universo restringe a aquellos que no
tienen el mínimo nivel de amor necesario y evita que puedan causar daño; esos
seres podrían ser muy peligrosos tratando de conquistar mundos, cuando la única
conquista que todo habitante del gran cosmos debe buscar, es la conquista de su
ser interior, y el único enemigo que hay que destruir, es aquel que mora dentro
de cada uno de nosotros y que se manifiesta en la ignorancia, la violencia y el
temor.
Otros
seres de niveles superiores al nuestro, ya no requieren naves espaciales,
trajes, etc. Ellos viven en dimensiones elevadas y con su pensamiento pueden
ubicarse en cualquier lugar del espacio y del tiempo. Su cuerpo es de energía
pura, no de materia de tercera o cuarta dimensión. Pueden descender
temporalmente a niveles como el nuestro, y allí toman forma física. El gran
Maestro de Maestros es uno de esos seres. En ocasiones desciende a planetas
para brindar ayuda a través de sus enseñanzas.
—¿Qué
piensan de nosotros en la Tierra? —me preguntó mi amigo.
—Algunos
—le respondí— creen ciegamente que sí existimos. Nos dan poderes
extraordinarios, como de ángeles o dioses. No comprenden que somos sus hermanos
mayores, hijos de la misma Creación. Otros creen que existimos, pero no estamos
cerca de ellos; como ya saben que en tercera dimensión no puede sobrepasarse la
velocidad de la luz, consideran que es imposible que podamos desplazarnos a una
velocidad mayor, como la del pensamiento, y que podamos llegar fácilmente a la
Tierra.
—Otros
se niegan a aceptar nuestra presencia.
Sobre
la mesa toqué unos controles. Hice aparecer una imagen tridimensional de la
Tierra. Señalándola continué con mi comentario:
—Este
planeta, como organismo viviente, tiene dos grandes fuerzas. Al igual que
sucede en el cuerpo de los humanos, en el cual los hemisferios cerebrales,
derecho e izquierdo, son diferentes y a veces contradictorios, donde uno de
ellos es intelectual y el otro es emocional; uno es lógico y el otro intuitivo;
así mismo, la Tierra tiene dos grandes fuerzas, la filosofía o religión y la
ciencia. Una es intuitiva y la otra es lógica. Ellos separan temas del espíritu
de temas científicos, sin saber que todo es parte de la misma esencia.
—Muchos
religiosos —continué diciéndole— mantienen sus ideas sin tomar muy en serio la
ciencia. Explican muchas cosas a través de una fe ciega, sin detenerse a sentir
qué respuestas hay en su ser interior. Siguen dogmas estrictos sin entender la
causa inicial de ellos.
—Otros
—le comenté—, los científicos, se niegan a aceptar ciertas verdades ocultas a
sus ojos, pero claras en su corazón. No se dejan guiar por la intuición. No
aceptan aquello que no pueden ver ni lo que no pueden experimentar con sus
sentidos externos.
Con los
controles de la mesa hice un acercamiento de la Tierra. Una hermosa toma de Sur
América aparecía ahora frente a nosotros. Mi amigo Arsion escuchaba en su mente
con entusiasmo mis explicaciones.
—Sin
embargo —continué—, esto está cambiando. Ya existen científicos que mencionan
el concepto de Dios. Han llegado a la conclusión de que algunas de las leyes de
la física parecen cumplirse siguiendo una “inteligencia” universal. Al mismo
tiempo, algunos religiosos se han abierto más hacia la ciencia, y aceptan y
adaptan ciertas verdades científicas a sus creencias. Estas dos grandes
fuerzas, ciencia y religión, serán una sola, y en ese momento la Tierra habrá
dado uno de los pasos hacia su madurez. En cada uno de sus habitantes, su
lógica y su intuición serán una sola manifestación, y cada uno alcanzará el
estado ideal para avanzar a la cuarta dimensión. En ese momento se conectarán a
la Creación y sentirán esa presencia cósmica, consciente y universal dentro de
sí mismos.
Arsion
estuvo en silencio mental por un largo momento. Dejaba que mis ideas fluyeran
dentro de su interior.
En los
controles de la mesa marqué la clave vibratoria de mi amiga Jensua. La imagen
comenzó a viajar, y enfocó la ciudad donde hasta hace unos días me encontraba
viviendo. Un cursor en la pantalla marcaba un punto. Hice un acercamiento
mayor. Vi su casa desde el aire. Acerqué más la imagen y la vi en el estudio,
sentada, leyendo. Leí el título del libro; era sobre astronomía. Hice que la
imagen rotara y ya no la veía desde arriba, sino de frente.
—Ella
es Jensua —le dije a mi amigo.
Él, al observarla me respondió.
—¡Es
muy bella! Su aura es espectacular.
Acerqué
más la imagen y su rostro cubría ahora todo el campo de visión que teníamos al
frente nuestro, flotando sobre la mesa. Sus ojos brillaban serenamente y se
movían de lado a lado al ir leyendo las líneas del libro que tenía en sus
manos. Su imagen irradiaba dulzura ¡Amaba tanto a este ser!
Ella
sintió ese pensamiento y mi presencia cerca. Se levantó de su silla y se asomó
por la ventana. Seguramente esperaba verme llegar caminando por el jardín.
Estuvo allí por un largo tiempo, contemplando un hermoso atardecer, mirando el
cielo y tratando de encontrar en las estrellas una pista que la acercara más a
mí.
—Aún no
me es claro —le dije a Arsion— qué misión tiene Jensua y cómo encajo yo en
ella. Sé que poco a poco lo iré descubriendo. Por ahora intuyo que vamos a
estar juntos.
* * *
Los días que siguieron a mi ascenso fueron de
preparación. Mi guía, que ahora en esta dimensión lo sentía más cerca en todo
momento, me servía de mucho apoyo. Él me daba las indicaciones para ir
adaptando mi cuerpo y la energía de mi aura, a fin de poder tolerar el nivel de
vibración que habría en el Consejo de Ancianos de la Galaxia.
Con
frecuencia salía en una de nuestras naves exploratorias a hacer un recorrido
sobre la Tierra. Viajábamos sobre ciudades, campos y montañas. Arsion y yo
ejecutábamos tareas que eran parte de nuestra rutina diaria. Evaluábamos
distintas zonas de la Tierra; verificábamos el nivel psíquico del planeta en
diferentes regiones. Vigilábamos a sus dirigentes políticos y militares.
Percibíamos los pensamientos de muchos científicos y analizábamos el nivel de
tecnología que estaban alcanzando. Infortunadamente gran parte de sus inventos
y desarrollos tecnológicos los usaban para crear artefactos de destrucción. No
comprendían aún que solo estaban logrando acelerar su propia destrucción.
Un día,
cuando viajábamos sobre los lugares que había ya frecuentado cuando estuve en
la gran ciudad, pasamos sobre el embalse, aquel que me traía bellos recuerdos
de mi amiga. Allí encontramos otra vez a Zendor, a Andrea (Jensua) y a Daniel.
Habían regresado nuevamente a ese sitio. Desde que ocurrió el avistamiento,
siempre retornaban allí, con la esperanza de que quizás ese suceso volviera a
repetirse algún día.
Desde
la nave sintonicé nuestra señal rastreadora en el lugar donde estaban. Escuché
el diálogo que mantenían Zendor y Andrea, mi amiga cósmica.
—Hace
varios días que no recibo noticias suyas —dijo ella.
—Muy
extraño —agregó Zendor—. ¿Cómo puede permanecer alejado, sin darte alguna
llamada? ¿Te dijo cuándo espera regresar?
—No.
Tan sólo me dijo que regresaría. No sé cuándo, pero sé que lo hará. Algunas
veces lo siento muy cerca de mí.
Estaban
sentados sobre el césped. Daniel jugaba con otros niños, no muy lejos de allí.
—¿Qué
sientes por él? —le preguntó Zendor. Parecía como un padre conversando con su
hija sobre sus sentimientos más profundos.
Ella
tomó aire, observó aquel lugar y luego le respondió:
—Estoy
enamorada de él; lo amo. Siento que es algo muy profundo y espiritual. Antes
tuve algunos novios a quienes amé mucho. Pero con él todo es diferente. A veces
creo que estoy enamorada de un ángel o de alguien que no es de este planeta.
—Yo
también lo estimo mucho —le dijo Zendor—. A veces lo siento como un gran amigo.
Tenemos edades diferentes y, sin embargo, dentro de él percibo a alguien
adulto, con mucha experiencia y sabiduría. También creo que no pertenece a este
mundo, y presiento que se marchará y no volveré a saber nada de él.
Al
escuchar las palabra de Zendor, ella se sintió triste.
—No sé
qué hacer —dijo—. A veces también siento que no volveré a verlo. No sé como
podré vivir sin tenerlo cerca de mi. Es como si la razón de mi existencia
estuviera muy ligada a él.
Unas
lágrimas salieron de su rostro. Zendor se acercó y la abrazó. Era como un padre
consolando a su hija.
—¿Por
qué me sucede esto a mí? —preguntó ella—. ¿Por qué perdí a mi hermano y ahora
siento que estoy perdiendo al amor de mi vida?
Al
observarla desde mi nave, sufriendo, sentí tristeza. En mi rostro también
salieron algunas lágrimas. Deseaba estar allí abajo, con mi amiga.
Con mi
mente le envié un pensamiento de consuelo, para aliviar su sufrimiento.
—No
llores más —pensé—, debes saber que estoy y estaré contigo en todo momento, a
pesar de la distancia que nos separa.
Al
instante, vi cómo ella se soltaba de Zendor y se ponía de pies. Observaba hacia
todos lados.
—¿Escuchaste
eso? —preguntó.
—¿Qué
cosa? —preguntó Zendor.
—Esa
voz. ¿No escuchaste esa voz?
—¿Cuál
voz? Estamos tú y yo solos. Los niños están muy lejos de aquí y no hay nadie cerca.
—Era la
voz de Luis Carlos. Estoy segura de que me habló. Me dijo que no llorara más,
que estaba siempre conmigo, a pesar de la distancia.
Zendor
se quedó observándola extrañado. Se puso de pies y también miró hacia todos
lados. No vio nada.
En ese
momento comprendí que tenía que tener cuidado con mis pensamientos hacia mi
amiga. Ahora los escuchaba. A pesar de estar en dimensiones diferentes, me
escuchaba.
—Ha
debido ser tu imaginación, niña —le dijo Zendor—. ¡Vamos!, ya es hora de
regresar.
Los vi
alejarse de aquel lugar. Regresaron a la ciudad.
* * *
En la
nave nodriza, en mi habitación, estaba meditando. Era mi conversación diaria
con mi guía. Luego, siguiendo sus instrucciones, y con su ayuda, logré
comunicarme con Zendor; estaba durmiendo y era más fácil establecer contacto
espiritual.
En sus
sueños, nos vimos caminando por una playa, frente a un océano. Nos sentamos en
la arena. Era un atardecer muy bello y las primeras estrellas se hacían
visibles. Una media luna brillaba sobre nosotros.
—¡Hola!,
Zendor —lo saludé.
Al
escuchar la vibración de su nombre, algo dentro de sí mismo se inquietó. Era
como un campanazo que lo sacudía.
—Amigo
mío —le dije—, llevas mucho tiempo durmiendo, ya llegó el día y es el momento
para que hagas lo que habías planeado hacer.
—¿Qué
debo hacer? —me preguntó.
Me
acerqué más a él y lo abracé con mucho cariño. El sonido de las olas llenaba el
lugar.
—Busca
dentro de ti mismo. Allí encontrarás la respuesta.
Luego,
en sus sueños, lo conduje a un lugar sobre la Tierra, como si estuviéramos en
órbita alrededor del planeta. Allí encontramos a su guía espiritual y este le
habló del destino de la humanidad. Le explicó qué sucedería a la Tierra. Estuvo
mostrándole los cambios que ocurrirán en la humanidad y los cataclismos que
pueden sobrevenir.
—El
futuro es una probabilidad del presente —le dijo su guía—. Lo que se haga hoy,
afecta el destino personal y el destino de la humanidad. Las profecías, que por
muchos años se han entregado a los seres humanos, y que seres humanos con la
capacidad de ver el futuro han llegado a percibir, han buscado crear un cambio
en la humanidad. Una profecía no habla de una gran verdad por suceder, tan sólo
es una advertencia sobre algo que podría suceder si se sigue el camino actual;
corresponde a quien la escucha decidir si crea un cambio en su destino.
—Es tu
misión —continuó diciéndole— ayudar a efectuar ese cambio en el futuro de la
Tierra. Estoy y estaré contigo siempre, para ayudarte a lograr esa
transformación. Pero primero debes cambiarte a ti mismo. Busca tu desarrollo
interior. Busca a través de ese sendero interior las respuestas y enseñanzas
que te permitirán estar preparado.
En mi
meditación observé cómo su guía lo abrazaba. En ese momento me alejé y los dejé
solos. Había logrado hacer el primer contacto de Zendor con su guía espiritual.
En ese
momento, y mientras meditaba, me sentí triste. Había logrado algo muy
importante y quizás ya mi presencia en la Tierra no fuese necesaria. Ahora
Zendor podría seguir contactándose con su guía y así continuaría la
transformación para su labor. Sin embargo, mi guía me comentó lo contrario:
—Aún no
has concluido lo que tienes que hacer en la Tierra. Regresarás luego del
Consejo Galáctico al que asistirás pronto. Hay todavía algunas cosas que debes
completar allí.
Finalicé
mi meditación y caminé por mi habitación. Tenía un poco de ansiedad por la
reunión del día siguiente. También deseaba regresar a la Tierra. Deseaba volver
con los humanos y en especial con mi amiga Jensua.
Recordé
lo sucedido la última vez que la vi desde nuestra nave. Ella había escuchado mi
voz.
Me
senté nuevamente y cerré los ojos. Me sentí saliendo de la nave, volando por el
espacio y llegando a la Tierra, a su casa. La vi recostada. Estaba dormida.
Volví a enviarle un mensaje telepático.
—Jensua,
despierta. Soy yo, tu amigo —le dije.
Vi cómo
ella se movió y se despertó. Se sentó en la cama y preguntó:
—¿Eres
tú, Luis Carlos? ¿Dónde estás?
—Si,
soy yo. Mi verdadero nombre no es Luis Carlos —le contesté—. Mi nombre es
Jendua.
—¿Jendua?
—preguntó.
Ella
sintió una inmensa alegría que no pudo describir, un alivio enorme y una paz
infinita. En su subconsciente ese nombre resonaba con fuerza.
—Jendua.
Tu nombre es hermoso. ¿Dónde estás? ¿Por qué escucho tu voz y no te veo?
—Estoy
muy lejos de ti, pero puedo hablarte a través de tu mente. Quiero que sepas que
te amo mucho y que siempre estaré contigo, a pesar de hallarme muy lejos.
Pronto regresaré. Vuelve a dormir. Descansa.
La vi
recostarse nuevamente. Volvió a dormirse. Se sentía feliz. Yo sabía que quizás
al otro día despertaría y recordaría esto como un sueño más.
* * *
Ya
estábamos preparados para la reunión del Consejo de Ancianos. Asistiríamos el comandante, yo, y otras dos viajeras espaciales, compañeras
nuestras. Ellas tenían un desarrollo espiritual elevado, y con frecuencia
ayudaban en la comunicación con los guías para establecer las pautas en nuestro
plan de ayuda a la Tierra. Fuimos al salón de transportación. En el lugar del
despegue energético entramos en una cúpula transparente. Esta comenzó a brillar
con una energía blanca. Nuestro cuerpo se llenó de esa luz. Con nuestra mente
transformamos el grupo en un pensamiento y pudimos hacer el viaje. Al poco
tiempo la imagen que teníamos de la nave se perdió de nuestra vista. Aparecimos
en un salón grande, luminoso y cargado de una atmósfera de amor indescriptible.
Era un
auditorio elíptico, con una mesa alargada y circular, que ocupaba un
circunferencia de 33 metros de diámetro. Allí había ya unos seres sentados frente
a ella. Otros comenzaban a llegar. Estaban vestidos con túnicas blancas. Su
aura irradiaba un color violeta brillante y transparente. Tenían cabello
luminoso que caía sobre sus hombros, y sus ojos irradiaban una armonía
infinita. En ese momento respiraba profundamente, preparando mi cuerpo para tan
importante evento.
Nosotros
estábamos sentados detrás de los ancianos. Así los llamábamos por su gran
sabiduría. Aunque muchos de ellos presentaban un aspecto joven.
Con
nosotros, había otros invitados, algunos de ellos eran seres humanos. Venían de
diferentes puntos del espacio y del tiempo. Todos esperábamos a que comenzara
la reunión.
El
último en llegar fue el gran Maestro de Maestros. Antes de arribar, el salón se
llenó de una luz dorada y rosa muy tenue. El aire olía a flores, como las que
hay en la Tierra. Todos guardamos silencio absoluto. De repente apareció,
materializándose en una silla frente a la mesa. ¡Cuán bello es este ser! Su
mirada lo transporta a uno a lugares sublimes del reino espiritual. Su sola
presencia da un impulso alentador.
La
reunión comenzó con unas palabras del gran Maestro. Recordó a todos la razón
por la cual estábamos allí presentes.
Algunos
de los ancianos dieron informes sobre la evolución humana. Ellos pueden, a gran
escala, saber cómo va la humanidad, midiendo factores clave de la Tierra. Este
planeta, como todo ser viviente, tiene parámetros que hablan de su nivel
evolutivo; aquel que los humanos influyen con sus pensamientos y acciones.
Un
grupo mencionó el plan que había sobre la evacuación a la Colonia Verde, y las
probabilidades de que todo eso fuera necesario usarse. Hablaban sobre algunos
humanos que ya habían evacuado durante desastres naturales, tales como
avalanchas, terremotos y huracanes. Era un grupo reducido, pues no todos tenían
el nivel adecuado. Los demás, aquellos que habían pasado al estado que en la
Tierra llaman muerte, estarían simplemente renovándose en la energía de la
Creación y preparándose para ir a otros lugares del universo, acordes con su
desarrollo espiritual.
En el
ambiente había una profunda preocupación sobre el destino de la humanidad.
Sabíamos que estaban desarrollando armas nuevas, próximas a usarse. No era sólo
el peligro de estos artefactos de autodestrucción de la raza humana, sino la gran
cantidad de energía psíquica de bajo nivel que se emitía durante el proceso de
planeación, diseño y construcción de estos sistemas de aniquilación masiva, la
cual hacía más difícil la situación terrestre y de sus vecinos cósmicos.
El
Maestro de Maestros nos informó a todos los presentes que había llegado ya el
punto de convergencia de las fuerzas naturales. A partir de ese instante, una
intervención mínima era permitida por las fuerzas de la Creación. Era ya
posible contrarrestar los desarrollos tecnológicos de destrucción,
especialmente aquellos que se llevaran a los lugares reservados del espacio. Al
intervenir, se evitaba que el daño hacia el planeta fuera extremo. Sin embargo,
una intervención total no era permitida aún, solo si se llegaba a un estado de
catástrofe a gran escala.
El
futuro de la Tierra, basado en los sucesos actuales, señalaba algunos problemas
serios. El sentimiento que se respiraba allí era como el de un padre que sufre
por el destino de su hijo, quien aún no reacciona y se hace daño a sí mismo a
través de sus propias acciones.
Pasado
un tiempo, cuando finalizó la asamblea, varios seres comenzaron a retirarse del
lugar de reunión. Ya se había hecho una evaluación detallada y se había
definido las acciones que debían llevarse a cabo.
El gran
Maestro de Maestros se acercó un momento a nosotros. Me sonrió y me abrazó. En
ese instante sentí que me elevaba hacia el infinito. Todo me parecía más bello
y puro. Me sentí parte de todo el universo. Quedé extasiado por un momento. De
mis ojos se escurrieron algunas lágrimas de felicidad plena.
Ya
alguna vez había cruzado un par de palabras con él. En aquella ocasión
experimenté un cambio radical en mi existencia. Al abrazarme, volví a sentir lo
mismo. Hubiese deseado haber estado con él en su servicio en la Tierra. Le
habría ayudado en forma incondicional, tal como ahora sentía que debía
colaborar en la evolución humana.
Luego
se acercó a mi comandante. Juntos se alejaron a otro extremo del salón. Allí
los vi conversando. Alguna vez él me confesó que él había estado en la Tierra.
Había nacido hace mucho tiempo en el planeta cuando el Maestro de Maestros
había hecho lo mismo. El comandante lo había acompañado antes. Él había sido
uno de sus seguidores.
Al
concluir el encuentro, muy complacidos regresamos todos. Volvimos a
transportarnos a través del tiempo y el espacio hacia la nave.
Cuando
retornamos, estábamos más felices, más plenos. Teníamos más clara nuestra
misión de ayuda a la Tierra. Sabíamos por donde orientar el plan de apoyo a la evolución
humana. Lo más importante: nos sentíamos transformados.
El regreso
Todo mi
cuerpo me dolía. Estaba en la oscuridad, sentado sobre el prado. El regreso a
la Tierra es incómodo. Es como estar conectado con toda la Creación, en un
estado de paz continuo, y de repente alejarse de ella y sentirse solo, muy
solo.
—Ánimo,
mi valiente Jendua —escuché a mi comandante en mi mente.
Me
incorporé y comencé a caminar en la penumbra. Un ligero resplandor iluminaba el
cielo; estaba amaneciendo.
Caminé
por una ladera, descendiendo por la montaña. Estaba en el mismo lugar donde me
habían recogido, en la pequeña laguna. El aire fresco de la mañana y la energía
del amanecer me daban fuerza para seguir adelante. Escuché la sinfonía de las
aves a mi alrededor, sentí el aroma de los árboles y a toda la naturaleza que
despertaba. El sol mostraba sus primeros rayos en el horizonte, por entre los
picos de las montañas lejanas.
Llevaba
la misma ropa con la cual me había marchado temporalmente al espacio. Caminé
por entre fincas hasta encontrar un sendero. Los campesinos que encontraba a mi
paso me saludaban amablemente.
Poco a
poco fui acostumbrándome de nuevo al estado energético de la Tierra. Estaba de
regreso. Sabía que sería por corto tiempo. Tenía que aprovecharlo al máximo.
* * *
—Te
extrañé mucho —me dijo mi amiga, mientras nos abrazábamos.
Estábamos
en el parque donde regularmente nos encontrábamos.
—Yo
también te extrañé —le respondí.
Buscamos
un lugar donde sentarnos a conversar. Ella estaba radiante. Su aura cada día
brillaba más. Noté que en ella, como en Zendor, se realizaba una gran
transformación.
—Estuve
pensando mucho en ti —me dijo—. Continuamente soñaba contigo. Incluso un día
que fuimos al embalse con Sergio y Daniel, me pareció escuchar tu voz, como si
estuvieras cerca de mí, dentro de mi corazón.
Observé
su bello rostro, su sonrisa, sus ojos que expresaban esa felicidad interior que
afloraba de su alma. Ella, como yo, sentía un alivio espiritual. Estábamos
juntos nuevamente. Nos habíamos separado por un largo tiempo, una eternidad.
Sin embargo, al volvernos a contemplar y sentir esa cercanía, parecía que el
tiempo no hubiese transcurrido.
En mis
recuerdos me vi junto a ella, caminando por una hermosa playa, tomados de la
mano, contemplando las estrellas en aquel lejano planeta. Éramos dos seres
integrados en un solo espíritu. Éramos dos hijos de la naturaleza, hijos del
mismo Padre Celestial.
—¿Y
dónde estuviste? —me preguntó.
Ella me
observaba con inquietud. No estaba autorizado para decirle nada sobre mí ni
sobre ella. Aunque en mi interior ardía el deseo de comunicarle todo lo que ya
sabía de nosotros. Hubiese querido abrazarla y ayudarle a recordar todo aquello
que vivimos en ese lejano planeta. Sin embargo, sabía que si hacía eso, podría
causarle muchos problemas. Si ella recordara aquellos lugares y aquellos
momentos, podría deprimirse al sentirse prisionera en un planeta como la
Tierra.
—No
puedo decirte dónde estuve —le respondí—. Quisiera hacerlo, pero no puedo.
—¿Por
qué no? —me preguntó—. A veces creo que no confías en mí. Soy tu amiga, pero
siento que en realidad no lo soy. Siempre has sido muy misterioso. Ocultas algo
y no me dices de qué se trata.
—Por
favor, no preguntes más —le pedí.
Ella me
observó detenidamente. Se sentía triste y confundida a la vez. No comprendía
por qué no podía ser sincero con ella. En su interior se mezclaban los
sentimientos de amor y desencanto, una mezcla peligrosa.
—Y me
imagino que pronto tendrás que marcharte —me dijo.
Mantuve
silencio.
—¡Y
cuando te marches no sabré a dónde te fuiste! —continuó.
No le
dije nada. No sabía qué responder. Sentía mucho amor, pero también sabía que mi
misión era muy importante.
—¡Y
tampoco sabré si regresarás algún día! ¡Quizás nunca regreses!
Tenía
que regresar al espacio. Mi trabajo allí era importante y sentía mucho deseo de
ayudar a los seis mil millones de habitantes del planeta. La Tierra estaba en
problemas y, al concluir mi misión con Zendor, sería más útil en el espacio que
en la Tierra. Eran muchos los habitantes del planeta, y los sentía a ellos como
a millones de Jenduas y Jensuas; eran millones de niños, jóvenes, adultos y
ancianos, cada uno con sus experiencias, sus deseos, sus ilusiones. Me sentía
parte de esa gran familia universal. No podría olvidarlos.
Observé
a mi amiga. Sus ojos tenían lágrimas que el orgullo contenía y no dejaba salir.
—Andrea,
no puedo decirte nada. Te había advertido que tendría que irme algún día.
Ella
volteó su mirada hacia un costado, evitando el observarme.
—Andrea,
pronto me iré. Debo marcharme. Regresaré a donde pertenezco.
En sus
pensamientos percibí esa tristeza que la envolvía. Sin embargo, no me sentía
seguro de decirle nada aún.
—Lo
siento —le dije.
Luego
de ese día no volvimos a vernos por mucho tiempo. Fue muy duro ese momento.
Sentía mucho amor por ese ser. En ocasiones dudé mucho sobre mi misión en la
Tierra y mi servicio hacia la Creación. De vez en cuando quería abandonar todo
y quedarme y vivir al lado de mi compañera. A veces comprendía que mi amor
hacia ella era mucho más fuerte de lo que podía tolerar. También sabía que en
la dimensión de la Tierra el amor en algunas oportunidades causa ese dolor
luego de una separación. Si me quedaba, llegaría un momento en que me sería
difícil regresar al espacio. ¡Cómo deseaba llevarme al espacio a mi bella
amiga! Sabía que eso sería difícil de lograr. Jensua tenía alguna misión en el
planeta; dentro de su
interior ella lo sabía. No podía interferir en ello.
Sin
embargo, algunas veces también comprendía que nada podría separar nuestros
espíritus. Para mí era más fácil la separación, pues aún sentía esa conexión
espiritual. La sentía cerca a pesar de estar lejos de mí. Pero el sentir el
dolor de mi amiga me causaba incomodidad. En ella había un vacío emocional
difícil de sanar, y eso me afectaba.
Hoy,
cuando escribo mis experiencias en la Tierra y recuerdo ese momento, todavía me
causa mucho dolor. Escribo y mi corazón llora recordando ese día. Cuán fácil es
herir sin querer hacerlo. Me consolaba saber que había escogido lo mejor para
mi gran amiga, aunque ella aún no lo comprendiera.
* * *
Los
días que siguieron a mi regreso del espacio fueron de mucha actividad con
Zendor. Durante largas horas estaba con él, quizás buscando olvidar
temporalmente a mi amiga. Mi conexión mental con ella me permitía sentir su
tristeza; era conmovedor sentirla sin poder inmiscuirme en sus sentimientos.
Zendor
se interesó mucho en la meditación. Le comenté que la practicaba hacía mucho
tiempo, y él quiso aprender esta técnica de aquietamiento mental, para abrir el
mundo interior.
Él fue
un alumno ejemplar. Con gran sencillez le explicaba los pasos iniciales de
respiración, relajación y concentración, para alcanzar al final el estado de
meditación. La meditación era vista por muchos como una técnica oriental.
Afortunadamente estaba comenzándose a practicar en toda la Tierra y muchas
personas empezaban a recibir sus beneficios. Nosotros en el espacio practicamos
algo similar, a lo cual llamamos de una forma diferente, pero básicamente
produce el mismo resultado: una interiorización para descubrir dentro de sí
mismo las respuestas a muchas preguntas; una técnica para tener el contacto
interior con nuestra verdadera identidad llena de sabiduría.
Zendor
mostraba mucha impaciencia. Tenía un gran deseo de aprender rápidamente. Con
frecuencia tenía que detenerlo y decirle:
—No te
tensiones por eso. Tómalo con calma. Es más eficiente caminar en línea recta,
que correr en círculos. La paciencia es la virtud que permite conquistar el
mundo, ese mundo interior.
Algunos
veían con curiosidad cómo un joven, como parecía ser yo, reprendía a un adulto
como Zendor.
Frecuentábamos
distintos lugares para conversar, caminar y meditar juntos. Lo invitaba a
lugares naturales, en parques y montañas, donde la esencia de la naturaleza nos
permitía sintonizarnos con la Creación. Allí frecuentemente me comunicaba con
mi guía. Juntos creábamos una energía muy fuerte que irradiaba una amplia zona
a nuestro alrededor y originaba pequeños cambios para armonizar a los
habitantes del planeta azul, la Tierra.
En mis
meditaciones recordaba a Jensua. Le irradiaba sentimientos de fortaleza y amor.
Deseaba que ella estuviera mejor. Quería que sintiera mi presencia a pesar de
estar lejos. Sin embargo, esto no era fácil. A veces sentía una gran herida en
mi ser al recordarla y por momentos deseaba olvidarla. Mi guía me decía
respecto a esto:
—Una
herida no se puede tapar, solo curar. Si tapas la herida, esta irá creciendo
bajo tu piel y algún día aflorará. No pretendas olvidar a Jensua, no trates de
sacarla de tu corazón, al contrario, debes tenerla muy dentro de ti. Siente ese
amor profundo que los une a los dos. Para sanar esta herida deberás hablar con
ella. Llegará el instante en que puedas hablarle de ti mismo y ayudarla a
recordar su pasado cósmico. Sin embargo, aún no es el momento; tú mismo
reconocerás el instante indicado.
En una
ocasión en que Zendor y yo estuvimos en un parque rodeado de árboles, después
de meditar, él estuvo comentándome sus planes futuros. Estábamos sentados sobre
el césped, contemplando el paisaje natural a nuestro alrededor.
—Siento
que mi vida ha cambiado mucho —me dijo—. Ya no soy el mismo de antes. Pensaba
que era alguien que había nacido en un lugar pobre, sufriendo las injusticias
de este mundo y no tenía esperanza. Ahora siento que soy más que eso. Siento
que mi ser es eterno y estoy por encima de todo lo que me ha tocado vivir.
Siento que debo ayudar a otros que, como yo, viven encerrados en sus propias
limitaciones, o en su propia ignorancia.
—¿Y
cómo piensas ayudarlos? —le pregunté, para verificar hasta qué punto estaba ya
recibiendo la sabiduría del universo.
—De la
misma manera que he recibido ayuda.
Se puso
de pies. Observó el lugar dando una mirada alrededor. Luego comentó:
—Vivimos
dormidos. No sabemos dónde estamos y para qué estamos aquí. Caminamos por el
sendero de la vida enredándonos en los obstáculos del camino, aquellos que
nuestra codicia, rencor y falta de amor pone frente a nosotros. Sólo
despertando se conoce quien es uno realmente. Se está despierto cuando se
reconoce que las dificultades nos enseñan tanto como los triunfos. No es malo
tener problemas, lo malo es no aprender de ellos. Cuando no se aprende es
cuando estamos dormidos.
—¿Crees
que los demás pueden también despertar? —le pregunté nuevamente.
—Yo lo
he hecho y creo que otros también pueden hacerlo. He logrado mirar dentro de mí
mismo y, al verme tal como soy, he descubierto a alguien muy especial. Todos
somos como estrellas muy brillantes que hemos caído a la Tierra. Sólo que hemos
olvidado que nuestra naturaleza es brillante y nuestra función es brillar. Con
el tiempo hemos dejado que el barro de la rutina y el materialismo oscurezca
nuestro verdadero espíritu. Brillamos cuando simplemente somos felices con las
cosas sencillas de la vida. Y la vida es un regalo que no debe desperdiciarse.
La desperdiciamos cuando estamos dormidos, dejándola pasar frente a nosotros.
—La
vida es un camino —continuó diciéndome—. A veces deseamos llegar a una meta,
sin darnos cuenta de que el camino es más importante que las metas. El camino
es largo y lleno de distintas experiencias; la meta es sólo un instante fugaz
que se pierde en el recuerdo del pasado.
En su
mente vi escenas de su juventud y lo que tuvo que vivir en los últimos años.
Continuó diciéndome:
—Yo he
deseado por mucho tiempo tener dinero, cosas suntuosas y todo aquello que no me
fue dado. He comprendido que todo eso que he querido tener es para hacer algo
bueno por los demás. En el fondo ha habido siempre un sentimiento muy noble.
Luego he descubierto que he deseado hacer todo eso para llegar a ser alguien
especial. Hoy he comprendido que “ser” es más importante que “hacer” o
“tener”.
Él hizo
una pausa. Aproveché ese momento para seguir preguntando.
—Sergio,
amigo mío, ¿quién quieres ser?
—Deseo
ser yo mismo. He descubierto que no soy el que creía que era. Y sé que mañana
descubriré que no soy el que hoy creo que soy. Es un aprendizaje continuo. Debo
cambiarme a mí mismo antes de pretender cambiar el mundo. La mayor revolución
se produce dentro de cada uno, luego esta se extiende hacia el infinito en
forma natural.
En la
mente de Zendor podía ver claramente sus pensamientos. Él ya recordaba algo de
su pasado remoto en las estrellas y también la misión de ayuda que se había
propuesto realizar en la Tierra. Sin embargo, era muy prudente y no me permitía
saberlo, no al menos en todo su detalle. Yo era ahora su mejor amigo y
confidente, pero aun así, él no se sentía cómodo de contarme eso que estaba
descubriendo. En el desarrollo espiritual, la prudencia es el mejor escudo
contra las adversidades.
* * *
Pasaron
un par de meses. Durante ese tiempo no había vuelto a ver a Jensua. En mi mente
la sentía más tranquila, pero aún un poco triste. Ella no había regresado al
parque ni al lugar donde ayudaba a los mendigos. Sabía que estaba haciendo una
pausa y más adelante reiniciaría su misión de ayuda a los necesitados.
Estuve
casi todo el tiempo con mi amigo Zendor. Él hablaba con la gente, en especial
con aquellos que tenían serios problemas y habitaban el mundo subterráneo de
las alcantarillas o que permanecían libres en la calle, pero presos de sus
resentimientos y rencores hacia la sociedad. Zendor les daba una visión
diferente de la vida.
Daniel,
el niño inquieto, siempre nos acompañaba. Éramos los tres amigos más
heterogéneos que podrían encontrarse en esa ciudad. Niño, joven y adulto,
formábamos un equipo singular.
En las
calles, donde algunos vivían en la miseria y encerrados bajo la coraza
invisible y destructiva de la droga, encontrábamos diferentes personas. Zendor
hablaba con aquellos adultos, yo con los jóvenes y Daniel buscaba a los niños
de su edad. Nuestra tarea no era la de dar consejos o pretender transformar a
las personas. Eso no lo logra nadie, sino existe el deseo sincero de cambio
personal en cada uno, y este se alcanza buscando adentro, y teniendo el valor
de desnudar y enfrentar ese dolor y perdonar y perdonarse a sí mismo. Sólo
podíamos dar mucho amor y permitirle a la gente expresar esos sentimientos.
Esta
etapa en el planeta fue muy interesante para mí. Pude ver personas muy
especiales a las cuales la falta de cariño y amor les había cerrado esas
puertas hacia ese maravilloso lugar donde habita la felicidad; muy dentro de
cada ser. Vi personas equivocadas; personas ajenas a esa realidad; personas que
no se daban una nueva oportunidad, que no buscaban esa ayuda en los reinos
celestiales o que no se la brindaban a su compañero de viaje planetario.
Veía un
cambio interior que comenzaba a aflorar en algunas personas, como los primeros
brotes de la semilla del amor universal.
Los
noticieros, por lo general, mostraban sucesos negativos; olvidaban que el bien
siempre está al lado de la ignorancia, estableciendo el equilibrio de la
naturaleza en este nivel evolutivo.
Sin
embargo, algunos periodistas se preocupaban por buscar una faceta diferente. Un
día, unos reporteros de un noticiero local llegaron al lugar donde nos
encontrábamos hablando con los habitantes de la calle. Ese día me escondí para
no ser captado por alguna de sus cámaras; no podía dejarme notar públicamente.
Entrevistaron a Zendor y a Daniel.
—Señor,
discúlpenos —le dijo el camarógrafo a Zendor—. Sabemos que usted recorre las
calles en su misión personal de ayuda a los mendigos. Queremos hacerle algunas
preguntas.
Zendor
se detuvo y enfrentó la cámara.
—Con
gusto —les dijo.
—Mucha
gente habla de usted. Lo describen como el quijote de los basureros. ¿Qué busca
usted aquí? ¿Desea sacar de la pobreza a todos los mendigos?
—La
mayor pobreza que existe es la falta de amor. Hay personas muy pobres que
necesitan de mucha ayuda, y si la desean obtener, estaré ayudándoles a
encontrarla por sí mismos. Y no me refiero específicamente a los que habitan
este lugar. Hablo de todos aquellos que no han comprendido que la mayor riqueza
está dentro de nosotros mismos, y que allí podemos encontrar las huellas que
nos guían en el camino del amor.
—¿Usted
se refiere también a algunas personas que tienen mucho dinero pero les falta
amor?
—Sí,
también a ellas. Algunas buscan satisfacción mediante el confort material.
Obtienen mucho dinero. Luego requieren de muchos guardaespaldas. Ellas
necesitan bastante ayuda para resolver sus innumerables problemas. Debemos
volver a la inocencia y la sencillez. No somos dueños de nada. Nada nos pertenece.
Hacemos parte de una naturaleza que nos cuida a pesar de las dificultades que
le causamos. Sin embargo. ella no podrá resistir mucho tiempo nuestra
ingratitud. Todos los seres humanos somos parte de esa naturaleza. No podemos
seguir causándonos daño a nosotros mismos al hacer daño a nuestro hermano y a
nuestra madre Tierra. Debemos comprender que el único enemigo que podemos
llegar a tener está en nosotros mismos. Busco personas valerosas que se atrevan
a enfrentarlo
—Y
usted —le preguntaron—, ¿piensa luchar esa batalla? ¿Qué arma tiene que
ofrecer?
—Sólo
una, mi amor y mi sentimiento de
solidaridad. Ya estoy luchando. Por este motivo reconozco a mi verdadero
enemigo. En el pasado culpé a todos a mi alrededor por lo que me sucedía. Hoy,
que estoy venciendo ese enemigo, comprendo que estaba oculto en mí mismo. Estoy
erradicando la violencia de mi corazón. Ya no voy a seguir siendo violento
conmigo mismo ni con los demás. Me declaro soldado de la paz.
Luego
de esa entrevista, la fama de Zendor aumentó más. Para algunos parecía un
personaje cómico, o algún loco que pretendía que el mundo se transformara.
Otros, al hablar con él y conocerlo, lo consideraban alguien muy especial. El
haber tenido un pasado difícil y lleno de privaciones, daba más credibilidad a
sus palabras. Esto era algo que Zendor mismo había escogido vivir.
* * *
Las
nubes cubrían el cielo y el ambiente gris creaba en nosotros algo de
melancolía. Estábamos de nuevo en el embalse, pero en esta ocasión el
sentimiento era diferente. Andrea nos acompañaba. Ella no quería verme nunca
más, como se lo había expresado a Sergio, sin embargo, se sintió obligada ante
su insistencia. Daniel también estaba allí.
Andrea
evitaba mirarme y se sentía molesta al escucharme hablar. Aún me amaba
profundamente y esto, contradictoriamente, le causaba dolor.
—El
amor, en planetas de tercera dimensión —me decía mi guía—, a veces se
manifiesta a través del apego. El padre y la madre se sienten dueños de los
hijos, como si fueran una posesión que la vida les otorga, y no una oportunidad
temporal para servir y ayudar a otros seres a crecer. Algunos de ellos sufren
cuando sus hijos tienen que marchar a otro hogar, otra ciudad, otro país o
trascender a otros estados. En la Tierra dan mucha importancia al amor entre la
pareja. Sin embargo, a veces lo ven también como una pertenencia y se
consideran dueños uno del otro. Igualmente, si uno de ellos desea marcharse,
esto les causa mucho dolor. Si encuentran a alguien con quien podrían compartir
su vida, y lo consideran como el amor ideal, sufren si no logran mantener esa
cercanía física. No comprenden que el amor se extiende más allá de las
fronteras del espacio y del tiempo. Cuando estén unidos a la Creación, ese
dolor causado por la aparente soledad desaparecerá, y se sentirán unidos a
todos los seres de la naturaleza. Sentirán una unión plena y continua.
Daniel,
ese niño inquieto y noble, se acercó y me dijo:
—Hemos
venido en varias oportunidades a este lugar, pero no hemos vuelto a ver la nave
espacial.
—Ellos
no aparecen cuando uno lo desea, sino cuando es necesario —comenté—. Luego de
aparecerse se crea cierta inquietud en los que han tenido esta experiencia; el
mundo se ve diferente.
En ese
momento, Zendor cruzó una mirada conmigo. Sabía que me refería a él. En su caso,
ese había sido el motivo principal del avistamiento.
—¿Tú
crees que se dejen ver otra vez?
—No sé,
Daniel. No sé.
—Me
gustaría subirme a su nave y que me den una vuelta por las estrellas.
—Eso
sería maravilloso —le dije.
Andrea
que nos escuchaba sin hacerse notar, entró en nuestra conversación. Sentí
amargura en sus palabras.
—¿Por
qué maravilloso? —preguntó—. ¿Acaso es importante ir al espacio? ¿Son
importantes los extraterrestres?
No
respondí nada. Tan sólo la observé con dulzura y compresión.
—No
sabemos quiénes son —continuó—. Ellos se esconden, son muy misteriosos. No
puede esperarse algo bueno de alguien tan misterioso.
Zendor
se acercó a nosotros, y con delicadez le dijo a mi amiga:
—Ellos,
los extraterrestres, son simplemente seres del cosmos. Son seres como tú, como
Luis Carlos, como Daniel o como yo. No hay misterio en esto. Tan sólo que han
tenido que vivir más experiencias que nosotros y por ello han alcanzado niveles
más altos en tecnología y en crecimiento espiritual. Ellos son tan especiales
como tú.
—Y tú,
Andrea —agregué a las palabras de mi amigo cósmico—, eres muy especial. Tú no
necesitarías observar una nave o subirte en ella para llegar a las estrellas.
Tú brillas por ti sola. Tú ya eres una estrella luminosa…
Ella se
enfureció, se puso de pies y se alejó de nosotros. Era extraño sentir esa
mezcla de amor y desencanto.
Zendor
se me acercó por un costado y me abrazó.
—Ten
paciencia —me dijo—. Ella te ama mucho.
Zendor
no sabía que pronto me marcharía. Aún no le había comentado esto. Sin embargo,
sabía que él no se sentiría mal por mi partida, pues nuestra amistad había
alcanzado un nivel profundo de amor desinteresado. El día de nuestra
separación, como la de un padre con su hijo, cada uno de nosotros nos
desearíamos suerte y marcharíamos por caminos diferentes.
Al cabo
de unos minutos me acerqué a mi amiga. La encontré sentada al borde del arroyo.
El sonido del agua llevaba las mil gotas de las lágrimas que ella no quería
dejar salir de su interior. Ella estaba abstraída en sus propios pensamientos.
—¿Puedo
acercarme? —le pregunté.
Ella me
observó. Guardó silencio por un momento, que pareció una eternidad. Finalmente
me dijo:
—Si
quieres.
Me
senté cerca de ella. Los dos contemplábamos el paisaje que nos rodeaba. Había
varios pinos que nos recubrían con su espeso follaje. Hacía más frío que en
otras ocasiones.
—Es
curioso —me dijo ella —. Aquí estuvimos los dos, juntos. Ese fue un día muy
especial para mí.
—Sí,
también recuerdo ese día. Fue muy hermoso —le dije—. Recuerdo que no quería
verte más y, sin embargo, quería estar contigo. Tenía temor de enamorarme de
ti.
—¡Y la
que se enamoró fui yo! —me respondió—. Debí haber respetado tu deseo de
mantenerte alejado de mí.
Respiré
profundo, sintiendo el aroma del bosque húmedo y el aire puro.
—Andrea,
en aquella ocasión te dije que tendría que irme pronto. Tú querías estar
conmigo el poco tiempo que nos quedara.
Ella
suspiró y dijo:
—Sí,
tienes razón. Yo acepté las condiciones. Sólo que en ese momento no pensé que
llegara a ser tan doloroso.
Me
levanté y me senté frente a ella. La observé a sus ojos. Ella no pudo quitar su
mirada de la mía.
—Amiga
mía —le dije—. Ya sabías que tendría que irme. En tu vida siempre la gente
vendrá y se irá cuando llegue el momento.
—Como
mi hermano, ¿verdad?
—Así
es. Debes comprender que todo en el mundo de apariencias es efímero. Puedes ver
cómo las plantas viven y luego mueren; el día muere al llegar la noche. Las
nubes pasan, se van y no regresan; los seres que amamos, algún día deben
marcharse. Todo parece desaparecer. Sin embargo, en el mundo real, aquel que no
está claro ante tus ojos, pero sí a tu corazón, todo es eterno, todo cambia y
se transforma, todo evoluciona.
Hice
una pausa. Observé un destello de esperanza dentro de sus ojos profundos y transparentes,
aquellos que muestran esa belleza interior que fluye desde lo más íntimo del
ser. Luego continué:
—Estás
triste porque debo irme. Debes comprender que aparentemente nuestra amistad y
nuestro amor finalizará, sin embargo, en el mundo real estaré siempre contigo.
Estaré dentro de ti y tú dentro de mí. Somos hermanos cósmicos, aquellos que
nunca pueden separarse a pesar de que lo intenten. Aunque deba irme muy lejos,
estaré siempre contigo. Basta con que pienses en mí, con que sientas el aire puro,
el amor de la gente o la belleza y poder de la naturaleza, en ese momento
estaré en ti. Si tienes tristeza, si te sientes sola o tienes cualquier
dificultad, simplemente piensa en mí; estaré en tu corazón y mis pensamientos
estarán junto a los tuyos. Siente que soy alguien muy especial. Y soy especial
porque soy parte de ti y los dos somos parte de la Creación. Esa energía
universal nos une. Ella es más poderosa que cualquier barrera que quieras fijar
en tu mente.
Observé
en ella cómo su ojos comenzaban a llenarse de lágrimas. Nos abrazamos, como lo
habíamos hecho antes.
—Discúlpame
—me dijo—. Me he alejado cuando más cerca de ti debería estar.
—Yo
siempre estoy y estaré contigo. Puede ser que en el futuro ya no me veas a tu
lado, pero cuando esto pase, más cerca estaré de ti.
Ella se
soltó por un momento de mí. Se limpió las lágrimas que llenaban su rostro. Me
miró directamente a los ojos. Sentí cómo su energía entraba en mi mente y allí
buscaba las respuestas a sus interrogantes.
—¿Nunca
me vas a decir quién eres? Tú no eres Luis Carlos. Ni siquiera eres alguien que
se parezca a mi hermano; eso es sólo una fachada. Tu aspecto es muy humilde,
sin embargo, dentro de ti hay una gran sabiduría que pocos tienen. A veces
pienso que ni siquiera eres humano.
Me di
la vuelta. Caminé unos pasos. Observé todo el lugar. Respiré y traté de
percibir en la naturaleza algún mensaje secreto que me hiciera saber si debería
confesarle o no mi origen y mi propósito en la Tierra. Una intuición muy fuerte
me decía que debía manifestarle algo. Debería abrir ligeramente la puerta y
permitirle ir asimilando la verdad.
—Andrea
—le respondí—. Tienes razón en muchas cosas que dices de mí. Debo decirte que
hoy en día me siento más humano que antes. Soy un ser como cualquier otro. No
veas grandes diferencias, que en realidad no existen.
Me
dirigí hacia ella y la observé directamente a sus ojos.
—Vengo
de muy lejos. Vengo del espacio exterior. Mis amigos del espacio siempre están
observándome, como lo hacen en este mismo momento.
Ella se
dejó caer sobre sus pies. Quedó sentada sobre la hojarasca de los pinos, que
formaban un suave colchón. Allí se mantuvo en silencio, meditando en lo que
acababa de decirle. Otra persona habría pensado que yo era un demente. Sin
embargo, ella ya había visto y experimentado tantas cosas extrañas; esto no la
sorprendió demasiado.
—¿Y
dónde dejaste tu nave espacial? —me preguntó, con cierto humor nervioso.
—Está
en órbita alrededor de la Tierra —le respondí sonriendo.
—¿De qué planeta eres tú? ¿Cómo es allá?
—Soy un
ser del Cosmos. Allí no tenemos divisiones ni fronteras, y convivimos en paz y
armonía. Todos somos parte de la misma hermandad.
Cualquiera
que hubiese pasado por allí, se habría extrañado del contenido de nuestra
conversación. No era propiamente un tema cotidiano.
—¿Puedo
ir a visitarte?
—Algún
día lo harás —le respondí—. Debes estar preparada para eso. No es fácil al principio. Pero es aún más difícil
regresar; no querrías volver.
Ella
nuevamente se puso de pies. Me observó y me preguntó:
—¿Cómo
te llamas? Al menos debo saber tu nombre, hombre del espacio.
—Jendua,
mi nombre es Jendua.
Ella
dio dos pasos hacia atrás. Este sonido la dejó perpleja.
—¿Jendua?
Ese nombre lo he oído antes —dijo.
Estuvo
recordando. En su mente vi abrirse ciertas imágenes de algunos recuerdos
lejanos.
—Fue en
un sueño. Por su puesto, ya lo recuerdo. Tú y yo caminábamos por una playa. Fue
el sueño más bello que jamás he tenido. Me sentía feliz por estar contigo. En
el sueño te llamaba por ese nombre. Eras Jendua.
Me
acerqué más a mi amiga. Extendí mis manos hacia ella. Me observó y me abrazó con mucha fuerza.
—Eras
tú —comprendió—, eras tú. Siempre has sido tú.
Permanecimos
allí, abrazados. El bosque en su silencio se regocijaba por nuestra unión. Los
arboles, con su canto mudo que producía el aire entre sus ramas, nos saludaban.
Nuestra energía llenaba todo el lugar. Éramos nuevamente un sólo ser. Nos
habíamos reencontrado. Estábamos muy lejos de casa…, era otro lugar…, otro
ambiente…, otro tiempo…, el mismo amor.
—Estaré
siempre contigo —le dije—. Mi amor te acompañará siempre.
En ese
momento los rayos del sol penetraron por entre las ramas. El bosque se iluminó.
El día se había transformado.
* * *
Los
días previos a mi regreso fueron muy alegres. Jensua volvía a ser mi amiga y
nos manteníamos hablando todo el tiempo sobre temas del espacio y la evolución
humana. Ella quería saber más y más. Sin embargo, tenía que ser prudente y
darle la información poco a poco.
En mi
amiga ocurría una transformación muy acelerada. Ella, como Zendor, estaba
despertando y dándose cuenta del por qué de su presencia en el planeta. Ya
sabía de su origen cósmico. Comenzaba a recordar algunos lugares del espacio
donde habíamos vivido juntos. Muchas veces, en su vida actual, ella se había sentido
desadaptada, como si no perteneciera al mundo. Ella no entendía por qué
sucedían ciertos hechos de violencia. Ella tenía deseos de “bajarse del
planeta” e ir a otro lugar. Sin embargo, no era consciente de la razón. Hoy ya
entendía por qué sentía esto. Éramos una pareja hablando de la vida en otros
planetas y de distintos estados evolutivos
Mi guía
me explicó más claramente lo que sucedía con Jensua y la razón de mi presencia
allí.
—Amigo
mío —me dijo—, parte de tu misión era despertar a Zendor. Esa fue la razón
principal por la que te sugerimos ir a la Tierra. Sin embargo, había otra
misión oculta que sabíamos que podrías completar. Se trataba de despertarte a
ti mismo. Ya recuerdas a tu amiga Jensua y ella te recuerda a ti. Ustedes dos
pueden continuar ayudando al planeta y hacer más fácil la transición al nuevo
estado. Jensua decidió nacer en la Tierra y prepararse para este momento. Desde
hace varios siglos, ella ha venido teniendo diferentes vidas y aprendizajes. Tú
has recibido instrucciones en el espacio, visitando distintos mundos. Ustedes
juntos, con las experiencias diferentes que han recibido, tienen un
conocimiento muy amplio que puede permitirles ayudar efectivamente a la
humanidad. Deben comprender que no son únicos. Como ustedes dos, hay una gran
cantidad de seres en la Tierra que están realizando labores similares. Ustedes
tienen la gran ventaja de estar despiertos y ser conscientes de lo que están
haciendo y llevar a cabo su tarea desde los dos extremos, el exterior y el
interior que se unen a través de ese puente de luz que ya se ha creado. Ahora
conforman un camino entre lo cósmico y lo terreno.
—Cuando
regreses al espacio —me dijo— podrás mantener comunicación telepática con tu
amiga. Podrás guiarla y tú aprenderás de sus experiencias en la Tierra. Ella,
junto a Zendor, estarán ayudando a crear el despertar de todos los seres de la
humanidad. Llegará el día, en que todo lo que debe conocerse será conocido
sobre la superficie terrestre. Sin embargo, días difíciles vendrán para sus habitantes.
El amor profundo y sincero será el escudo que los proteja contra las
adversidades. Todo es parte del proceso de transformación.
—Muy
pronto —me dijo— la percepción del concepto del tiempo será diferente. El
tiempo en tercera dimensión es una línea recta, donde existe un pasado remoto y
un futuro incierto por venir. En el nuevo estado, tal como se percibe en la
dimensión del espacio, es un plano donde el punto central es el más importante.
Los seres de la Tierra sentirán un continuo presente. Ya el pasado no será
lejano ni el futuro incierto. Actualmente, está produciéndose un cambio gradual
en el tiempo. Los seres humanos tienen la sensación de que cada día marcha más
rápido: los años parecen ser más cortos y los días se vuelven efímeros. Esto es
un proceso natural de cambio. El día en que el tiempo se vuelva nulo, habrán
pasado a la cuarta dimensión. En ese momento, el nivel de conciencia será mayor
y se sentirán conectados entre sí, en un continuo y presente instante de
felicidad interior.
* * *
—¿Entonces,
te marchas? —me preguntó mi amigo Zendor.
—Sí,
Sergio, tengo que marcharme ya.
—Te voy
a extrañar —me dijo—. Has sido como un hijo para mi y a la vez has sido como un
padre que me ha enseñado cosas hermosas.
—Gracias.
Estaré pensando en ti —le dije.
—Espero
que al sitio donde vas encuentres cosas maravillosas. Eres alguien especial y
sé que harás grandes cambios en los demás.
Zendor
no sabía, al menos no conscientemente, que no soy humano. No me era permitido
revelárselo.
—Desde
que llegaste —continuó diciéndome— mi vida cambió completamente. Llegaste como
un ángel caído del cielo. Quiero que sepas que siempre serás mi amigo.
Me
lancé sobre él y lo abracé fuertemente. Me sentía muy feliz de haber conocido a
Zendor. Lo admiraba por su inmenso valor de haber decidido descender a mundos
como este y convivir con las dificultades. También sabía que debería
enfrentarse ahora a otro tipo de pruebas en su trabajo. Cuando se pretende
hacer un cambio, siempre surge la resistencia; él tendría que afrontar esa
resistencia.
Ese
mismo día fui a la casa de Andrea y me despedí de sus padres y de quienes
trabajaban en ese hogar. Todos habían sido muy amables conmigo. Me habían hecho
sentir como un miembro más de su familia.
Con
ellos fue fácil decir adiós. Sin embargo, con Daniel, mi joven amigo, fue más
complicado. Al despedirme de él, recordé las dificultades que vendrían para la
Tierra. Lo sentía tan indefenso en un mundo agreste. En ese momento quise
llevármelo conmigo. También quise llevarme a todos los niños del mundo hacia el
espacio. Me consolaba saber, que en caso de una emergencia total en el planeta
azul, y de requerirse hacer una evacuación, los niños serían los primeros en
ser puestos a salvo.
—No te
vayas, por favor —me dijo, mientras lloraba apoyado sobre mi hombro.
—Debo
hacerlo —le respondí—. Pero me hallaré cerca de ti aunque no me veas. Cuando
mires por la noche las estrellas, imagina que me encuentro en una de ellas. En
ese instante estaré en tu corazón. Estoy seguro de que algún día nos veremos
nuevamente.
Daniel,
como me lo había explicado mi guía, sería clave en la misión. Él, en unos años,
cuando la Tierra fuera entrando en su nuevo nivel, sería uno de los líderes
espirituales que guiaría la humanidad por la nueva senda. Daniel poseía mucha experiencia
adquirida en otros lugares del cosmos. Aplicaría su conocimiento en su vida
actual. De alguna manera estaría protegido por las fuerzas de la naturaleza.
Adicionalmente, ya se lo había encomendado a mi amiga.
Jensua
y yo salimos de la ciudad. Como habíamos convenido, y con la autorización de la
confederación, me acompañaría a mi partida hacia el espacio
Nos
dirigimos a la laguna del cráter, donde la última vez fui recogido. Llegamos a
ese lugar y parqueamos el vehículo. Armamos una carpa y pasamos allí esa noche.
Jensua estaba muy nerviosa y la vez triste por mi partida.
—Espero
que regreses —me dijo.
—Estaré
contigo siempre —le respondí—. Me escucharás y te comunicarás conmigo cuando ya
esté en el espacio exterior. Espero de vez en cuando poder verme contigo.
Tenemos mucho que hacer. No abandones a Sergio, necesita mucho apoyo. Habrá
varias personas que, por su ignorancia, pretenderán hacerle daño.
Afortunadamente él es muy fuerte y sabrá resistir esa presión.
—Así lo
haré.
—Debo
decirte —le advertí— que Sergio no debe saber aún de nuestro origen
extraterrestre. No se lo digas a nadie. Manténlo como nuestro secreto.
Estuvimos
meditando y armonizando nuestro cuerpo. Yo prácticamente no necesitaba un
acondicionamiento para regresar, pero mi amiga sí debía aquietar su mente,
reducir el nivel de ansiedad y prepararse para soportar la radiación por la cercanía a una de nuestra naves.
Hacia
las cuatro de la mañana sentí el mensaje del comandante. Estaban listos para
recogerme nuevamente.
Nos
alejamos de la carpa y llegamos cerca de la orilla del lago. Detrás de las
montañas vimos un brillo intenso que crecía. Todo se iluminó y perecía de día
el ambiente a nuestro alrededor.
Sentía
que Jensua estaba muy nerviosa. En su mente, aunque ya habíamos hablado de todo
esto, y supuestamente estaba preparada, sentía mucha angustia. Todo lo que ella
sabía de mí, y que por momentos le parecía sólo una fantasía, se hacía realidad
ante la aparición de la nave.
Me
acerqué a ella y la abracé. La envolví con mi aura y esto la tranquilizó.
De la
nave, que ahora estaba a unos cien metros de elevación, salió un rayo de luz
verde que nos cubrió. Con él, ella se tranquilizó aún más. Sentimos una paz
infinita. Éramos un solo ser envuelto en esa radiación. Nos besamos y nos
deseamos suerte.
Caminé
unos pasos al frente, alejándome de mi amiga. Un rayo de luz dorada que venía
desde la nave me cubrió plenamente. Mi aura era ahora visible ante sus ojos. Un
gran resplandor me cubría.
Comencé
a sentirme más liviano y me fui elevando.
—Te amo
mucho Jensua —le dije mentalmente. Ella escuchó claramente estas palabras en su
interior. En ese momento comprendió que estaríamos comunicándonos de esa forma
de ahora en adelante.
Fui
subiendo hasta la nave. Entré en ella y de nuevo estaba con mis amigos. Jensua
nos observaba desde abajo. Elevamos el nivel vibratorio de la nave y nos
internamos en la cuarta dimensión. Ella permaneció largo tiempo allí,
contemplando las estrellas y agradeciendo a la Creación por ese instante.
Quizás estaría haciendo un balance de su vida y de todo lo que estaba pendiente
por realizar. Estaría pensando en todo lo que le advertí sobre el futuro de la
humanidad y la inminente necesidad de efectuar un cambio, ese cambio interior
que cada ser debe afrontar.
Al
subir sobre el planeta, y observarlo desde su órbita, sentía la conexión con
todo el universo. Sentí al planeta como un ser frágil. Sentí a todos sus
habitantes. Un amor infinito me unía ahora a todos ellos.
Hoy que
escribo esta historia, recuerdo cada instante y cada situación que viví junto a
los que amo. Hace varios meses llegué como un extraterrestre a la Tierra. Hoy
que he regresado a mi lugar de origen, me siento como realmente soy: un ser del
cosmos. Me siento más humano que nunca. Todos somos seres de la misma Creación.
Somos hermanos cósmicos, habitando un universo construido con átomos de amor
infinito.
Jensua
y yo mantenemos una comunicación continua. He sabido que Zendor va bien.
Algunas personas se burlan de él, otras lo apoyan. Él ha escrito ya un par de libros
y está dejando una huella profunda en la sociedad.
—Todos
los seres estamos interrelacionados —me
dice con frecuencia mi guía espiritual—. Esa interconexión permite que un
pequeño cambio pueda llegar a crear una gran transformación.
Y sé
que Zendor está, como muchos seres en actividades similares, haciendo esos
pequeños cambios, que unidos entre sí van a crear la gran transformación.
En la
Tierra han ocurrido algunos conflictos internos, desórdenes climáticos y
algunos desastres naturales. Sin embargo, estamos seguros de que esto pasará
pronto y que la humanidad podrá avanzar hacia su nuevo estado. Cada cual sacará
sus propias enseñanzas por todo lo que ocurre y ocurrirá.
Hoy
pienso en todos aquellos que aún están ajenos a su verdadera esencia. Este no
es un mensaje para convencer incrédulos, es un llamado de alerta para despertar
dormidos. Les deseo que su mente se abra y encuentren las respuestas a sus
interrogantes. Les deseo a todos mucha suerte en su misión individual, como
parte de la misión global de ayuda a la Tierra. Quisiera que sepan que estoy
con ellos y que todos juntos hacemos parte de la Creación.
Hoy me
siento alegre. Estoy muy agradecido de haber conocido la Tierra, ese bello y
frágil planeta.
INDICE
La
búsqueda
Una nueva
familia
Zendor
El
despertar
Los
mundos superiores
El
regreso